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'Avatar 2': una extraordinaria experiencia, completamente olvidable

Se estrenó la gran batalla épica de James Cameron. Visualmente es una joya, pero el argumento no le deja subirse a la ola

‘Avatar 2’: una extraordinaria experiencia, completamente olvidable

Cartel promocional de Avatar 2.

James Cameron no necesita aprobación. Ha marcado varias veces un antes y un después en el cine con sus producciones. Sin embargo, sigue obsesionado por incrementar su leyenda. Si Terminator 2 definió una época, y Titanic a una generación de románticos, con la secuela de Avatar el director nacido en Canadá es capaz de conectar con los más jóvenes, que crecieron con la estética de los hiperrealistas videojuegos de combate.

Desde la primera escena hasta la última, Avatar: El sentido del agua está hecha para deslumbrar. No hay nada dejado el azar. Todo forma parte de un mapa construido con paciencia de sastre; desde el movimiento de los personajes en el agua hasta las preciosas secuencias de animales que nos resultan familiares. Es tal el embrujamiento, que las tres horas y 12 minutos de duración no terminan siendo tan largas como se esperaba. Una prueba es que mi hijo de 12 años la vio de corrido, sin necesidad de ir al baño en algún tramo, algo casi imposible en un infante que se toma toda la gaseosa durante el primer tráiler.

Entonces, ¿es una buena película la nueva Avatar? Lo es en la medida que entiendas dos cosas: primero, que la historia es lo de menos y Cameron no tiene la mayor preocupación en trabajarla. Es una mezcla de los mismos ingredientes, incluso se repite al villano con una fórmula bien cuestionable. Es decir: hay un malo que quiere acabar con el héroe porque sí. La razón es casi infantil. De hecho, las motivaciones en las decisiones de los personajes no son precisamente brillantes. Y lo segundo a tomar en cuenta es que el director solo está preocupado por ampliar el universo de Pandora. Habrá que ver en las siguientes entregas (se han planificado cinco) para comprender en su justa dimensión a dónde nos lleva eso. Por ahora, este nuevo mundo es sorprendente.

Estamos ante algo nunca visto. Es un derroche de efectos que nos impide cerrar la boca. Cualquiera puede terminar con un calambre de mandíbula. Es como si a Cameron no le bastara con mostrar el último rayo del pétalo blanco que se mueve en el mar. No. Además te restriega su talento con unas increíbles criaturas que se mueven hipnotizando al espectador. Al mismo tiempo, la cámara no deja de mostrar los realistas movimientos de los rostros de los Na’vi. Es lo inmenso y lo pequeño a la vez, todo esculpido con un realismo abrumador.

Como película, pues, Avatar: el sentido del agua lo tiene todo y, aun así, el verdadero aficionado al cine sabrá que algo falta. Que sin el aparato tecnológico, sin el empeño por mostrar lo imposible -admirable por lo demás-, lo que tendría enfrente es un simple remake. Un chicle rehusado. Incluso de sabor confuso. Para no entrar en spoilers, vale este dato: no hace falta ver la primera cinta para comprender todo lo que sucede en su continuación. En tiempos en los que Disney nos obliga a ver las series para comprender las conexiones con las secuelas de los superhéroes, no deja de ser una rareza esta decisión de Cameron.

Pero el problema de la cinta no es solo su falta de originalidad, sino el excesivo uso de lugares comunes. Tenemos una familia que debe emigrar y sus componentes más jóvenes son víctimas de bullying; también encontramos los típicos duelos entre el hijo mayor y el menor y el eterno conflicto entre el hijo no reconocido y su malvado, violento y descuidado padre. Esto último es lo peor de la cinta. Darth Vader se remueve en su luz Jedi.

Es tan pobre el guión que, al salir del cine, lo único que merece algún tipo de comentario profundo es el precioso desastre que crea una de las tulkuns, la más incomprendida de las ballenas. Pero ojo, aquí de nuevo el cliché: el animal traba amistad con… el otro incomprendido, el joven que no puede mover un dedo sin poner en riesgo a toda su familia. Y en esa melcocha de clichés, aparece de nuevo la jerarquía de Cameron para hacer de lo cursi su gran momento: consigue que aplaudamos cuando este Hulk cetáceo se cobra las heridas del pasado.

No pareció acertado que Cameron se asociara con Rick Jaffa (Jurassic World) y Amanda Silver (Mulán) para escribir esta continuación. Hay una reiteración tribal sobre la maldad y el medio ambiente que caricaturiza el buen hacer técnico del director. Es tan desbalanceado el guion que el clan Metkayina, una familia que podía aportar mucho a la trama, apenas aparece como un relleno de una obra que, como su título lo indica, ya no se mueve en la selva. La gran pregunta es si a Cameron no le molesta la simpleza de su epopeya. Creemos que no. Históricamente el guion en las obras del realizador es un pretexto para mostrar su genialidad. Lo suyo es puro entretenimiento. No hay en ese apartado quien le pueda seguir el camino. Es una lástima, sin embargo, que tanto amor por el detalle y los efectos visuales no haya contado con el apoyo de una historia que, como Aliens: el regreso, demostraba que las segundas partes sí podían ser buenas.

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