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'El dormilón': el futuro visto por Woody Allen

Cumple medio siglo esta comedia futurista, estrenada en 1973 y convertida hoy en testimonio de su época

‘El dormilón’: el futuro visto por Woody Allen

'El dormilón'. | Jack Rollins & Charles H. Joffe Productions, United Artists

Antes de que H. G. Wells inventara la máquina del tiempo en 1895, el único modo de llegar en la ficción al futuro distante era dormir… y dormir mucho. Fue un recurso éste empleado desde el siglo XVIII y cuyo ejemplo más ilustre es el cuento Rip van Winkle (1819) de Washington Irving. A finales del siglo XIX, un puñado de intelectuales encontraron en ese mismo truco la herramienta perfecta para articular sus fantasías utópicas imaginadas a partir de las nuevas ideas socialistas que estaban surgiendo de una sociedad en plena transformación por la vía del capitalismo industrial. En todas ellas, el protagonista perdía la consciencia por razones poco explicadas -pero en todo caso, no sobrenaturales- para despertar en un futuro nuevo y mejor que su presente, el cual pasaba a descubrir de la mano de un guía sabio y generoso.

Pero, ¿y si lo que uno encuentra al despertar no es exactamente una utopía? Esto es lo que se planteó H. G.Wells en Cuando el durmiente despierte (1899), cuyo protagonista, al emerger de un coma de 200 años, se encontraba viviendo en un sociedad tan tecnológicamente avanzada como infectada por los mismos males del pasado. Por supuesto, esta premisa del shock cultural tenía también un potencial cómico y satírico que el cine terminó por descubrir –aunque se saldara con un fracaso estrepitoso que condenó al cine de ciencia ficción al limbo durante más de una década- en Una fantasía del porvenir (1930).

‘El dormilón’

‘El dormilón’

43 años habrían de pasar hasta que un cineasta en principio tan poco asociado a la ciencia ficción como Woody Allen, firmara, con ayuda de su coguionista Marshall Brickman, El dormilón, una de las comedias cinematográficas más destacadas dentro de un género que no suele explotar esa combinación más allá de las versiones bufas de grandes éxitos anteriores (La loca historia de las galaxias, Héroes fuera de órbita), las aventuras ligeras (Regreso al futuro, Las alucinantes aventuras de Bill y Ted) o las sátiras pesimistas (Teléfono rojo: ¿Volamos hacia Moscú?, Estrella oscura, El show de Truman). 

El argumento de El dormilón está claramente basado en la antedicha novela de Wells, pasando por el filtro de Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley. Woody Allen encarna a Miles Monroe, quien ingresa en un hospital de Nueva York en 1973 para someterse a una intervención rutinaria y se despierta doscientos años más tarde, en un futuro que puede ser descrito como una dictadura liderada por un gurú New Age californiano.

‘El dormilón’

Dado que la policía no tiene registrada su identidad, un grupo subversivo quiere reclutarle como topo. Por el camino, secuestra a una alocada poeta, Luna (Diane Keaton), que acaba convirtiéndose en su pareja y cómplice en la misión de derribar al gobierno. Se suceden todo tipo de persecuciones, lavados y contralavados de cerebro y planes para robar la única parte del líder que aún se conserva tras sufrir un atentado: su nariz.

Allen desarrolla esta enloquecida historia con su habitual combinación de humor absurdo, inteligente y neurótico, organizada no tanto como una trama culminada por una resolución como un encadenamiento de gags con un estilo, tono y ritmo inspirados en los primeros días del cine cómico. Allen suelta ocurrencias como las de Bob Hope, acelera las persecuciones como Mack Sennett, exagera las muecas como Red Skelton y se relaciona con la tecnología futurista tan torpemente como lo hacían Buster Keaton o Charles Chaplin. 

Superada por el tiempo

Eso sí, el tiempo ha hecho mella en la película. Gran parte de su humor ha quedado superado por la tecnología o, simplemente, ha pasado de moda. Para entenderlo hoy es necesario conocer sus referencias culturales y el problema es que, con el tiempo, cada vez menos gente se acuerda, por ejemplo, de ciertas celebridades de aquel momento o campañas publicitarias sobre las que se apoyan algunos chistes.

Por otra parte, se hacen pocos intentos para parodiar la propia ciencia ficción o reflexionar sobre sus clichés o temas principales, estando estos elementos dispersos a lo largo de la película y usándose solamente como excusa para gags y bromas. Su diseño de producción, claramente limitado por un magro presupuesto, combina el arte pop de los sesenta con el estilo chic de los setenta, pero llevados ambos a niveles absurdos de utilitarismo, como ese orbe plateado que parece una escultura minimalista y que pasa de mano en mano para drogar a los asistentes a una fiesta; o el Orgasmatrón, un estilizado cilindro que parece una ducha y que brinda orgasmos automáticos en una época en la que los hombres son impotentes y las mujeres frígidas.

El verdadero interés de revisitar El dormilón es que sirve al espectador actual como portal temporal con el que asistir a las neurosis, miedos, esperanzas y frustraciones de aquellos primeros años setenta en Estados Unidos. En este sentido y como suele ser habitual en la ciencia ficción, la película es una reflexión pesimista sobre el tiempo presente disfrazada de mirada futurista y cómicamente cáustica que no deja títere con cabeza, fulminando a personalidades, estamentos, instituciones y modas de su época, desde Richard Nixon a la cultura de las drogas, los artistas pagados de sí mismos, los revolucionarios ignorantes, los científicos, la religión, los políticos… 

Que la premisa de El dormilón sigue y seguirá vigente en tanto en cuanto la sociedad siga cambiando a marchas forzadas, lo demuestran las actualizaciones que sobre la misma han ido apareciendo cada cierto tiempo, desde Futurama (1999-2022) a Idiocracia (2006), pasando por Demolition Man (1993).

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