THE OBJECTIVE
Fernando Garcia Iglesias

Del buen comer

Educar el gusto al comer, no hacerle ascos a lo que la mar y la tierra nos presentan, es tan primordial como adiestrar el gusto artístico o formar bien el carácter. Sin embargo, la feliz abundancia que el siglo XXI nos ha traído y la quizás demasiado permisiva actitud de muchos padres con sus hijos quisquillosos, están creando una generación de tiquismiquis que jamás se llevarán a la boca unas espinacas, unos espárragos trigueros o una lubina a la plancha.

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Del buen comer

Educar el gusto al comer, no hacerle ascos a lo que la mar y la tierra nos presentan, es tan primordial como adiestrar el gusto artístico o formar bien el carácter. Sin embargo, la feliz abundancia que el siglo XXI nos ha traído y la quizás demasiado permisiva actitud de muchos padres con sus hijos quisquillosos, están creando una generación de tiquismiquis que jamás se llevarán a la boca unas espinacas, unos espárragos trigueros o una lubina a la plancha.

De las muchas virtudes y buenas costumbres que mis benditos padres intentaron con tesón sembrar en mí —de las cuales pocas florecieron o, si lo hicieron, crecieron mustias, sin duda por demérito mío, no por su afán infatigable— hay una que tengo en gran estima, que echó raíces gruesas y que trato de regar y abonar con esmero día tras día: el buen comer. Me delata mi oronda figura, no hay duda, me gusta comer y el comer bien.

Muchos dudarán que el buen comer sea una virtud, pero yo la considero una cualidad cardinal, que marca no solo el carácter sino la salud. Pocas cosas son menos atractivas y más cansinas en las personas que ese remilgo ridículo a la hora de la comida, como aquel que no come tomates, aquella que no probará el pescado, este que no se acercará jamás a unas verduras, o esta otra que come sopas, pero solo las finas, sin pedacitos.

Educar el gusto al comer, no hacerle ascos a lo que la mar y la tierra nos presentan, es tan primordial como adiestrar el gusto artístico o formar bien el carácter. Sin embargo, la feliz abundancia que el siglo XXI nos ha traído y la quizás demasiado permisiva actitud de muchos padres con sus hijos quisquillosos, están creando una generación de tiquismiquis que jamás se llevarán a la boca unas espinacas, unos espárragos trigueros o una lubina a la plancha. 

España es una suerte de vergel donde crecen unas frutas y hortalizas de una calidad excelente, donde la mar nos procura con un pescado y un marisco que son la envidia mundial, y los prados nos dan unas carnes sabrosas y excepcionales. Es una responsabilidad casi patriótica el sentirse orgullosos de nuestros manjares, de la misma forma que los italianos reverencian sus pastas o los chinos veneran sus arroces. Es, así, encomiable la labor de tantos restauradores, artistas de las sartenes y las cazuelas, que vienen elevando la cocina española al primer puesto año tras año, educadores del paladar no solo en este país, sino también más allá de nuestras fronteras.  

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