THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

La pobreza no se erradica con el mero reparto de los bienes existentes, sino produciendo más

Las naciones prósperas disponen de un entorno institucional que promueve la libertad, respeta la propiedad privada e incentiva el esfuerzo y la innovación

La pobreza no se erradica con el mero reparto de los bienes existentes, sino produciendo más

¿Debiera la Iglesia católica enajenar su patrimonio para aliviar la pobreza del mundo? Es lo que propuso Morris West en 'Las sandalias del pescador'. | TO

Es la escena culminante de Las sandalias del pescador.

El Colegio Cardenalicio ha nombrado papa a un desconocido obispo ucraniano y una multitud asiste expectante al discurso de coronación. Asomado al balcón central de la basílica de San Pedro, Cirilo I se descubre la cabeza y anuncia la enajenación de «todo el oro y piedras preciosas de los relicarios [de la Iglesia] y, en primer lugar, las que adornan mi tiara para aliviar a nuestros hermanos hambrientos [de China]». La plaza prorrumpe en una estruendosa ovación.

La idea de que la pobreza se puede erradicar mediante el reparto de los bienes existentes resulta intuitiva y poderosa, pero, como advierte Henry-Louis Mencken, «para todo problema humano hay siempre una solución fácil, clara, plausible y equivocada».

Una simple operación aritmética revela el limitado alcance de la propuesta de Cirilo I. Aunque él se refiere en su alocución únicamente al oro y las piedras preciosas, no seamos timoratos: incluyamos en el paquete el patrimonio íntegro del Vaticano. Según las cuentas publicadas por Francisco, asciende a 1.379 millones de euros. Ahora mismo hay 733 millones de personas que sufren pobreza severa, de modo que no tocarían ni a dos euros por cabeza.

Karl Popper y la calavera de cristal

Una de las características de las pseudociencias es, paradójicamente, su vasto poder explicativo.

En Conjeturas y refutaciones, el filósofo Karl Popper señala que la probabilidad de que una hipótesis resulte cierta es inversamente proporcional a la cantidad de realidad de que da cuenta. Cuantas más cosas aclare, menos debemos fiarnos de ella, porque sus promotores la moldean cada vez que los hechos no encajan.

No hay modo de contrastarla y es, en el sentido más literal de la palabra, irrefutable.

Mi ejemplo favorito es la calavera de cristal. Esta reliquia adquirió gran notoriedad en 1924. El aventurero responsable de su exhumación sostenía que los sacerdotes mayas la habían usado 3.600 años atrás en sus ritos esotéricos y que era capaz de los mayores prodigios: cuando se solicitaba con su ayuda la muerte de alguien, esta se producía invariablemente.

En 2007 unas micrografías desvelaron, sin embargo, que se había tallado con herramientas del XIX.

Los defensores de su origen maya ni se inmutaron. Si la tecnología no estaba disponible en el momento de elaborarse la pieza, era obvio que los artesanos habían recibido ayuda. ¿De quién? De alguna civilización extraterrestre, naturalmente.

Penny y Leonard contra Amy y Sheldon

Hay un episodio de la última temporada de The Big Bang Theory que ilustra la enorme capacidad de nuestro cerebro para justificar lo injustificable.

Penny y Leonard ofrecen como regalo de boda una varita para activar los chakras a Amy y Sheldon. Saben que no tienen ni idea de para qué sirve y quieren reírse de su desconcierto, pero Amy y Sheldon son incapaces de captar una broma o un sarcasmo. «Bueno», argumentan, «Leonard y Penny son nuestros mejores amigos. Nos conocen mejor que nadie. Dicen que es el regalo perfecto. Tenemos que estar perdiéndonos algo».

Deciden que la varita es la pista que ha de conducirlos al obsequio real y recurren a Bert para averiguar de qué está hecha.

«Es dióxido de silicio, más conocido como cuarzo», les explica el geólogo. Amy consulta en Google y ve que cuarzo viene del alemán quartz y se escribe igual en inglés, solo que sin te. «Sin te…», discurre. «¿Y qué no es te? ¡El café!»

Acuden al café donde se conocieron.

Amy pregunta si alguien ha dejado algo para ellos y la camarera le sugiere que mire en el cajón de objetos perdidos. «¿Y por qué ahí?», dice Sheldon. «Porque estábamos perdidos y nos hemos encontrado el uno al otro», responde Amy. «Tiene toda la lógica», conviene Sheldon.

Rebuscan unos instantes y dan con un relicario.

«Eso tiene que ser», dice Sheldon excitado, «ábrelo, ¿qué hay dentro». «Nada, está vacío», responde Amy. «Claro», dice Sheldon, «nuestra vida en común acaba de empezar y quieren que la llenemos con nuestros recuerdos». Amy concluye entusiasmada: «Puede que sea el mejor regalo de bodas de la historia».

«Y también hay unas gafas de sol porque nuestro futuro es tan brillante», añade Sheldon poniéndoselas.

La alternativa a comerse a los ricos

Más o menos por la fecha en que Morris West redactaba Las Sandalias del Pescador, China experimentaba la peor hambruna en tiempos de paz que se conoce.

Naturalmente, ni el novelista ni prácticamente nadie en Occidente se enteró y, de hecho, en la película se atribuye el problema a un embargo comercial. Mao impidió que se filtraran los terribles resultados de sus experimentos de ingeniería social, cuya pavorosa magnitud los hubiera hecho de todos modos inverosímiles.

¿Qué sucedió a continuación?

El Gran Timonel falleció en 1976 y, dos años después, una vez zanjadas las sangrientas reyertas que caracterizan la sucesión en los regímenes autocráticos, Deng Xiaoping accedía a la presidencia. La proporción de personas que en aquel momento padecían pobreza severa era abrumadora: nueve de cada 10 chinos malvivían con menos de dos dólares al día. Actualmente, esa tasa se ha reducido al 0,7%. El progreso ha sido espectacular.

¿Cómo lo consiguió el Pequeño Timonel?

No hizo falta que el Vaticano renunciara a su oro ni a sus joyas. Sencillamente, se ha creado un marco institucional que respeta la propiedad privada e incentiva el trabajo, la innovación y la inversión.

Por desgracia, no es una solución tan fácil, clara y plausible como comerse a los ricos.

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