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La Cuba de los Castro: de la insurrección en Sierra Maestra al adiós de los hermanos

Los augurios no eran los mejores. Han pasado 59 años desde el éxito de la Revolución en Cuba, pero todo arrancó con un grupo de muchachos –y unas pocas mujeres– que se ocultaron en la escarpada Sierra Maestra, armados con lo que podían y entre los árboles, la humedad y el hambre, para derrocar el régimen autoritario de Fulgencio Batista, que contaba con el apoyo de Estados Unidos desde su exitoso golpe de Estado en 1952.

La Cuba de los Castro: de la insurrección en Sierra Maestra al adiós de los hermanos

Los augurios no eran los mejores. Han pasado 59 años desde el éxito de la Revolución en Cuba. Todo arrancó con un grupo de muchachos –y unas pocas mujeres– que se ocultaron en la escarpada Sierra Maestra, armados con lo que podían entre los árboles, la humedad y el hambre, para derrocar al régimen autoritario de Fulgencio Batista, que contaba con el apoyo de Estados Unidos desde su exitoso golpe de Estado en 1952.

Detrás de aquella insurrección discreta estaba un hombre, Fidel Castro, que apenas tenía 27 años, alto y delgado, con una barba descuidada. Junto a él estaban su hermano Raúl, que se mantuvo siempre fiel; su amigo Camilo Cienfuegos, hijo de anarquistas españoles; y el argentino Ernesto ‘Che’ Guevara, que sobrevive como icono popular.

El mayor de los Castro tuvo que sobreponerse a circunstancias adversas: tras un primer ataque a posiciones oficiales en 1953, fue detenido –en aquella ofensiva murieron unos 70 guerrilleros, a los que él llamaba “hermanos”– y pasó dos años en prisión. Castro quiso llevar su propia defensa legal y, ante el tribunal, dio un famoso alegato que todavía perdura:

“Sé que la cárcel será dura como no la ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa. La historia me absolverá”.

El resto de combatientes arrestados, igual que Fidel, pronunciaron un mensaje similar al de su comandante: “Sí, vinimos a combatir por la libertad de Cuba y no nos arrepentimos de haberlo hecho”. La presión popular hizo que, en 1955, el régimen de Batista cometiera un error desastroso para sus intereses: concedió la amnistía a Fidel por la presión de la opinión pública, y el guerrillero se exilió en México, donde organizó un grupo de revolucionarios con apoyo internacional para derrocar al dictador.

Uno de los miembros de la Cámara de Representantes, Rafael Díaz-Balart, mostró su rechazo mientras se discutía la decisión. “Ellos no quieren paz”, señaló. “No quieren solución nacional de tipo alguno, no quieren democracia ni elecciones ni confraternidad. Fidel Castro y su grupo solamente quieren una cosa: el poder, pero el poder total, que les permita destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de ley en Cuba, para instaurar la más cruel, la más bárbara tiranía, una tiranía que enseñaría al pueblo el verdadero significado de lo que es tiranía, un régimen totalitario, inescrupuloso, ladrón y asesino que sería muy difícil de derrocar por lo menos en veinte años”. Díaz-Balart supo ver aquello que estaba por venir.

Fidel Castro, en un discurso días después de la toma de poder en Cuba. | Foto: AP

La carga emocional y épica de aquellos seis años es inmensa: que unos pocos muchachos que se tiraron al monte para combatir con armas un régimen que consideraban injusto pudiera, a fin de cuentas, derrotarlo, es una hazaña histórica. Aquella victoria hizo que los pueblos sentimentalmente oprimidos de todo el mundo soñaran con la posibilidad remota de tomar el poder en sus respectivos países.

Sin embargo, la ilusión, desbordante en los inicios, fue abriendo paso a una realidad que comenzó a imponerse. Fidel Castro, que era un líder carismático y fotogénico, nunca fue amigo de las disidencias. Tampoco fue particularmente amable ni atento con los hermanos con los que combatió hombro con hombro en Sierra Maestra: el ‘Che’ Guevara murió abandonado en la selva de Bolivia, en su misión demencial de trasladar la revolución a todos los rincones del mundo, y Camilo Cienfuegos hizo lo propio en extrañas circunstancias en un supuesto accidente aéreo del que no hay registros.

Las primeras decisiones fueron de corte socialista: el nuevo poder aprobó una reforma agraria que derivó en una expropiación y nacionalización masiva de tierras que afectó no solamente a los grandes propietarios, sino también al orden económico establecido durante años. Cuba, según el economista liberal cubano Carmelo Mesa-Lago, era la tercera economía más fuerte de América Latina en 1958 –antes de la Revolución– atendiendo al PIB. Únicamente estaban por delante Venezuela y Uruguay.

