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El feminismo no es solo igualdad: también puede ser el camino a una vida mejor

El feminismo no es solo igualdad: también puede ser el camino a una vida mejor

La precariedad y el feminismo han emergido como dos de los temas sociales y políticos más importantes de los últimos años. El segundo puede combatir al primero, ya que se presenta como “el único movimiento capaz de proponer las transformaciones del sistema que niega las condiciones para una vida buena, sin violencias de ningún tipo”.

 

“Mientras vamos marchando, marchando, traemos con nosotras días mejores
El levantamiento de las mujeres significa el levantamiento de la humanidad
Ya basta del agobio del trabajo y del holgazán: diez trabajan para que uno repose
¡Queremos compartir las glorias de la vida: pan y rosas, pan y rosas!”.

De eso se trata: de tener el pan, pero también las rosas. Este fragmento, perteneciente al célebre poema fechado en 1911 del escritor y activista estadounidense James Oppenheim, encarna a la perfección las exigencias que un siglo más tarde mantiene el movimiento feminista en nombre de todas las mujeres y hombres del mundo: como las obreras textiles de la huelga de Pan y Rosas, lo queremos todo. No solo alimento para el cuerpo, también para el alma; mejor salario y mejores condiciones de vida. Pan y rosas, pan y rosas para una “vida vivible”, para una vida mejor; un lema que une género y clase y que alcanza a todas las esferas de la vida.

De eso trata el feminismo para el 99% que proponen Nancy Fraser, Tithi Bhattacharya y Cinzia Arruzza en su Manifiesto de un feminismo para el 99% (Herder, 2019). “La nueva ola de activismo feminista militante redescubre la idea de lo imposible, exigiendo a un tiempo pan y rosas”, entre otras cosas porque “anticipa la posibilidad de una nueva fase sin precedentes de la lucha de clases: feminista, internacionalista, ecologista y antirracista”. El feminismo para el 99% se declara abiertamente anticapitalista y apela a la mayoría social. Al contrario que el liberal -que quiere “un mundo donde la tarea de gestionar la explotación en el lugar de trabajo y la opresión en el conjunto social sea compartida por igual entre los hombres y las mujeres de clase dominante”-, “las organizadoras de la huelga feminista” -y ponen como ejemplo a España- “insisten en acabar con el capitalismo: el sistema que genera jefes, produce fronteras nacionales y fabrica los misiles que las defienden”.

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Imagen vía Herder.

La reinvención de la huelga feminista ha permitido reabastecer su repertorio de acciones, “antes considerable pero enormemente reducido por la ofensiva neoliberal a lo largo de décadas”, sobre todo “ampliando la idea misma de lo que se entiende por ‘trabajo’”, haciendo visible “el papel indispensable que desempeña el trabajo no remunerado y de género en la sociedad capitalista” y  poniendo de manifiesto “la unidad entre lugar de trabajo y vida privada”. Es así como la nueva ola feminista -tras apenas dos años- mira de frente a un sistema que oprime a todos, pero especialmente a las mujeres. El trabajo, la precariedad, la clase, la vida, son temas indispensables aquí.

De un tiempo a esta parte nos hemos acostumbrado a escuchar la expresión “poner la vida en el centro”, sobre todo pronunciada por activistas, pensadoras y políticas feministas. La precariedad y el feminismo han emergido como dos de los grandes temas políticos y sociales en los últimos años, y no es casualidad. El capitalismo y sus crisis han creado nuevas formas de pobreza -autoexplotación, empleos múltiples, jornadas completas que no permiten llegar a fin de mes y que convierten la independencia o la vida holgada en algo inalcanzable- que se unen al envejecimiento de la población y al problema de las pensiones y que, como en un eterno retorno, suscita una pregunta: “¿quién cuida?”. Tanto si el asunto queda en familia como si no, la respuesta viene a ser la misma: una mujer.

