THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Próxima estación... (parte IV)

«Por un momento, el mundo se hizo más íntimo. Sin embargo, no pudo evitar que se le colara un leve desencanto»

Próxima estación… (parte IV)

Un hombre y una mujer en la cafetería de una estación.

La conversación que hasta entonces habían tendido con pinzas en una cuerda que se aflojaba a cada palabra se iluminó con un rayo de luz espontáneo, como el que se encuentra a un viejo amigo en medio de una multitud. Por un momento, el mundo se hizo más pequeño. El hallazgo les cambia el tono y la luz; la imagen del otro les resulta más familiar. La charla se encendió con algo propio, como si el brillo de una aguja les perforara las camisas con un hilo rosado para darles una puntada que les hacía estar más cerca. Como si ese hilo que pende entre una camisa y otra simulara una sonrisa horizontal y les hiciera cómplices de una nueva colección; la de las historias entre desconocidos en una estación de tren.  

«Y qué, ¿te está gustando?», le pregunta Saúl con picardía. «A mí me encantó, una obra atrevida con todo esto de la sumisión y el sexo anal contado por una mujer». Amanda descifra un aumento de irrigación en la vena que perfila la sien de Saúl. Por un momento, el mundo se hizo más íntimo. Sin embargo, no pudo evitar que se le colara un leve desencanto. No es que él dijera algo incorrecto, simplemente se queda en lo evidente, como si solo hubiera rozado la superficie de lo que para ella era un océano profundo. Para Amanda el tema principal no está en la evidencia de las orillas de este mar de palabras sino en algo que aparece mar adentro; quizás algo que solo pueda comprenderse plenamente si lo has arrullado en carne propia.  Esto le dijo algo sobre este Saúl sin quitarle ganas de él, solo recolocándolas. Esta misma simplicidad que le frustra un poco también le atrae. Algo en su manera sencilla de expresarse le resulta curioso, como si su visión despojada de adornos le diera un respiro a su propia complejidad, una especie de descanso de su modo de ver las cosas, siempre tan enmarañado e intenso. Saúl se le antojó crudo, asequible y directo, como un bocadillo de jamón sin pretensiones para una boca hambrienta. Aunque una parte de ella sigue deseando que él pudiera ver lo que ella ve en esas páginas, otra se siente altamente cautivada por su manera de resumir lo enrevesado en algo más elemental. 

«Me está encantando. Lo he devorado en este primer tramo de tren, pretendo acabar con él en el siguiente», le dijo sin pronunciarse sobre lo que la obra significaba para ella. Elige no compartir su pensamiento para preferir que él asuma que están en la misma sintonía; un acuerdo tácito que convierte el silencio en un sistema sin significantes. Así, las palabras no interrumpen el juego que apenas empieza a ver la luz. Prefiere no romper la burbuja, seguir hilando una cercanía, esta vez sobre lo no dicho. Opta por un recreo menos verbal y más sugestivo, por eso le regaló una sonrisa maliciosa mientras pasaba las páginas con un movimiento de abanico para que viera lo poco que le quedaba para terminar. Las hojas se movieron rápidamente haciendo un suave susurro mientras se abrían y cerraban con el vaivén, tal y como Amanda quería que su culo fuera pensado en ese preciso instante por Saúl; un culo palpitante, babeante, latiente y hambriento que le irrigara con fuerza la vena de la polla, esa que compartía patrón con la de la frente. Así tanto le supo sonreír, como una dama de la alta sociedad del siglo XVIII que usa su abanico para expresar sus más oscuras intenciones: ser pensada como una obediente sodomita a ojos de él.  Lo del amor profundo por el otro fruto de la encarnizada lujuria establecida por los dos que radica en el abismo de la mirada compartida cuya ternura es capaz de vestirse hasta con rastros de dolor lo deja para otro momento. No era éste el sitio para levantar el velo que cubre la mano y revelar la paloma. Sí lo era para seguir tensando la cuerda donde tendían cada paso de este juego de mostrador. 

«Por cierto, qué tren esperas». 

«El siguiente a Madrid».

« Vaya, el mismo que yo». 

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