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Opinión

No está el horno de Rocío Carrasco para bollos

«Se puede ser víctima de malos tratos y ser, a la vez, un bicho. Somos así de complejos»

No está el horno de Rocío Carrasco para bollos

Rocío Carrasco, en una foto de archivo. | Mediaset

Casi tres años después del estreno de la serie Rocío, contar la verdad para seguir viva, la llamada ‘marea fucsia’ sigue llevando al TT diario el hashtag de apoyo a su protagonista, Rocío Carrasco. Se ve que hay gente que no tiene nada que hacer en la vida. Entiendo que uno publique mensajes sobre la canción de su cantante favorito, sobre la película de su actor favorito… ¿Pero qué demonios publicas sobre tu mujer maltratada favorita cada día del año y sin venir a cuento? Son los tiempos que nos han tocado vivir: Rocío se ha convertido en icono de un feminismo que ha hecho de su causa una bandera que ha ondeado por los platós haciendo olvidar sus exclusivas y polémicas de antaño, cuando vendía su vida al mejor postor de la prensa del corazón.

Los ‘carrasquistas’ bautizaron su movimiento con el color del vestido que llevó la hija de ‘la más grande’ durante la grabación de aquellos episodios que removieron los cimientos de Telecinco hasta el punto de derrumbar parte del edificio, dejándolo en ruinas sin que, hasta ahora, haya podido repararse los daños ocasionados.

Algunos bromearon con la idea de que Rocío portara mal fario allí donde iba, empezando por su matrimonio y acabando en los programas en los que participa. Hay que tener mala baba, pero hay que ver cómo se las gasta el destino porque parece como si quisiera dar pábulo a las malas lenguas llevando la desgracia allí donde aparece la ‘heredera universal’: uno a uno cayeron los presentadores de la serie, luego le tocó el turno a los programas más populares del buque insignia de Mediaset; su último fracaso, su participación en Bake Off, famosos al horno, el reality de pasteleo de TVE que no levanta cabeza por mucha levadura que le hayan metido al casting. El programa ha cambiado de día de emisión, pero ni con ésas: los datos son malos y no ha alcanzado el millón de espectadores en el prime time.

Rocío tiene sus seguidores, no hay más que ver las redes sociales, pero es posible que tenga más detractores o, lo que no es un hecho menor, que su imagen provoque cierto rechazo debido a la incoherencia del personaje.

Si echamos la vista atrás, recordaremos cómo aquella docuserie vino a presentarla como una víctima convertida en heroína: capítulo a capítulo, se construyó el relato de una mujer maltratada por su marido, atrapada en una relación tóxica y destructiva que la llevó, finalmente, a perder también a sus hijos. Su hija, primero, tras agredirla de manera violenta cuando todavía era menor de edad. Su hijo, después, cuando el padre no se lo devolvió tras unas vacaciones de verano. Para ello, no se dudó en contar con expertas en violencia de género, abogadas y feministas cargadas de razones que luchaban, semana a semana, con una realidad: no hay sentencia contra Antonio David Flores, no hay caso, por mucho que las confesiones de la supuesta víctima resultaran de lo más convincentes y estremecedoras. Rocío utilizó de manera inteligente las pruebas que tenía combinándolas con testimonios de apoyo a su causa y, cómo no, unas vivencias en primera persona que nadie podía corroborar pero que la audiencia daría por válidas.

Rocío, contar la verdad para seguir viva venía a decirnos que se acabara de cuestionar su papel como madre, como ‘mala madre’, y se reconociera el dolor sufrido como víctima de violencia de género. Pero el caso no se ha reabierto, no hay causa contra su exmarido y, por si fuera poco, la única sentencia que existe es contra ella por el impago de la pensión por incapacidad de su hijo. La Audiencia de Madrid la ha condenado a pagar una multa de 900 euros y una indemnización de 13.200 euros. Y si se libra de la cárcel es porque su hijo renunció expresamente a la petición de un año realizada por el Ministerio Público.

No está escrito que no se pueda ser víctima de malos tratos y no ser una madre ejemplar. Una cosa no quita la otra.

La Carrasco sacó la artillería pesada con En el nombre de Rocío: lanzó auténticas bombas contra los Mohedano y empleó la misma técnica de mezclar datos y documentos con testimonios que nadie puede ya verificar («me lo dijo mi madre», esa excusa sonaba como una letanía a la que se aferraba cuando más lo necesitaba), que al final nos hacía ver que toda la familia, incluida ella, era partícipe del mismo juego carroñero a costa de la herencia. Todos iguales, hechos los unos para los otros: es lo que tiene llevar la misma sangre. Una pandilla de tóxicos de mucho cuidado. Y Rocío encantada de celebrar la vendetta con una fiesta de la matanza pagada por Vasile.

Tampoco está escrito que no se pueda ser víctima de malos tratos y ser, a la vez, un bicho. Somos así de complejos.

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