No olvides sus caras, un retrato de cuatro mujeres que no se cansan de luchar 2
Para la nueva ola feminista, el trabajo, la precariedad, la clase, la vida, son los temas indispensables. | Foto: Javier Lizón | EFE.

Como resume Carolina León, autora de Trincheras permanentes (Pepitas de calabaza, 2017), “nos organizamos en pequeñas células y las necesidades de los individuos son satisfechas fundamentalmente en el interior de la familia, por las mujeres; en los escasos servicios públicos, por mujeres (fundamentalmente) y en el mercado (contratando a mujeres)”.

Este fatigoso ciclo está recogido en El entusiasmo (Anagrama, 2017), ensayo de Remedios Zafra galardonado con el premio Herralde que marcó un antes y un después en la literatura sobre precariedad, y eso que Zafra se ocupa sobre todo de los trabajos creativos y académicos. Sibila, la protagonista de su libro, se nos presenta como sujeto que sufre la precariedad feminizada. Zafra tiene claro que “el feminismo está siendo uno de los agentes que más y mejor está visibilizando y denunciando la precariedad económica y laboral”.

“Hay numerosos aspectos de ‘no valor social’ que han caracterizado el trabajo de las mujeres desde la invisibilidad, la flexibilidad absoluta y la multiactividad propias de la esfera del trabajo reproductivo del que saca partido el capitalismo”, continúa. Añade la profesora de la Universidad de Sevilla tres ideas al respecto: “Los imaginarios para las mujeres empujan a elegir estudios y trabajos tradicionalmente feminizados y también más precarios -las humanidades y la educación serían un claro ejemplo-; la reciente incorporación masiva de las mujeres al mundo laboral ha ido acompañada de un plus de motivación y entusiasmo por el que sienten que tienen que demostrarlo en todo momento, que tienen que dar ‘más por menos’; el capital simbólico y los pagos no materiales a los que las mujeres han estado habituadas son rentabilizadas por el capitalismo legitimando que muchos trabajos ya están pagados con su mero ejercicio. Pasa a menudo con los trabajos creativos y culturales”.

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Imagen vía Pepitas de calabaza.

Asimismo, el feminismo está dando voz a nuevas problemáticas que surgen de la incertidumbre de no saber cómo será la vida en tan solo unos meses. “¿Tendré trabajo? ¿Me echarán de mi casa? ¿Habré conocido a alguien?”. Se lo pregunta la periodista Noemí López Trujillo, que publicará un libro en Capitán Swing el próximo otoño sobre “el retraso en la edad de maternidad en la generación que va de los 25 a los 35. También de las que cuando iban a lanzarse a tener un bebé, se quedaron sin curro. Es un alegato sobre el miedo a tener hijos y sobre el miedo a no tenerlos jamás”.

“La capacidad de predecir cómo serán nuestras propias vidas no existe porque la precariedad ha dinamitado la posibilidad de visualizar nuestro futuro. La incertidumbre que ha generado la crisis ha hecho tambalear no solo nuestras expectativas, sino también nuestras certezas más primitivas, aquellas que pensé que siempre se mantendrían incluso cuando no tuviese nada material a lo que aferrarme: un hijo, por ejemplo”, resume López Trujillo en unas líneas. “Un panorama en el que no se permite nada más que el pensamiento cortoplacista, la pura supervivencia. Un escenario donde plantearse tener hijos da pánico. Pero no tenerlos, cuando lo deseas tanto, también”, continúa. También se habla mucho y bien de Cosas vivas (Periférica, 2019) de Munir Hachemi.

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Imagen vía Periférica.

Nuevas políticas: ¿qué puede hacer el feminismo para combatir la precariedad?

