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Así es la carne de laboratorio que puede acabar con el hambre en el mundo

En cierto modo una de las preocupaciones del hombre (y de la mujer) de hoy deriva de las implicaciones éticas de comer animales en una sociedad que ofrece tantas posibilidades para no hacerlo.

Así es la carne de laboratorio que puede acabar con el hambre en el mundo

Reuters

En cierto modo una de las preocupaciones del hombre (y de la mujer) de hoy deriva de las implicaciones éticas de comer animales en una sociedad que ofrece tantas posibilidades para no hacerlo. Los veganos son persuasivos y se esfuerzan por demostrar que una dieta sin carne es posible, que detrás de la producción de muslos, contramuslos y costillas hay horror y sufrimiento y una cadena de circunstancias poco estimulantes y suficientemente macabras como para convertir el acto de comer un chuletón de buey en un crimen contra nuestra propia integridad espiritual. Es un mensaje tramposo que persigue alcanzar el corazón de los no conversos y que apela únicamente a nuestra capacidad para emocionarnos y decir ‘No’ a pesar de ese instinto que nos empuja.

Con todo, existe un factor científico e incuestionable que justifica que dejemos de comer animales. De acuerdo con los cálculos de las Naciones Unidas, la ganadería es responsable del 18% de las emisiones de gases de efecto invernadero, siendo las vacas las más señaladas. Este dato, tan sorprendente, se vuelve pequeño si atendemos a un informe de la organización ecologista Worldwatch Institute, que en 2009 fijó el porcentaje de emisiones en el 51%, haciendo énfasis en que la mayor parte de estos gases son partículas de metano y que cada una de ellas es 33 veces más dañina para la atmósfera que las partículas de dióxido de carbono, de las que andamos tan preocupados. Si a estas cifras añadimos que una tercera parte de las tierras fértiles del planeta se destinan a la cría de ganado y que la mitad de nuestros cultivos están dirigidos a su alimentación, podemos entender la necesidad de encontrar una alternativa a la carne que sea atractiva para el consumidor medio.

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El profesor Mark Post, en 2013, posando junto a la primera muestra de vaca cultivada. | Fuente: Reuters

En 2004, el profesor Mark Post, de la Universidad de Maastricht, en Holanda, comenzó sus primeros intentos de producir carne a partir de células musculares de vaca en su laboratorio. Este proyecto parecía un delirio y una locura, pero pasó poco tiempo hasta que pudo demostrar que partiendo de unas pocas células madre –extraídas de una vaca viva- se puede obtener más de diez toneladas de carne, que todo lo que se necesita es controlar el crecimiento y la reproducción de unas células que nutridas adecuadamente con agua y vitaminas se multiplican con rapidez y sin fin.

“Necesitamos menos recursos que la industria para producir carne, por lo que podemos aumentar la producción y alimentar a todo el planeta”, dijo el profesor en una entrevista de 2016 para la televisión alemana DW, dejando a las claras que está construyendo una nueva oportunidad para erradicar el hambre en el mundo. Los presagios son esperanzadores, pero la meta, por costosa, parece lejana: la primera hamburguesa de carne cultivada en su laboratorio se vendió en 2013 y la compró el dueño de Google, Sergei Brin, por 250.000 dólares.

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Una receta con pollo cultivado de Memphis Meats, ahora en 2017. | Fuente: Memphis Meats

 

Sin embargo, los pasos siguen sucediéndose y más allá de universidades hay empresas que marcan el futuro. “Es emocionante presentar las primeras carnes de pollo y pato procedentes de animales que no han sido criados”, dijo Uma Valeti, directora de la compañía norteamericana Memphis Meats, en un comunicado de prensa a principios de marzo. “Aspiramos a producir en masa esta carne que será deliciosa y sostenible”. Memphis Meats, que presenta con orgullo su trabajo, ha reconocido que cada kilo de pollo producido les ha costado 18.000 dólares, pero que esperan rebajar el coste hasta los 5 dólares en 2021, cuando su producto estará listo para ser comercializado. En su caso, agregan, las emisiones de gases invernadero son un 90% inferiores al de la industria tradicional.

El principal logro de la compañía no es tanto que hayan conseguido crear un producto con los nutrientes propios de un pollo de corral, como que éste tenga el mismo sabor que ese pollo de corral. Y aquí está la clave: el placer gustativo es, a fin de cuentas, aquello que nos retiene.

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