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Adiós a 'Succession' (por fin)

«Mi esperanza de que la cuarta temporada diera alguna salida a estos personajes quedó frustrada»

Adiós a ‘Succession’ (por fin)

Nicholas Braun, J. Smith-Cameron, Matthew Macfadyen, Alan Ruck, Kieran Culkin, Sarah Snook, Jesse Armstrong, Frank Rich, Kevin Messick. | Jennifer Bloc (Europa Press)

Mi escasa devoción por ciertas series me distancia de mis colegas de generación, y cada uno de mis intentos de suturar la brecha termina en decepción. Así me ocurrió con Succession: cuatro temporadas, 39 episodios, cero entusiasmo. La cuarta y última temporada fue la gran triunfadora de los Globos de Oro y de los Premios Emmy de este año. Gusta mucho a críticos y gente con estudios superiores. Y mi principal problema con Succession es que entiendo por qué gusta: personajes arquetípicos compitiendo en un mundo de lujo, tensiones shakespearianas (sí, hemos captado la influencia del Rey Lear) y aromas de un presente donde los medios alimentan la tiranía. Y todo eso está muy bien, el problema es que unos buenos ingredientes no siempre resultan en un buen plato.

El principal problema es la redundancia: los hijos de un magnate de los medios compiten para sucederle, y entonces se activa el mecanismo que ya le funcionó a HBO en Juego de Tronos y que parece sacado de los dibujos de Dragones y mazmorras: parece que sí, pero al final no, y vuelta a empezar. Los hijos de Logan Roy tratan de hacerse con el imperio de su padre, yendo de aquí para allá en aviones privados, hablando en el asiento trasero de coches con cristales tintados y pensando muy fuerte mientras otean el skyline de Manhattan desde un ático de ensueño. Viendo la cuarta temporada me resultó imposible no sentir que estaba ante escenas ya vistas, a pesar de (spoiler) la ausencia del personaje principal.

Y ese es otro problema. Durante todo su metraje, yo estaba del lado villano. Logan Roy, brillantemente interpretado por Brian Cox, es un tirano sin escrúpulos pero tiene el mérito de haber creado un imperio y no sólo el capricho de heredarlo. Los hijos de Logan -Connor, Kendall, Shiv y Roman- son patéticos y antipáticos, cada uno por sus motivos y todos con el mismo: son niños mimados, avariciosos, inútiles y emocionalmente trastornados. Pero el personaje más patético de la serie es Tom, el marido de Shiv. Un advenedizo, más determinado e inteligente que los hermanos, pero demasiado dispuesto a arrastrarse por un trozo de pan. El personaje del advenedizo siempre me ha interesado, pero pierdo el interés cuando el advenedizo es sólo eso: un hámster más en la rueda imparable de lo mismo.

Las crisis familiares, las luchas de poder y la intersección entre lo mediático y lo político son mimbres excelentes para una historia, pero no puede quedar nada interesante tejiendo sólo con movimientos circulares. Mi esperanza de que la cuarta temporada diera alguna salida a estos personajes quedó frustrada. Fue lo mismo: excesos, chistes mordaces e insultos brillantes y un desinterés rotundo por el destino de esas pobres almas.

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