Con la puesta en marcha del registro de jornadas -que tiene origen, por cierto, en una norma que impone el Real Decreto-ley 8/2019, del pasado 8 de marzo, siendo la ministra de Trabajo Magdalena Valerio- entra en vigor un intento por controlar el cumplimiento de la jornada laboral establecida, ya que, de acuerdo con la última encuesta de población activa (correspondiente al primer trimestre de este año), en España se hacen cada semana 5,7 millones de horas extras, de las cuales 2,6 millones ni se pagan ni se cotizan.

Para más inri, el 50,6% de las horas extras que realizaron las mujeres no fueron retribuidas, un porcentaje menor en el caso de los hombres: exactamente un 44,2%; datos que se suman a otros aún más determinantes: según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicado con motivo del Día Internacional de la Mujer, en todo el mundo 647 millones de mujeres en edad de trabajar (el 21,7%) realizan un trabajo de cuidados no remunerado a tiempo completo, frente a 41 millones de hombres (o el 1,5 %). Según el informe ‘El trabajo de cuidados’ de la OIT, en España las mujeres destinan cada día cuatro horas y 23 minutos al trabajo de cuidados, mientras que los hombres solo dos.

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El nuevo informe de la OIT constata que las mujeres llevan la mayor carga del trabajo de cuidado no remunerado, debido al aumento de la demanda de estos servicios y a respuestas políticas inadecuadas. | Foto: Trinity Care Foundation vía ONT.

Silvia López, Doctora en Ciencia Política y Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid, investigadora y docente que acaba de publicar el primer tomo de la colección LAS Imprescindibles (Dos Bigotes, 2019) dedicado a Judith Butler (Los cuerpos que importan en Judith Butler), afirma que “las vidas más precarizadas son las vidas que de antemano ya eran vulnerables”. “Este ha sido un asunto silencioso y normalizado que atravesaba las decisiones y las expectativas sobre las mujeres contribuyendo a mantener el sistema”, continúa Zafra.En las últimas décadas las mujeres han ‘salido’ del hogar y aspiran a incorporarse a todo tipo de trabajos, pero esto acontece sin que los hombres hayan ‘entrado’ a compartir los trabajos de cuidado y sin que existan suficientes medidas sociales”, agrega.

Por eso no es de extrañar que a Carolina León la palabra “conciliación” le suene “tramposa”. Según afirma, “sigue poniendo la responsabilidad en el interior de las unidades familiares”. “Las empresas no diseñan empleos que sean conjugables con la vida personal, y se sigue entendiendo que las necesidades de cuidados son un problema privado para la empleada o empleado, así que politizar esas situaciones es extremadamente complicado. La empresa busca maximizar beneficios, la vida buena no es un objetivo en general”, prosigue.

Un día después las mujeres seguimos luchando en las portadas de todo el mundo 3
Huelga Feminista en Madrid. | Foto: Susana Vera/Reuters

A pesar de lo que pueda parecer, León cree que “para nada la cuestión de los cuidados -entendida en sentido “amplio” como “la necesaria interrelación de todas las personas para su bienestar personal y común- esté en el centro del debate político, ni siquiera en el centro del debate feminista. Si fuera así, “estaríamos aprobando moratorias de desahucios a familias, reforzando servicios públicos, promoviendo iniciativas de inclusión de personas con diversidad funcional, asegurando recursos para la vida buena (cuidando el medio ambiente de otro modo, etcétera). Que se use mucho la palabra no significa que se estén haciendo políticas feministas. Más bien, a menudo se hablar de «cuidados» en el vacío”, señala.

¿Qué otras medidas contra la precariedad podrían tomarse desde una perspectiva feminista? Un asunto primordial para Remedios Zafra serían las “políticas de consenso en cuestiones tan importantes como dependencia e igualdad”. En cuanto a lo laboral, Zafra piensa que “de poco sirve reducir una jornada, si la jornada continúa en casa y si seguimos sin tratar los temas ‘que no se ven’”. Subraya también que “la desigualdad y la pérdida de vínculos colectivos estructuran también el escenario laboral y de muchas maneras sostienen a la precariedad”. En este sentido, “el feminismo es un ejemplo del poder de la hermandad y la alianza”.

