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Cultura

Ignacio Martínez de Pisón: «Internet nos ha vuelto más onanistas. Presos de la satisfacción inmediata»

El escritor aragonés se desvela a lo largo de esta entrevista en la que habla de feminismo, de la victimización de la sociedad, Internet, el independentismo catalán o el humor

Ignacio Martínez de Pisón: «Internet nos ha vuelto más onanistas. Presos de la satisfacción inmediata»

Iván Giménez

Ignacio Martínez de Pisón muerde las palabras con la impecable soltura de un amante comprometido. Destila cierta serenidad. Podría ser producto de la maceración de los años, pero también cosa de un elevado espíritu picado de curiosidad y apetito por el conocimiento. Sus libros simulan alejarlo de la provocación, mientras su conversación es de esas a las que no les hace falta azuzar las hogueras de la chabacanería para insinuarse relevantes. Ha narrado la historia de España desde las alcobas, ambiciones y frustraciones de muchas familias, alimentando las liendres de la memoria que patean resueltas las líneas de sus novelas en un circo de variedades destinado al entretenimiento y la reflexión. Bebe más cerveza que licor porque el puntito de la rubia se parece a él; sincero de pensamiento ágil. Lengua suelta que mantiene el equilibrio y siempre cae de pie como los gatos.

Afilo la cimitarra desde la primera pregunta. Así dejo claro que no soy ningún interrogador virginal al que pueda mangonear con periplos lingüísticos. Todo lo contrario. Le invito a temer bajar la guardia al sacar, como aperitivo de la entrevista, el peliagudo asunto de la posición de la mujer en el mundo de la cultura, al que añado la carabina del tema Carmen Mola. Ignacio, relajado en plan maharajá del vicio, fuma un purito y resuelve impermeable la patata caliente que le lanzo. «Bueno, yo la historia de Carmen Mola la conozco desde dentro porque uno de los tres guionistas del asunto es un amigo. Realmente comenzó como una cosa inocente que se les fue de las manos hasta llegar al Planeta. Algunos lo han interpretado como una especie de respuesta al feminismo, y mirado con perspectiva si parece una operación premeditada para quitar argumentos a cierta rama del feminismo que se queja de su falta de presencia y discriminación, pero a la hora de la verdad todo comenzó como un simple juego frívolo. En el mundo mío yo he tenido agentes mujeres siempre, mi editora es mujer, es decir, salvo en los puestos de más poder económico, el mío es un sector que está muy feminizado. Hay muchas mujeres que mandan y que diseñan como es este mundo. En las altas esferas sí que hay una preponderancia masculina, pero en lo demás es un universo en el que yo no he visto discriminación. Y te hablo ya desde hace 30 años». 

«La Real Academia Española, que ha sido tradicionalmente un órgano profundamente machista, va dando pasos positivos en el camino hacia la igualdad. Un camino, a mi entender, que cualquiera con dos dedos de frente respeta y desea»

Ignacio, quien no se reprime a la hora de admitir que en la literatura ha habido desde hace décadas una suerte de equilibrio legítimo entre géneros, también se reconoce en las voces de quienes se han indignado frente a la mayor dotación en premios a los hombres que, según su punto de vista, «por suerte se está viendo proporcionada progresivamente. Por ejemplo, la Real Academia Española, que ha sido tradicionalmente un órgano profundamente machista, va dando pasos positivos en el camino hacia la igualdad. Un camino, a mi entender, que cualquiera con dos dedos de frente respeta y desea». 

Aprovecho el talante conciliador de las palabras de Pisón para calzar un asunto igualmente embarullado. Le interrogo sobre el papel de la «víctima», de ese sujeto doliente que escarba su lugar a empujones en las sociedades occidentales cada vez con mayor resonancia, y más hambre de beneficios que de reivindicación. «Digamos que la condición de víctima es la condición ideal a la que nos acogemos porque nos protege. A mí me gusta una frase del filósofo Tzvetan Todorov que dice: «Nadie quiere ser víctima, pero todos queremos haberlo sido». Es decir, queremos beneficiarnos de las plusvalías de la condición de víctima, pero sin pasar por la mala experiencia de serlo realmente. Y creo que eso define en parte la vida actual, ese privilegiarnos de esa condición sin haber pasado por el drama de serlo». 

