THE OBJECTIVE
José Carlos Rodríguez

Manual para un golpe de Estado moderno

Podemos tiene que realizar al menos dos movimientos claves para cambiar las reglas y evitar que las elecciones supongan un cambio de gobierno

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Manual para un golpe de Estado moderno

Ahora que tantos compañeros miran con ojos golosos a los partidos, no voy a ser menos, y me pongo a tiro como asesor de Podemos. Mi primera misión como candidato es entender a su cliente. Y, como cuando hablan en confianza, entre amigos, dicen toda la verdad, la tarea no es tan complicada.

Pablo Iglesias, que es comunista, en cuanto tuvo la oportunidad de tocar el poder dijo de sí mismo en La Sexta que él es “socialista como Allende”. El ex presidente chileno, recuerden, llegó al poder por el apoyo electoral, y de la mano de un partido democrático. Ya en el poder empezó a aplicar el socialismo, nacionalizando la economía, cerrando los periódicos críticos, y demás. Modestamente, Allende dijo que aquéllo “no es el socialismo, sino el camino hacia el socialismo”, que él identificaba con la Unión Soviética, “nuestro hermano mayor”.

Pero Salvador Allende falló. Él fue víctima de un golpe de Estado, que le derrocó, y que instauró una dictadura que duró 17 años, desde el fatídico septiembre de 1973 hasta que Augusto Pinochet convocó voluntariamente un referéndum sobre su continuidad, lo perdió, aceptó la derrota, y se fue. Eso, claro, no puede volver a pasar. Pablo Iglesias dijo en Bolivia, después de visitar El Chapare: “La experiencia de los mil días de Allende es muy seria. No podemos fallar. Si ganamos, no podemos fallar”.

Juan Carlos Monedero, en un encuentro con Mike González, generosamente recogido por La Hiedra, plantea la cuestión en toda su crudeza. Ya no cabe la vía cubana, han “asumido que la vía al poder es electoral”. Mas el problema de la democracia es la “trampa” de la alternancia, que “detiene la posibilidad de hacer planes a medio y largo plazo que no reciban apoyo electoral en el corto”. Hugo Chávez ha logrado sortear esa trampa, señala Monedero; y de ahí su admiración por él.

Pero no es fácil. Es necesario “romper” con “la lógica de la delegación propia de la democracia representativa”. Y aún así, no es suficiente. La “fase postneoliberal” no es “posible sin unas nuevas reglas del juego”, lo cual nos conduce, en España como en Venezuela, a “un proceso constituyente”. Nuestra Constitución, de 1978, es flexible. Pero por un lado es un proceso lento e insuficiente. Y, por otro, hay media España que no renuncia a dejar de serlo, y como dice Monedero, no podemos caer en esa “trampa”.

Monedero se sitúa ya en el poder, y se plantea cómo construir el socialismo sin poner fin al ritual democrático. El problema son las oligarquías, es decir, cualquier fuerza que se pueda oponer a Podemos en el gobierno. “Puede tenerse acceso al poder del Estado, pero las oligarquías siguen teniendo los medios de comunicación, el dinero, los jueces, los militares, las relaciones internacionales, los funcionarios, las universidades, la iglesia”, y hay que acabar con todo ello. En particular, los medios deben ser “democráticos”, y por tanto no oponerse al ejercicio de la democracia con Podemos en el poder. Los medios dejan de ser democráticos si “incumplen su función y pasan a ser parte de las nuevas formas de golpismo”, como la “deslegitimación de los gobiernos” de progreso. Eso lo hizo bien Allende.

El análisis de Monedero es interesante. No en vano, le nombraron en Vistalegre I para dirigir el área de reforma constitucional. Pero sus ideas son insuficientes para un golpe de Estado moderno, con cambios ejercidos desde el poder para lograr perpetuarse. Y es aquí donde entro yo. Podemos tiene que realizar al menos dos movimientos claves para cambiar las reglas y evitar que las elecciones supongan un cambio de gobierno.

Lo primero es recurrir a un referéndum. Es fundamental que sea ilegal. Por un lado, porque obvia la Constitución, y la deslegitima. Y, por otro, porque la oposición se dividirá entre quienes rechacen participar en la votación, y los que voten en contra. El triunfo de la posición del gobierno está asegurado. Lo hemos visto en Cataluña. Sólo que aquí es el Gobierno el que actúa desde el propio Estado. Una vez recabados los resultados, da igual cuál sea la participación. El pueblo ha hablado, y el gobierno debe asumir humilde y mansamente su sentencia. Cualquier oposición a la misma sólo puede provenir de fuerzas antidemocráticas, y por lo tanto ilegítimas. Eso vale para partidos políticos y medios de comunicación. Y ya casi lo tenemos hecho. Pues, ¿qué oposición puede ejercer un Rey, que encabeza el Estado por pura genética, ante el sacrosanto principio democrático?

Si las oligarquías reaccionan llenando las calles de protestas, o están dispuestas a votar lo que no deben, entonces hay que recurrir a otros medios. Primero, organizar sendos referéndums de secesión en Cataluña y el País Vasco. Y si no es suficiente, adoptar medidas que supongan una humillación al Ejército. Siempre habrá algún espadón que hable de defender la Constitución, y ese es el momento de actuar con decisión, y con el manual de Curzio Malaparte en la mano, dar por finiquitado el régimen del 78. No es tan complicado.

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