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Imagen vía Anagrama.

Apunta otras dos ideas: Desacomplejar la idea de ‘trabajo’, que en España sigue muy identificada con el ‘lugar al que se va’ y no con ‘la práctica que se realiza’, obviando que es un asunto también de ‘tiempos’ y no (o no solamente) de lugares” y “favorecer políticas que permitan crear imaginarios más diversos y libres para las personas (por ejemplo, los hombres también cuidan) y que las ayuden a imaginar y construir su futuro de manera igualitaria”.

Carolina León recuerda que “sigue pendiente, desde el gobierno de Rajoy, algo tan sencillo como sumarse a la instrucción de la OIT que daría a las empleadas de hogar los derechos básicos de cualquier trabajador por cuenta ajena”. Para Butler, según explica Silvia López, “el papel de la izquierda ha de ser promover alianzas transversales entre quienes han sufrido en mayor medida las consecuencias de la precarización de las vidas: personas que trabajan en precario, mujeres atravesadas, por ejemplo, por el recorte de sus derechos sexuales o reproductivos (como se está planteando actualmente en EEUU), personas trans, queer o LGTB (denostadas en discursos como el de líderes recientemente ascendidos al poder, como Bolsonaro en Brasil, o en el discurso de dirigentes de Vox, en España), personas migrantes o en búsqueda de refugio y asilo, invisibilizadas, abandonadas, encerradas (en jaulas de acuerdo a la política de Trump en EEUU, o en CIE, como ocurre en España), por poner solo algunos ejemplos”.

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‘La liberación de Aunt Jemima: Cocktail’ de Betye Saar (1973). Cortesía de Roberts Projects vía Artsy.

Feminismo para cambiar el sistema

“Sí rotundo: el feminismo es el único movimiento capaz de politizar la vida en sentido amplio y el único capaz de proponer las transformaciones del sistema que niega las condiciones para una vida buena, sin violencias de ningún tipo”, así de tajante responde Carolina León a la pregunta de si es el feminismo hoy el movimiento más capaz para llevarnos por nuevos caminos en busca de una vida mejor. Ante su auge paralelo a las tensiones fruto de la precariedad creciente, ya imposible de ignorar, el feminismo se presenta como teoría y práctica para aspirar a un mundo más justo en todas las esferas de la vida. Remedios Zafra también está de acuerdo: “La vida no era solo la vida pública, la vida había sido escindida de lo que importaba. Su materialidad, los cuerpos, los afectos, los cuidados y sus saberes habían sido recluidos al otro lado de la puerta. Las activistas, políticas y pensadoras feministas han tenido que ver en este cambio de foco, entre otras cosas porque ha sido el territorio difuminado de las mujeres”.

A las pensadoras feministas se está dedicando precisamente Silvia López desde LAS Imprescindibles. La colección pretende ofrecer a todo tipo de lectores y lectoras las claves de algunas de las más destacadas y contemporáneas de forma accesible con la idea de armarse de teoría para pasar a la acción; con el objetivo, entre otros, de demostrar que el feminismo no significa únicamente igualdad, o no tiene por qué. “Podemos entender -también- los feminismos como propuestas para la vida en común, tanto en su dimensión de movimiento social como en su dimensión de creación de pensamiento, de creación de nuevos vocabularios y marcos con los que analizar nuestras realidades, nuestras experiencias. Una propuesta sobre cómo han de ser las bases de esa vida en común. En efecto, la desigualdad entre hombres y mujeres, como discriminación histórica y con multitud de consecuencias, es el eje que articula la conversación. Pero el pensamiento y la acción feministas está debatiendo asimismo las complicidades del sistema patriarcal y el sistema capitalista en la creación de desigualdad y sufrimiento, y están visibilizando el valor económico, cohesivo y emocional de la provisión de los cuidados, desarrollados mayoritariamente por mujeres de manera gratuita, invisibilizada y precaria. Y, cómo no, ello nos brinda nuevas miradas hacia el análisis económico”, explica López.

