THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Penitencia blanca

«Nada gusta más a un progresista blanco estadounidense que sentirse culpable. Al sentirse culpable, puede expiarse, normalmente en público»

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Penitencia blanca

Patrick Semansky | AP Images

En una columna reciente en el Guardian, el filósofo Kenan Malik escribe sobre racismo y privilegio blanco a partir de las protestas de Black Lives Matter: “El problema del racismo es generalmente social y estructural: son las leyes, prácticas e instituciones que mantienen la discriminación. El foco en el ‘privilegio blanco’ convierte una cuestión social en una cuestión de psicología personal y de grupo.” El movimiento BLM está consiguiendo concienciar a millones de ciudadanos estadounidenses sobre una cuestión que creían grave pero no estructural. Sin embargo, como señala Malik, a menudo se plantea como un problema de psicología colectiva y, sobre todo, acaba capturado por la izquierda blanca y privilegiada.

Nada gusta más a un progresista blanco estadounidense que sentirse culpable. Al sentirse culpable, puede expiarse, normalmente en público. Y esa expiación pública lo convierte en protagonista. Si hablamos de racismo no hablamos de mí mismo, porque no soy racista. Pero si hablamos de privilegio blanco entonces sí que podemos seguir hablando de mí mismo, porque el privilegio blanco es algo de lo que no me puedo desprender.

En Forjar una identidad, su excelente libro sobre la izquierda estadounidense, el filósofo Richard Rorty dice que la izquierda contemporánea rescató el pecado, la idea de que hay manchas que no se pueden erradicar: “La izquierda cultural piensa más en el estigma que en el dinero, más sobre motivaciones psicosexuales profundas y ocultas que sobre una avaricia superficial y evidente.” Para enfrentarse a esos estigmas y cuestiones psicológicas solo sirve la penitencia eterna. Como escribió el periodista Mark Fisher en un ensayo sobre la cultura de la “cancelación”, “cuanta más culpa, mejor. La gente tiene que sentirse mal: es una señal de que entienden la gravedad de las cosas.”

El análisis de Rorty, que defiende una izquierda clásica (lo que le hace caer a menudo en idealizaciones y nostalgia) frente a la izquierda posmoderna, es parecido al de Malik: en lugar de señalar problemas estructurales, hay un tipo de intelectual blanco progresista que cree que el problema es de carácter y educación (es una visión que se extiende a otras áreas de la política: según esta lógica, el problema de Trump no es lo que representa, el epítome de una plutocracia corrupta, sino su personalidad y carácter; cuando se vaya Trump todo volverá a la normalidad, aunque la estructura permanezca igual).

Es obvio que no existirían cambios estructurales sin un cambio cultural equivalente. Ese cambio cultural se está produciendo: tres de cada cuatro estadounidenses cree que el racismo es estructural y no solo son sucesos puntuales. El apoyo a BLM ha aumentado considerablemente en el último mes. Pero da la sensación de que las estructuras que permiten que el racismo sobreviva en EEUU ni se inmutan ante la penitencia de los blancos, unos blancos que pensaban que tras Obama el país entraría en una era posracial. Quizá lo más sorprendente de esto es que, a pesar de que después de Obama vino Trump, hay liberales estadounidenses que siguen pensando que la solución consiste, simplemente (algo que ha criticado Cornel West) en “poner caras negras en posiciones importantes”.

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