THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

'Cum laude' en azotes a una iletrada

«Saúl me azotó con una furia contenida, como un vino gran reserva que se abre y respira tras un largo tiempo de maduración»

‘Cum laude’ en azotes a una iletrada

Unsplash

Mi predisposición a ser enseñada me entrega a manos hacedoras que marcan el camino hacia cualquier lugar. Mientras sea suyo sobre sus ganas de mí, me vale. Una tarde de preguntas y respuestas me dejaron el culo rojo, las piernas arañadas y el coño irritado y babeante como si las paredes de mi vagina hubieran albergado un puñado de sanguijuelas hambrientas. Saúl había zarandeado sus dedos enérgicamente deshaciendo las sábanas de mi interior acolchado. Le paré al grito de «lo voy a poner todo perdido si no paras ya», o al menos eso entendió del gruñido frenético desde el que acerté a mover la cadera con tal ímpetu que peligraba cualquier objeto mojable de la habitación.

Me había colocado de pie ante él, con los codos en la mesa y el culo en su cara. Le apetecía estudiar la geografía de mis muslos; una cordillera mullida que ascendía hacia el valle de un río seco, de verano andaluz, por el que un instante más tarde correría el caudal. Me aró la carne con sus uñas de buey. Cavó surcos y de entre ellos elegiría el más profundo para sembrar. Por cada ruta por la que pasó con sus dedos hirientes, un golpe en la mesa que mediaba mi gusto y dolor. Por cada golpe en la mesa, un shush que ordenaba silencio y una amenaza de incremento de la acción. Trazó un mapa de líneas rojas con afluentes hinchados e irritados que ardían en una hilera ascendente apuntando hacia los labios abultados que me cierran el coño. Pellizcó ese trozo de carne y tuvo que clavarle las uñas igual que se muerde fuerte un codo antes de llegar al  respingo que le hincó mi culo en el rostro.

Anduvo paseando la nariz por mis nalgas hasta que las abrió y se zambulló entre ellas. Hocicado allí, me respiró.  Respiró, respiró y respiró tan feroz como el lobo que sopló las primeras casas de los tres cerditos; y al igual, como si de paja y madera estuviera hecha, me derribó el culo en la primera cornada. Embutió su nariz de rinoceronte en cabezadas que alternaba con largas lamidas. Se soltó el hilván que fruncía mi ano apretado. Saúl me comía el culo como un manjar. Cuando tuvo sed, bajó la cabeza buscando el hilo transparente que me pendía del coño como la seda de una araña. Lo atrapó al vuelo con la lengua y lo subió hundiéndose en mí. Le oía murmurar. Resultó ser una pregunta que me repitió impaciente y bien pronunciada al abandonar el abrevadero. De nuevo, era algo tan difícil que no supe contestar. A la de tres, un tiempo extra que me ofreció para salvar la reprimenda, se cerró la convocatoria y la evaluación tomó forma de azotes que resonaban agudos esparcidos por todo el vecindario. Yo tenía prohibido gritar. También tenía prohibido gemir, hasta casi respirar y me encelé del chasquido que retumbaba libre por las habitaciones de su casa.

Los codos seguían apoyados, la curva de la espalda se pronunció en un arco de mezquita y mi culo desabrochado esperaba entre el golpe siguiente y el posterior ser penetrado. Saúl me azotó con una furia contenida, como un vino gran reserva que se abre y respira tras un largo tiempo de maduración. Los golpes de Saúl estaban cargados de rabia y de ganas; tan justificados por mi enorme ignorancia que expiaban mi culpa. «Ignorante, ignorante, ignorante», me repetía alternando las nalgadas a cada lado.  Introduciendo su pulgar en mi culo y batiendo con la otra mano mi coño hecho mantequilla me entronizaba desde el insulto como el summa cum laude de las mayúsculas iletradas. 

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