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Judith Butler y Angela Davis, dos de las imprescindibles. | Imagen vía Dos Bigotes.

En el primer libro de la colección, dedicado al pensamiento de Judith Butler (Kate Millet y Angela Davis serán las siguientes), “se aborda en extenso cómo desde el análisis que esta autora propone podemos entender mejor que hay un tipo de precariedad que es impulsada por la acción institucional y que afecta diferencialmente a los cuerpos y a las vidas”. “Para la autora -explica-, la vulnerabilidad es parte de la esencia humana; por ello, ser vulnerable no es el problema, el problema es el aislamiento. Por eso apuesta por fortalecer redes en las que insertarnos, redes de apoyo que faciliten no solo la vida sino la buena vida”. Estas pueden ser “las redes de amistad”, pero también “necesitamos también condiciones materiales que nos permitan vivir, y vivir bien, llevar una vida que sea digna de tal nombre (empleo, vivienda…). Y para ello los poderes públicos han de asumir la responsabilidad de establecer servicios y recursos que faciliten y alienten una vida vivible”, argumenta.

Carolina León está con Butler en su tesis “sobre las interdependencias y la necesidad de la ‘red de manos’ para sostener los cuerpos”, pero advierte: “hemos construido sociedades que dan la espalda a esa realidad, y en verdad vivimos bastante en la ficción individualista y autónoma, hasta que necesitamos esa ‘red’. Mientras tanto, no hemos conseguido que los cuidados dejen de estar feminizados, en general en el interior de la familia o con la contratación de trabajo precario sin derechos, interno o externo”. En este sentido, apunta que “hay una clamorosa ausencia de responsabilidad social, de comunidad para hacer más llevaderas algunas de estas situaciones”, por lo que son necesarias “instituciones para atender un gran número de cuidados especializados (medicina, enfermería, geriatría, atención infantil, dependencias)”. “Debemos exigir redes más firmes y mejor dotadas de servicios públicos en todas esas áreas, que complementen a familias y comunidades. No se trata solo de lo público-privado, sino de una relación ideal, fluida, entre lo privado, lo público y lo común”, defiende.

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Remedios Zafra: «Hoy las formas de explotación han cambiado a formas también de autoexplotación donde el tiempo es lo más escaso y por ello lo más valioso». | Imagen: Grafitti anónimo en EE.UU.

¿La ‘buena vida’ es compatible con el sistema capitalista?

“Creo que lo más perverso del asunto no es ‘que la vida que este sistema favorece no sea vivible’, sino que es ‘mínimamente vivible’. Quiero decir que permite a la gente ir tirando en mundos cada vez más desiguales pero sin llegar a ese punto de tensión que generaría mayor movilización social”, reflexiona Zafra. Cada vez más y más ocupados en trabajar por sueldos que distan de ser altos, “hoy las formas de explotación han cambiado a formas también de autoexplotación donde el tiempo es lo más escaso y por ello lo más valioso. La tecnología ha tenido mucho que ver en la conversión de la vida en trabajo allí donde siempre estamos conectados. La cultura neoliberal y el capitalismo son grandes beneficiarios y saben rentabilizarlo porque ese grado de velocidad alimenta la maquinaria y la hiperproducción competitiva”.

Carolina León lo suscribe: “creo que ni los cuidados ni la política (como responsabilidad personal de implicación activa) ni la generación de comunidades son compatibles con el sistema capitalista, pero sin embargo suceden”. Sin embargo suceden. “A pesar de todo”, prosigue. Por ello, estas tres realidades -política, cuidados y comunidades- son para para ella “entornos a cuidar, a potenciar y visibilizar”. “Y creo que el feminismo más transformador es por ello precisamente anticapitalista de base”, zanja.

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