«Creo que hay una tendencia general a la victimización porque es la manera de protegerse. Como si la ecuación se resolviese en que al ser víctima no se pudiera ser verdugo»

Miro a Ignacio de arriba abajo y, acto seguido, me miro a mí también en el reflejo del bar chino de L’Eixample, en Barcelona, donde nos encontramos. Hombres-blancos-cisgénero-heterosexuales. Desde luego, estamos lejos de poder considerarnos víctimas, a pesar de que las circunstancias motiven buscar argumentos que nos permitan serlo. El escritor me roba el pensamiento como si fuese un carterista al que le brindo un caluroso abrazo. «El problema es que hay gente que no puede considerarse víctima. Yo, por ejemplo, soy un absoluto privilegiado. No sólo por lo obvio, sino que también nací en una generación que vivió lo mejor de la historia de España, y ni siquiera puedo decir que mi familia fuese represaliada por motivos políticos, ni económicos. Yo no tengo ningún banderín de víctima al que acogerme, pero sí creo que hay una tendencia general a la victimización porque es la manera de protegerse. Como si la ecuación se resolviese en que al ser víctima no se pudiera ser verdugo. Una tendencia que no me parece buena porque en el fondo lo que hace es adormecerte, te exonera de responsabilidades y, en definitiva, creo que te quita energía, fuerza y riesgo». 

Traigo a colación del tema una de las novelas del autor. Ya que hablamos con un escritor, ¿qué menos que usar uno de sus personajes para dar rostro a sus argumentos? En este caso, le hablo de Mercedes, una de las protagonistas de su novela (por cierto, Premio Nacional de Narrativa, que se dice pronto) La buena reputación. «Ella es una mujer que edifica un matriarcado. Pero digamos que esa ha sido siempre la respuesta femenina, ya que como la mujer no podía tener poder fuera lo reclamaba dentro de casa y, creo, esa ha sido un poco la constante española: la instauración de un matriarcado doméstico frente a un patriarcado social. Ella realmente toma poder en el entorno doméstico, pero también porque es víctima en el entorno social».

Mujeres… más mujeres, la obra de Ignacio ha estado capitalizada por ellas. Él lo achaca principalmente a su madre, mujer de armas tomar que educa a cinco hijos sola ante la viudedad. Intento, no sin patinar un poco, lanzarme a la piscina freudiana y hablar ahora, ya que hemos tocado la maternidad, de la condición sexual de lo femenino, «creo que el sexo fue un asunto muy importante en España en los años ochenta y noventa. Salíamos de una represión que hizo de la sexualidad un tema de primer orden. Pero, ya que España logró integrar tan rápidamente la liberación sexual, considero que el sexo pasó a ser un tema manido. Así como el tema de la mujer me parece que ha sido de lo más relevante en su cambio de papel, pues en treinta años ha conseguido más de lo que había conseguido en los tres mil anteriores, la revolución sexual es un asunto que pertenece a las generaciones de los setenta, que es cuando realmente ese cambio se hizo carne». 