Cuba se esforzó por entrar en la órbita soviética –también estableció vínculos amistosos con las repúblicas de corte marxista aliadas, como China y la República Democrática Alemana (RDA)– y Estados Unidos rompió las relaciones diplomáticas con la isla, instauró un bloqueo económico sin precedentes y lideró algún intento infructuoso para acabar con la hegemonía castrista. El más conocido de ellos se produjo con el desembarco de 1.500 hombres en la Bahía de Cochinos en abril de 1961. Pocos meses después, Cuba se convirtió de manera oficiosa en la última frontera de la entonces Unión Soviética, que instaló en el pequeño país una disposición de misiles atómicos que apuntaba directamente contra Estados Unidos durante la etapa más tensa de la Guerra Fría.

Varios modelos antiguos de coches pasan delante de la embajada estadounidense en La Habana. | Foto: Desmond Boylan/AP

El retroceso económico se agudizó tras la caída del régimen soviético, que expuso a Cuba a un mundo dominado por Occidente y concluyó con una Rusia debilitada en los primeros momentos. Hasta entonces, aquella fue la solución al embargo que impulsó Estados Unidos sobre la isla; las consecuencias fueron dramáticas, pues el 73% de las exportaciones de Cuba se dirigían a Estados Unidos y el 70% de las importaciones procedían de este mismo país. Los efectos de esta decisión aún persisten: los teléfonos inteligentes son una extravagancia en la isla, la tecnología está desfasada, los automóviles son de otro siglo, durante años hubo problemas de abastecimiento de los bienes fundamentales. Cuba ha vivido más de medio siglo al margen del progreso.

El régimen de los Castro se ha caracterizado por mantener una política profundamente represiva contra las libertades civiles. Las detenciones arbitrarias contra activistas, defensores de los derechos humanos y opositores han sido una constante: en 2016, según los datos que recoge Amnistía Internacional a través de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, fueron 9.940; en 2017, 5.155. Asimismo, AI denuncia en su informe de 2017 que las prácticas de hostigamiento y presión son recurrentes y sospecha que “hay probablemente muchos más presos y presas de conciencia de los documentados”. También denuncia que no hay Justicia imparcial, ni libertad de partidos, ni de expresión y que el nivel de censura en la red es muy alto.

En cambio, uno de los éxitos de los que siempre ha presumido la Revolución es la alta tasa de alfabetización lograda, esto es, el porcentaje de la población que sabe leer y escribir. En el caso de Cuba, del 99,8%, según los datos de 2012 del Banco Mundial. Esto sitúa a la isla por encima de países como España (98,3%). Cuba garantiza también una amplia cobertura sanitaria que, con sus limitaciones logísticas, es universal y gratuita. Cuba tiene una de las esperanzas de vida más elevadas del mundo: 80 años. La media internacional se situó en 71 años en 2015.

Raúl Castro, a la izquierda, junto al vicepresidente Miguel Diaz-Canel. | Foto: JORGE BELTRÁN/AFP

Además, la tasa de criminalidad es la más baja de su entorno, según los datos de 2015 del Banco Mundial, con 4,7 casos cada 100.000 habitantes. La cifra aumenta notablemente en El Salvador, 109; Honduras, 64; Venezuela, 57; Jamaica, 43; y México, 16.

Tras más de 50 años de bloqueo, en 2014, el expresidente estadounidense Barack Obama inició una serie de acercamientos que, finalmente, marcaron un antes y un después en las relaciones bilaterales. Se reabrieron las embajadas respectivas en ambos países. Se retomaron los vuelos comerciales. Se eliminó a Cuba del listado de países que apoyan el terrorismo. Se normalizó el estatus de los inmigrantes cubanos en Estados Unidos.

Aquel logro esperanzador, sin embargo, sufrió un revés con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2017. El magnate republicano, si bien no cerró la embajada, incrementó las restricciones a los ciudadanos estadounidenses para viajar a la isla, así como para las empresas, lo que ha supuesto un golpe particularmente duro para la economía cubana, que depende en gran medida del sector turístico.

Ahora, con la llegada de una nueva presidencia sin el apellido Castro –aunque todavía bajo su dominio–, sobrevuela la posibilidad de una transición que numerosos expertos sospechan que no llegará con Miguel Díaz-Canel, hasta ahora vicepresidente y mano derecha de Raúl Castro, quien siempre se mostró fiel y parece destinado a dar continuidad a un régimen que, sin embargo, se debilita, primero, tras la muerte de Fidel el 25 de noviembre de 2016 y, posterior, con la retirada de Raúl este mismo miércoles.

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