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Adiós a las indias portuguesas

Soldados indios invadieron Goa hace 60 años, fue el fin de cinco siglos de India Portuguesa

Adiós a las indias portuguesas

Los portugueses se rinden al Ejército indio siguiendo el protocolo militar.

Fueron los primeros en llegar y los últimos en irse, los portugueses «descubrieron» la India en 1498, y mantuvieron su presencia colonial allí hasta 1961, catorce años más que el poderoso Imperio británico.

En las Navidades de 1497 el navegante portugués Vasco da Gama logró vencer al Cabo de la Tormentas, la punta extrema de África, que por algo se llamaba así. Lo rebautizó Cabo de Buena Esperanza porque ante él se extendía el mar que llamamos Índico, es decir, el Océano de la India, pues baña las costas de ese subcontinente, a las que llegó el día 20 de mayo de 1498.

Era el premio que habían estado buscando portugueses y españoles desde hacía décadas. Seis años antes, Colón y los hermanos Pinzón creyeron haberlo ganado, llegando a las Indias a través del Atlántico. Se equivocaron, era América. Pero ahora no cabía duda de que Vasco da Gama había llegado a la legendaria India, 1.800 años después de que lo hiciera Alejandro Magno.

Desde aquel lejano pasado en que Alejandro completó una de las mayores gestas de toda la historia, la India había permanecido virgen para los europeos. Marco Polo decía haberla visitado acompañando a una princesa oriental, pero Marco Polo contaba muchas historias de las que no hay prueba ni huella. También dice la tradición que estuvo allí un discípulo de Cristo, Tomás, uno de los Doce Apóstoles, pero no era europeo, era judío de Palestina.

La presencia portuguesa en la India, en cambio, es indudable, histórica y permanente durante cuatro siglos y medio. Una década después de Vasco da Gama, el descubridor, llegó Alfonso de Albuquerque, el conquistador, que en 1510 tomó Goa. Fundó la Velha Goa (Vieja Goa), que se iba a convertir en base de operaciones y capital de un Virreinato llamado Estado da India. Al año siguiente Alburquerque conquistó Malaca, en la actual Malasia, y en 1515 se apoderó de la isla de Ormuz, la llave del Golfo Pérsico.

Apoyándose en esa cabeza de puente asiática, los portugueses crearon un imperio comercial, que no poseía grandes territorios ni muchos súbditos, pero sí puertos y factorías estratégicamente distribuidos por África, Arabia, las codiciadas Islas de las Especias (actual Indonesia), China (conservaron la soberanía de Macao hasta 1999) e incluso el país más hermético y alejado de Europa, Japón.

Goa era no sólo la capital política de ese emporio mercantil, residencia del virrey de Asia, sino el centro de intercambio comercial más importante de Oriente, ganándose el apelativo de Goa Dourada. «El que ha visto Goa, no necesita ver Lisboa», decía un proverbio, aunque en realidad era aún más cosmopolita que la ciudad del Tajo, pues en sus tiendas se encontraban no sólo las manufacturas portuguesas, sino todas las especias de las Islas de la Especería, la porcelana y la seda de china, las piedras preciosas de la India, los animales exóticos de África, las perlas de Arabia…

Llegan los españoles

España y Portugal se habían repartido literalmente el mundo en 1494. El Tratado de Tordesillas estableció una línea en medio del Atlántico, a 370 leguas de las Islas de Cabo Verde. Todo lo que quedase al Oeste de esa línea, es decir, América, le pertenecía a España, todo lo que quedase al Este, es decir, África y Asia, a Portugal. El acuerdo se respetó en líneas generales, aunque se encontraron con una sorpresa, Sudamérica tenía una panza que quedaba al Este de la línea, lo que explica la colonización portuguesa de Brasil.

Pero si nuestros conquistadores no podían ir a las tierras asiáticas, sí fueron otros españoles igualmente conquistadores, aunque conquistadores espirituales: los jesuitas. La Compañía de Jesús fue fundada en 1534 por un grupo de estudiantes españoles en París, capitaneados por Ignacio de Loyola y Francisco Javier. Este último sentía una pasión misionera que le hizo emprender un viaje sin fin hacia Oriente. Tras un año de penas y peripecias llegó a Goa en 1542, y comenzó un apostolado en la India –tras aprender la lengua tamil, por supuesto- tan intenso que confesaría: «Muchas veces me parece tener cansados los brazos de bautizar».

Luego, enfrentándose a piratas y tormentas, navegó a Malasia, las Islas de las Especias, Japón y China. Cuando llegó a la costa de China en 1552, falleció por pulmonía, o por agotamiento, a los 46 años. Lo enterraron en China, pero Goa reclamó su cuerpo. La capital del comercio de Oriente, rebosante de mercancías preciosas, consideraba que los restos del jesuita español serían una valiosísima reliquia, como así ha sido.

Cuando exhumaron su cadáver en China –¡primer prodigio!– lo encontraron fresco. Lo llevaron primero a la colonia portuguesa de Malaca, que estaba azotada por la peste, y –¡segundo prodigio!– la epidemia desapareció. El cuerpo incorrupto de Francisco Javier no fu enterrado en Goa, sino depositado en una urna de plata y cristal, para que se pueda contemplar el prodigio. Durante un siglo conservaría incluso la flexibilidad. Curiosamente, pasado ese periodo, vino el declive económico de Goa a causa de la competencia holandesa.

Portugal fue absorbido por la corona española en 1580, cuando Felipe II fue elegido rey por la Cortes portuguesas en Tomar, a causa de la extinción de la dinastía portuguesa. Se separó en 1640, aunque ya nunca sería una potencia. Tuvo que aceptar el papel de satélite de Inglaterra, pero misteriosamente logró mantener sus posesiones imperiales repartidas por todo el mundo hasta la segunda mitad del siglo XX.

Era una paradoja histórica, un país pequeño, pobre y con poca población, que además tenía que emigrar a Francia o Brasil en busca de trabajo y subsistencia, mantenía soberanías en la India, en China, en el Pacífico y en buena parte de África. Pero cuando Gran Bretaña le dio la independencia de la India en 1947, la suerte de Goa estaba echada.

A principios de los años 50 el gobierno indio, presidido por el líder histórico Nehru, comenzó las presiones diplomáticas, políticas y económicas para «recuperar» Goa. Lisboa resistió las presiones, llevó el caso al Tribunal Internacional de La Haya y, curiosamente, ganó el caso frente a la India. Portugal tenía derecho a Goa. A Nehru solamente le quedaba la manu militari.

La desproporción entre las fuerzas armadas de ambas partes era inmensa. Lisboa solicitó a su secular protectora, Inglaterra, la utilización de las bases aéreas británicas para enviar tropas de refuerzo, pero los ingleses antepusieron la prudencia a la lealtad, y se negaron. Entonces Oliveira Salazar, el dictador que gobernó Portugal durante 36 años, le hizo llegar al gobernador de Goa, Vassalo e Silva, una orden y unas píldoras. La orden era combatir hasta la muerte del último soldado, las píldoras cianuro para que el gobernador se suicidara antes de caer prisionero.

Vassalo e Silva no hizo ni lo uno, ni lo otro. La guerra entre la India y Portugal duró tres días, la batalla por Goa duró tres horas, y cuando habían muerto 30 portugueses y 22 indios, el gobernador se rindió. Era el fin de las Indias Portuguesas.

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