Aquí vemos al escritor que se ha dedicado más a narrar los acontecimientos del pasado como forma de conocimiento del presente, que a reflejar las experiencias del ahora. Ignacio, no obstante, no es estéril cuando se le interroga sobre la posmodernidad y la sexualidad inherente a ella que, ahora sí, y lejos de su obra, ve de plena actualidad. «El sexo es algo que está ahora en boca de todos y que, ciertamente, ha inundado relaciones que antes venían mucho más cargadas de otras cosas. También tiene que ver con esa especie de placer automático que queremos ahora, que tiene mucho que ver con Internet. Internet ha facilitado enormemente el encuentro sexual; desde el cliente y la prostituta, pasando por las parejas hasta la relación sexual con uno mismo. Internet nos ha vuelto más onanistas. Presos de la satisfacción inmediata que ahora tenemos al alcance de nuestra mano. Todos los objetos de deseo están a nuestra disposición sólo a golpe de un clic. Por lo tanto, eso que antes costaba y que exigía un trabajo y un camino, ahora disfruta de una conexión directa. Todo ha cambiado».

Pisón es un tipo que dota de sapiencia hasta los más banales comentarios. Cuando él dice, «todo ha cambiado» arrastra detrás una joroba de ideas que nacen en cómo Internet ha supuesto más de lo que nadie imaginó. «Era difícil prever que las personas iban a basar sus interacciones sociales más básicas en algo como las redes. Resulta sorprendente que haya muchas personas que intenten solucionar su situación sentimental con una aplicación. Cuando yo era joven existían las agencias matrimoniales que a la mayoría nos parecían absurdas ¿no? Tira a un bar o una discoteca que ya encontrarás a alguien. Pero ahora hay gente que encuentra verdaderamente el futuro de su vida amorosa en esas aplicaciones». 

«Da la sensación de que hemos hecho de nuestra vida un algoritmo en sí mismo»

Cuando Ignacio habla de estas soluciones, es difícil no preguntarse por algo tan básico como el azar. ¿Dónde ha quedado el azar en una sociedad estratificada donde los pasos se miden con una antelación que cancela los movimientos sin preparación previa? «Da la sensación de que hemos hecho de nuestra vida un algoritmo en sí mismo. En las relaciones, ahora dependemos de coincidir bajo una configuración binaria en aficiones con otro usuario, mientras que antes bastaba con que veraneases en el mismo pueblo, o que te cruzases habitualmente por el barrio». Ahora bien, si tiramos de Raymond Carver y se le pregunta a Pisón De qué hablamos cuando hablamos de amor, este no duda en que el sentimiento es inmutable, «da igual cómo lo encuentres, el amor verdadero florece durante la adolescencia o la juventud. Esa es una constante universal. Luego, ante el avance del tiempo, el amor comienza a ser algo secundario y, a veces, basta con un poco de afecto. En eso los cambios de ritmo no han hecho una mella destacable, aunque tal vez sí sean algo más líquidos». 

Ignacio Martínez de Pisón: «Internet nos ha vuelto más onanistas. Presos de la satisfacción inmediata que ahora tenemos al alcance de nuestra mano»
Foto: Iván Giménez | Cedida por el autor.

Pero, hablando de cambios, el escritor tampoco es ajeno a ellos. Es más, reconoce, principalmente en lo que respecta a los de opinión, enfrentarse a algunos actualmente, «yo recuerdo haber sido un antibelicista que estaba en contra de la mili y de la OTAN, piensa que hace cuarenta años el ejército era la maza del fascismo y tenía secuestrada a España. Ahora, por suerte, el ejército está despolitizado y, bueno, viendo cómo se han construido las relaciones internacionales ahora sí creo que, por ejemplo, Europa debería de contar con un cuerpo militar propio. Europa es una idea magnífica y ambiciosa, un marco de defensa de derechos que se contrapone a la España donde yo nací en la que había golpes de Estado, por desgracia la tendencia de los políticos en ella ha sido la de tirar piedras contra los tejados ajenos y echarse la culpa entre países en vez de unirse en un proyecto común». 

