THE OBJECTIVE
Cine

Spielberg y la tentación del remake

¿Por qué un genio como Spielberg decide, a los 75 años, rodar una nueva versión de West Side Story? Respuesta sencilla: porque quiere y porque puede.

Spielberg y la tentación del remake

La actriz Rachel Zegler. | Kay Blake (Europa Press)

¿Por qué un genio como Steven Spielberg decide, a los 75 años, rodar una nueva versión de West Side Story? Respuesta sencilla: porque quiere y porque puede. La flamante adaptación del musical más famoso de la historia del cine, a cargo del director más taquillero de todos los tiempos (10.500 millones recaudados con 34 filmes), es ya una de las películas imprescindibles de estas Navidades, aunque las cifras de su estreno en nuestro país no vayan a desbancar el bombazo de Spider-Man: No Way Home, que ha ingresado más de 7 millones en su primer fin de semana en salas. Poco importa.

Lo cierto es que el creador de tantos hitos modernos se ha dado el capricho de llevar otra vez a la gran pantalla las peleas callejeras de los Sharks y los Jets, con la ciudad de Nueva York como telón de fondo y la banda sonora de Leonard Bernstein y Stephen Sondheim como únicos factores invariables e irrenunciables. Y lo hace mejor que bien, actualizando algunos conceptos de la cinta de 1961 de Robert Wise y Jerome Robbins –por ejemplo, confiriendo mayor protagonismo al conflicto racial que a la historia de amor–, pero sin que la historia pierda su esencia y su magia.

«No me importa si el resultado es bueno o malo. ¿Qué necesidad había de volver a filmar una obra maestra?», comentaba ayer al respecto un amigo cinéfilo. Y no le falta razón. Si yo fuera un alto directivo de cualquier major hollywoodiense, al estilo de Monroe Stahr –a la sazón, protagonista de El último magnate de Francis Scott Fitzgerald–, tal vez le habría dicho lo mismo al bueno de Steven. Pero acaso la única necesidad perentoria que había aquí era la del propio cineasta.

Y es que el autor de La lista de Schindler (1993) ha tardado más de tres décadas en volver a recrear una peli ajena, quizá porque su debut en estos menesteres, titulado Always (1989), resultó una decepción mayúscula, comparada con el largometraje original de Victor Fleming (Dos en el cielo, 1943). Menos mal que, aquel mismo año, nuestro hombre estrenó también con enorme éxito Indiana Jones y la última cruzada –tercera entrega de la saga protagonizada por Harrison Ford– y aquello contribuyó a hacer olvidar el patinazo.

Además, Spielberg soñaba desde muy joven con rodar un musical. De hecho, estuvo a punto de hacerlo con 1941, pero aquel relato cómico sobre la paranoia de un desembarco nipón posterior al bombardeo de Pearl Harbour no tuvo apoyo suficiente de la industria y terminó siendo su primer batacazo de taquilla. Se quedó entonces con las ganas y de aquellas aguas vienen estos lodos.

Como él, muchos otros grandes del séptimo arte de todas las épocas han caído en la tentación del remake, simpático extranjerismo admitido hoy por la RAE, que lo define como la «adaptación o nueva versión de una obra, especialmente de una película». Pero esta tendencia no se circunscribe exclusivamente al entorno cinematográfico, como evidencian otras formas de expresión, desde la literatura, hasta el arte o la música.

Cualquier lector empedernido recordará las innumerables versiones del mito de Don Juan, en novela, libreto teatral o ensayo, en distintos siglos o idiomas. Y los amantes del arte citarán, junto a Las Meninas de Velázquez, las de Picasso o las del Equipo Crónica. De los covers discográficos prefiero no hablar para no extenderme. Lo dejaremos para un artículo futuro, en cuanto surja la menor excusa…

El caso es que un remake cinematográfico puede ser estupendo o espantoso, sin término medio que valga, porque el público en esta disciplina no admite medias tintas: o lo ama o lo odia. Y no siempre el espectador lo juzga con el distanciamiento y la imparcialidad necesarios porque hay títulos y actores que nos han marcado en algún momento de la vida. Así que, en pocos casos, admitimos que una recreación torpe o un intérprete imberbe ocupen su lugar.

A pesar de todos estos prejuicios e inconvenientes, la terquedad de algunos creadores es encomiable. No sé si es por ego, por dinero o por saldar una deuda con el fan que un día fueron. Lo cierto es que caen irremediablemente en la trampa del remake (e incluso del reboot, pero eso es otra historia). Y no todos salen victoriosos –ni tan siquiera indemnes– de la jugada.

