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Vacaciones multiaventura

Vacaciones multiaventura

Sam Loyd | Unsplash

Pensando en mis vacaciones —para las que me quedan aún un montón de semanas— y viendo las fotos que sube la gente de las suyas a las redes sociales, he llegado a la conclusión de que vivimos una dictadura de las vacaciones: si coges vacaciones, hay que viajar. Y si viajas, lo tienes que hacer con concepto.

No vale irse de viaje y ya. Hay que ponerle un apellido: «vacaciones relax», que es básicamente poner la papaya al fresco; «vacaciones gastronómicas», que es subir muchas fotos de comida, da igual que no esté buena, incluso que no sea tu comida. Esto les pasó a dos amigas mías. Estando de vacaciones jalándose un arroz con bogavante, unas Instagramers les pidieron fotografiar su plato para para subirlo como propio. También tenemos las «vacaciones culturales», te haces fotos con todas las iglesias (por fuera) y con cualquier estatua que veas por la calle; «vacaciones de desconexión», similares a las «relax» pero para tiesos. No tienes un duro, te vas al pueblo y te pasas los quince días enganchado al teléfono contando a los cuatro vientos que estás desconectando mucho. Y mi modalidad favorita, «vacaciones multiaventura», empleas a fondo tus días de descanso en encontrar la manera más absurda de morir.

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Incentivos alternativos para aprender a hablar inglés. | Foto: Lubo Minar | Unsplash.

Digo que las vacaciones multiaventura son mis favoritas porque es la tipología que todos adaptamos a nuestro mise en place vacacional. Es comenzar las vacaciones y sentir unas ganas locas de querer palmarla porque sí. Da igual si es saltando desde un acantilado, que desde un balcón de Mallorca. Nos vale jugarnos la vida haciendo parapente en cualquier país del tercer mundo o comiendo todo lo que te venda por la calle alguien de dudosas prácticas en higiene alimentaria. ¿Que aquí se lleva subirse tres en la moto de un desconocido y recorrer 40 kilómetros sin casco? Adelante, son sus costumbres y ahora también las mías. 

Para tener unas vacaciones por derecho, hay que hacer mucho el tonto y dejarlo registrado. De hecho, observo con cierta resignación cómo desde que hay redes sociales y Whatsapp damos rienda suelta a nuestras crónicas multiaventura minuto a minuto. Es como si hubiésemos asumido que mola matarse en directo y dejar a tus contactos como herederos del trauma de presenciarlo. 

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«¡Mira, mamá! ¡Sin sensibilidad en la columna!» | Foto: Benjamin Wedemeyer | Unsplash.

Lo peor es cuando esas fotos de «tontos por el mundo» llegan a las madres de esos tontos viajeros. Por favor, esto es un mensaje muy serio: Si alguien hace muy fuerte el zote en vacaciones hasta el punto de que su estupidez sea incompatible con la vida, que no mande fotos al grupo de la familia. Una madre sufre, sufre todo el tiempo, constantemente. Sufre por si pasas frío en invierno o calor en verano, sufre por si no has comido suficiente con los dieciocho táperes que te envió. ¿Cómo no va a sufrir con esas publicaciones que haces, que más que fotos parecen tu candidatura a los premios Darwin? No le hagas sufrir a tu madre.

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