Cuando Ignacio dice que el ejército está despolitizado me invade la mente el caso del chat de WhatsApp donde altos mandos del ejército retirados llamaban a fusilar a «26 millones de personas» y a hacer un golpe de Estado. Pero, como imagino que es fácil achacar ese pensamiento a la marginalidad de las viejas guardias, prefiero curvar la conversación en otra dirección. Hablamos ahora de las generaciones jóvenes, de cuál es su futuro y su presente, que Pisón reconoce está «jodido» aunque, por suerte, «menos de lo que lo estarán las siguientes». En mi caso, servidor ríe por no llorar, porque sabe que es bastante cierto. Sin embargo, ¿qué pasa con estos nuevos locos años veinte pospademia? «Está claro que después de estos años de coronavirus y confinamientos se va a producir una especie de catarsis. Durante un tiempo al menos, estoy seguro de que va a haber un efecto psicológico general bajo la sensación del optimismo. Algo que no estará siquiera contrastado por los hechos, pero que en el sentimiento colectivo estará muy presente». En otras palabras, Ignacio nos presenta el futuro como un páramo masoquista en donde, como ya nos han jodido con tantas ganas, ahora las bofetadas se han convertido en caricias. «Piensa cómo ha sido el principio del siglo XXI: las torres gemelas, las guerras de las que aún estamos viviendo las consecuencias, la crisis de 2008 que estigma a toda la clase media y trabajadora española, y ahora una pandemia… es difícil rendirse al pesimismo porque las cosas difícilmente pueden ir a peor». 

«Tras el estrepitoso fracaso que ha sufrido el nacionalismo catalán, ahora deberían dedicarse los próximos veinte o treinta años a favorecer el diálogo, y a dejar el independentismo en un horizonte utópico»

El autor, que se reconoce abiertamente optimista, no es tampoco ajeno a los populismos occidentales que le preocupan, a las extremas derechas y la desvirtuación de la información que son para él «motivo de preocupación». Aprovechando que el escritor lleva afincado en la ciudad condal más de treinta años, le pregunto acerca del independentismo, que para él es un populismo de lo más dañino y reconoce que «tras el estrepitoso fracaso que ha sufrido el nacionalismo catalán, ahora deberían dedicarse los próximos veinte o treinta años a favorecer el diálogo, y a dejar el independentismo en un horizonte utópico, un poco a la manera del PNV, postergando el debate para cuando existan las circunstancias óptimas para reactivarlo activamente». Tal vez una de las razones para buscar estas motivaciones algo flacas de contenido sean precisamente que, bajo sus palabras, «vivimos ahora mismo en un mundo muy almohadillado. A mí me interesan mucho las vidas pasadas porque eran más interesantes en sus circunstancias. Muchas de ellas terribles, sin duda, pero la existencia actual ha desechado el elemento frágil y ahora parece que, más o menos, uno puede llegar a predecir su vida. Por eso a mí me gusta contar historias de personas que no podían predecir su vida porque estaban a merced de los grandes acontecimientos mundiales. En los años cuarenta, la mayoría desconocía qué iba a ser de su futuro, si iban a acabar en el exilio, acuarteladas o muertas directamente. Actualmente uno puede tener más claro el guion de su vida y eso también quiere decir que hemos mejorado nuestra existencia. En realidad, como mi vida no da para mucho, pues me dedico a inventar esas historias». 

«Los toros acabarán por desaparecer y tampoco los echaremos de menos, como no echamos de menos la ejecuciones públicas»