Los más inteligentes son aquellos que se han limitado a repetir su propia cinta, aprovechando avances los tecnológicos del cinemascope o un mayor presupuesto con actores famosos de Hollywood. Véase, entre otros, los casos de Cecil B. DeMille con Los 10 mandamientos (1923 y 1956), Alfred Hitchcock con El hombre que sabía demasiado (1934 y 1956) o Michael Haneke con Funny Games (1997 y 2007). Nunca saldrán perdiendo en la comparación porque compiten consigo mismos.

En cuanto a los que –como Spielberg– saltaron sin red para hacer un refrito de la obra ajena, hay tantos desastres como aciertos. Empezando por los remakes fallidos, la mayor decepción que he tenido ha sido con mi muy respetado Gus Van Sant y esa adaptación de Psicosis (1998) que habría hecho enrojecer al mismísimo Hitchcock. ¿Qué falta hacía poner a Vince Vaught a masturbarse en la ducha? ¡Hombre, por Dios!

Otros fracasos en estas lides de gente que admiro bastante son el Old Boy (2013) de Spike Lee, el Vanilla Sky (2001) de Cameron Crowe –sólo se salva la canción de Paul McCartney–, El planeta de los simios (2001) de Tim Burton e incluso –atención, porque esta va a ser polémica– el Solaris (2002) de Steven Soderbergh. De directores que no me interesan, no me molesto en citar sus errores…

Con mis adorados hermanos Coen tengo una dicotomía tremenda. Como buen fan de los Estudios Ealing, no le pillé el punto a Ladykillers (2004), quizá porque el siempre entrañable Tom Hanks carece de la vertiente tenebrosa que desplegaba Alec Guinness en El quinteto de la muerte (1955) como flemático asesino de ancianitas. En cambio, me maravillé con su revisión crepuscular de Valor de ley (2010), que no tiene nada que envidiar a la primera adaptación de Henry Hathaway (1969), con John Wayne en el mejor papel de su etapa madura. Acaso el secreto está en que siguieron fielmente el relato que Charles Portis publicó por entregas en el Evening Post en 1968, en vez de copiar plano a plano la primera versión en celuloide. 

¿He dicho antes que también había aciertos? Pues son bastantes. Empecemos por los obvios, en orden caprichoso según me vienen a la cabeza (y no busquen otra explicación porque todas me encantan): Scarface-El precio del poder (1983), de Brian de Palma, con guión de Oliver Stone y un Al Pacino que se sale en el rol estelar. El cabo del miedo (1991) de Martin Scorsese, con un trío protagonista imbatible (Robert de Niro-Jessica Lange-Nick Nolte) que no se achica pensando en el precedente del gran Robert Mitchum. El muy sexi Drácula de Bram Stoker (1992), de Francis Ford Coppola, con Gary Oldman y Winona River al frente. El mensajero del miedo (2004) de Jonathan Demne, con Denzel Washington y Meryl Streep. Sin olvidar una de mis favoritas, Primera plana (1974), de Billy Wilder. Y así podríamos seguir un rato…

¡Cómo! ¿Qué creen que la presencia de ídolos consagrados en el reparto es determinante para salvar una segundas versiones acaso innecesarias? ¡Pandilla de escépticos! En los siguientes títulos con vocación de serie-B no hay figuras de relumbrón y sí mucho mérito. Apunten: La cosa (1982) de John Carpenter, La tienda de los horrores (1986) de Frank Oz, La mosca de David Cronenberg (1986), The ring (2002) de Gore Verbinski, Las colinas tienen ojos (2006) de Alexandre Aja o la espléndida La invasión de los ultracuerpos (1978) de Philip Kaufman (aunque aquí sí tiene cierto peso la actuación de Donald Sutherland).

Por último, dos títulos que quizá causen debateLa chica del dragón tatuado /  Los hombres que no amaban a las mujeres (2011), de David Fincher –con Daniel Craig y Rooney Mara como pareja protagonista­–, no solo está a la altura de la primera adaptación sueca del best-seller póstumo de Stieg Larsson, sino que acerca la trilogía Millenium al gran público sin restar un ápice de crudeza al asunto. En cuanto al Sabrina (1995) de Sydney Pollack, permítanme una debilidad personal. Por supuesto que Julia Ormond no le llega a la suela de los talones a la Audrey Hepburm del filme de 1954, pero Harrison Ford se enfrenta al fantasma de Humphrey Bogart sin pestañear, jugando con el cinismo y la perplejidad, como en sus mejores interpretaciones de Han Solo o del arqueólogo aventurero Henry Walton Jones Jr. Y ahí lo dejo.

Ignoro si todas estas elucubraciones servirán para animarles a dar una oportunidad a la cinta de Spielberg. Pero seguro que les habrán dado ganas de ver, un día de estos, alguno de los títulos citados en su plataforma digital de confianza. Lo cual no es mala cosa, en estas fechas tan familiares en que el rebrote pandémico invita a quedarnos un poco más en casa. ¡Feliz Navidad peliculera! 

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D