THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

Mala mañana, tarde perfecta

«Hay que admitirlo, desde que tenemos un Gobierno progresista la Renfe ha regresado a sus modos habituales en tiempos de Franco»

Notas de un espectador
8 comentarios
Mala mañana, tarde perfecta

Erich Gordon

Tomé el tren de Madrid a Gijón que siempre sale de mala manera, aunque no viene de ninguna parte, y me bajé en Valladolid con media hora de retraso. Durante el trayecto no se veía el paisaje de lo sucias que estaban las ventanas, pero además daba lo mismo porque marea verlo de espaldas, cuando ya ha pasado. No se sabe a qué obedece el capricho, pero ahora Renfe ha decidido que la mitad del pasaje viaje contra la marcha. Y para acabarlo de arreglar, la cafetería no servía café. Hay que admitirlo, desde que tenemos un Gobierno progresista la Renfe ha regresado a sus modos habituales en tiempos de Franco. No es sólo que no sepan construir trenes para los túneles o túneles para los trenes, es que todo el sistema es un sindiós. No quiero ni decirles lo que son las cercanías en Madrid o Barcelona. Es como si todas las instituciones del Estado estuvieran en manos de Tezanos.

En Valladolid tenía yo un par de cosas que hacer. Una era ver los tres goyas del convento de Sta. Ana. Cerrado los martes; y era martes. Un retablo en no recuerdo qué iglesia; también cerrada. El patio herreriano y la colección de arte contemporáneo; está en depósito. Bueno, en fin, es mejor no seguir. Cuando te cae un mal día resígnate, siéntate al sol, mira la luz de la primavera y oye a los pajaritos.

Dios aprieta, pero no ahoga: por fortuna, tenía una cita con José Antonio Martínez Climent, el gran novelista vivo, en su refugio de Cubillas de Santa Marta, por nombrar un lugar más o menos cercano. Lo cierto es que la casita se encuentra en medio de la nada, aunque abrazada al Canal de Castilla y con muchos y hermosos árboles plantados por el padre de María José, su mujer, que ha heredado el talento botánico paterno. Aunque Climent y yo tenemos las piernas hechas unos zorros, me animaron a dar un paseo por el canal hasta la esclusa del sur. Y allí me fui en buena compañía.

«En el campo no hay cosa más agradecida que un buen perro»

El paseo, que Climent ha narrado con arte en su La liturgia de los días (KRK), resultó tal y como él lo describe, una bella lámina de agua paralela al Pisuerga, que ya no tiene la función antigua de trajinar cereales, aunque sigue cumpliendo tareas de riego. El canal está protegido por árboles y arbustos que María José nos iba nombrando como Adán en el Edén, mucho chopo, claro, pero también majuelos en plena floración blanca tan proustiana, y unos despeinados cuyo nombre he olvidado, pero también florecidos y semejantes por la flor lila a los tamarindos. La compañía de Canelo, su perro, era una bendición. Yo creo que en el campo no hay cosa más agradecida que un buen perro, verlo correr morro a ras de suelo, husmear nervioso, y volver al galope para contar sus hallazgos.

Así que por la tarde presentamos el libro de Climent en el antiguo casino de principios del siglo XX, reconvertido ahora en un palacio para actividades de todo tipo y un restaurante notable, aunque ruidoso. Para la presentación nos aposentamos en una enorme estancia que recordaba a los salones de baile que aparecen en las novelas de Tolstoi, con frescos valencianos en el techo, y procedimos. Había un auténtico gentío para ser Climent un escritor de minorías. Y allí fuimos muy felices su editor, Benito, nuestro guía y maestro, Juan, un servidor, y Climent que habló largo y con una asombrosa oralidad sin fallos, tropiezos, solecismos o cacofonías, sin papel, ni guía alguna, qué cabeza, un asombro. Logré olvidar los goyas.

Pero no a la Renfe, ya que me sometí de nuevo a su incompetencia al día siguiente para regresar a Madrid. Tren abarrotado, gente paciente. Pacientes sólo hasta mayo o diciembre, espero.

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