La humildad planea sobre la aureola de Ignacio como los pajaritos de los dibujos animados. Si bien su vida no da para mucho, está claro que su saber proporciona los ingredientes para que esta entrevista pueda convertirse en un libro. Insiste de nuevo en nuestra incapacidad para conocer el futuro. Está lejos este maño de Nostradamus. «Imagínate los toros. A finales de los ochenta Almodóvar hace la película de Matador, y eso que él era la representación de la modernidad. Con esto quiero decir que debemos asumir hasta que punto cambian las sensibilidades con el paso del tiempo, y las cosas que parece que están bien para una época, la siguiente generación las rechaza. Los toros acabarán por desaparecer y tampoco los echaremos de menos, como no echamos de menos las ejecuciones públicas». Emana de mí una sonrisa picarona. Siento que a todos nos gustaría ver a más de uno en mitad de la plaza con la nuca pidiendo corte. Pero Ignacio va más allá y, en su línea narrativa, se retrae a su infancia, a esos pocos espectáculos taurinos que presenció y al famoso Bombero Torero. «El Bombero Torero era un espectáculo en el que un grupo de «enanos» salían a la plaza para hacer reír a la gente, más por su condición física que por otra cosa. Entonces ¡no sólo no era algo discriminatorio, sino incluso al revés! y nos construía el imaginario de que esas personas habían nacido con el único fin de hacernos reír a los demás. Con esto quiero decir que hay cosas del pasado que no vale la pena echar de menos, ni revivir, ni mirar con ternura. No hay que recluirse en que el tiempo pasado fue mejor, sino asumir que cuando envejecemos nos hacemos más refractarios a los cambios y que nos gusta cada vez menos que las cosas no sean como antes. Los objetos se desvanecen y tenemos que ir adaptándonos».

Pensando en el Bombero Torero, y en cual era el objetivo de semejante despropósito, el humor me parece un tema relevante que sonsacarle a este escritor. ¿Qué es la risa? «El humor es un sujeto mutable. No nos hacen gracias las mismas cosas que hace cuarenta años cuando, por ejemplo, el humor del paleto en la ciudad estaba a la orden del día con los chistes de Paco Martínez Soria. Ahora, sin embargo, que la ciudad se ha demonizado frente a la idealización del campo ya no se hacen estos chistes. Ahí tienes a Daniel Gascón y sus hípsters». El humor mide la temperatura de una sociedad, que decía Freud, y para Pisón esta en la que vivimos está cada vez más familiarizada con «la censura y los límites». Esto le inquieta ya que, «si no se pueden decir las cosas en clave de humor, no se pueden decir ya de ninguna manera. El debate está en los límites. Si la risa señala algo, lo desactiva, simplemente es para reír, y ahora estamos viendo procesos muy activos de autocensura. Ese es un gran problema porque si un cómico se autocensura respecto a algo que quiere decir se está poniendo en cuestión la libertad de expresión. Y si ofende, pues debemos asumir que el humor ofende. A mí hay chistes que me ofenden personalmente, pero aunque me resulten asquerosos no puedo prohibir que nadie los cuente».

«Si un cómico se autocensura respecto a algo que quiere decir se está poniendo en cuestión la libertad de expresión. Y si ofende, pues debemos asumir que el humor ofende»

Esta actitud de la presión social ha tenido, sin lugar a duda, su agosto milenario con el nacimiento de las redes de las que Ignacio, privilegiado como es en su posición de laureado creador, dice alejarse como fórmula de «higiene mental. El mundo de Internet es un mundo muy agresivo, en el que uno se siente inerme a la violencia inherente que lo configura. Uno no debería condicionar su vida por lo que le digan una panda de psicópatas que, protegidos por el anonimato, te acribillan sádicamente porque no les dejan salir a la calle a matar a nadie». Twitter ha permitido la liberación privada de la psicopatía. Es una idea con la que Pisón coincide, y añade, «hay un alto porcentaje de psicópatas que, no contentos con su medicación, liberan su odio en Internet porque allí odiar es gratis y, no sólo no está penalizado, sino incluso premiado».

Ignacio Martínez de Pisón demuestra con esta entrevista no ser sólo un laureado creador, sino un digno cronista de su tiempo que, de una forma u otra, lo lleva a rebuscar en el pasado. Es posible que si atendiésemos con mayor devoción a la opinión de quienes se esfuerzan en labrarse una bien fundamentada, en vez de a cualquier zutano que nos regale los oídos con nuestros propios argumentos, la sociedad fuese en mejor dirección y, como Ignacio, todo pudiéramos ser más optimistas. 

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