THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

La Jarretera de Blair

«Hay naciones que en sus honores se definen y refuerzan a sí mismas y otras, como España, que no»

Opinión
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La Jarretera de Blair

Tony Blair, ex primer ministro de Gran Bretaña | EP

El porcentaje de honores y condecoraciones merecidos es inferior al de personas que merecerían esos honores y condecoraciones y no los tienen, ni los tendrán, y también al porcentaje de honores y condecoraciones poseídos aunque inmerecidos. Pero hay naciones que en sus honores se definen y refuerzan a sí mismas y otras que no. España pertenece al segundo grupo; Francia y Gran Bretaña al primero. Me explicaré: si uno oye el término Legión de Honor, inmediatamente sabe que se está hablando de la grandeza francesa, más allá de quien la luzca en la solapa. Si uno escucha Sir o la Orden de la Jarretera, por ejemplo, también sabe inmediatamente que se trata liturgias de la corte británica, esas liturgias que la refuerzan como nación alrededor de la Corona. Sin embargo si uno oye el Lazo de Isabel la Católica o Gran Cruz de Carlos III, todo lo más sabe que son condecoraciones españolas pero ahí se queda; no conoce lo que representan y piensa en Lola Flores, Camilo José Cela y en fin. Desde tiempos de Quevedo, la creación del personaje siempre ha sido en nuestro país más importante que lo que hace y al personaje es al que se condecora. Esto es una pena, pero es así salvo para los especialistas en medallas, órdenes militares, títulos nobiliarios y esas cuestiones que excitan y enardecen a poca gente, la verdad.

La semana pasada aparecía en Le Figaro el listado completo de los propuestos este año para que se les conceda la Legión de Honor en sus distintos grados. Ocupaba, dicho listado, tres páginas del periódico y las fotos no eran muchas. Había que sacarse los ojos para leer los nombres de todos los propuestos. Al mirar aquellas páginas, uno tenía la sensación de encontrarse ante una admirable costumbre tradicional que contribuye a la continuidad de la idea de Francia en el tiempo, no al engorde de la vanidad o la soberbia personales de los nombres elegidos. Ellos son los honrados pero es Francia –el concepto que tiene de sí misma– la que posee el don de honrarlos, más allá de las debilidades humanas. 

La publicación de ese listado ha coincidido con la polémica que se ha organizado en Gran Bretaña por el ingreso del ex premier Blair en la Orden de la Jarretera y por el, digamos, asombro lacónico en España ante la concesión de la Gran Cruz de Carlos III a Iglesias. Es curioso cómo se han invertido las tornas. En Gran Bretaña revuelo y escándalo y en España laconismo y pasotismo: todo lo más, hemos alzado la ceja y seguido con lo nuestro. O sea que los británicos han parecido españoles y los españoles británicos. ¿Qué está pasando?

La primera impresión es que Gran Bretaña se sigue tomando en serio a sí misma –a sí misma y a lo que deriva de la Corona– y en España el escepticismo instalado es tan grande que ni las más altas condecoraciones importan o son valoradas. Esta es la primera impresión que no quiere decir que sea la cierta, pero supongo que se aproxima. La segunda es el encogimiento de hombros ante un honor que se concede en masa por haber sido ministro en España o Primer ministro en Gran Bretaña; esa masificación le quita importancia, más allá de una línea pomposa en la esquela al morir. Debe de haber algunas más y al lector se le ocurrirán. Pero la última, sí, la última, es la que debería de ser la primera y no lo es y esto es un síntoma de algo peor que unos lazos y unas chapitas de relumbrón. Y perdón por la expresión pero con estos galardonados viene al pelo. Déjese de circunloquios y al grano. 

Blair estuvo estupendo en la muerte de lady Di, pero después fue un mentiroso que convenció a Europa con sus mentiras y Europa –que le otorgaba cierta credibilidad– se metió en la segunda guerra de Irak apoyándose en informes falsos y no sé cuántas imposturas más sobre armas de destrucción masiva. Blair utilizó la democracia como los reyes medievales su poder absoluto para emprender las cruzadas. Su intervención en el Parlamento fue decisiva. ¿Recuerdan al científico inglés que negaba la existencia de esas armas en Irak y apareció suicidado en un bosque? (Faltó un Le Carré que novelara el episodio). De los horrores de la guerra ya sabemos porque los hemos leído y visto desde la parte más confortable del planeta; su última consecuencia es el drama de los refugiados que llaman a la puerta. Sin la guerra que Blair y tantos ex yuppies de veleidades semi-izquierdistas apoyaron a este lado del Atlántico, este drama no digo que no existiría ahora pero no sería de la magnitud que es desde hace años. Pues bien: Orden de la Jarretera al canto. 

El caso Iglesias y su Gran Cruz de Carlos III pertenece de lleno a la tradición nacional de la picaresca, una de las exportaciones literarias y vitales de España al resto del mundo, empezando por el Nuevo. Quizá el asalto a los cielos tenga que ver con esto y prenderse la Gran Cruz creada por un rey Borbón, pariente del decapitado por los revolucionarios, sea todo un éxito. Coser y cantar todo es empezar: ‘De la dacha a la condecoración borbónica’ titularía Umbral su crónica. Son las paradojas del pícaro que simula lo que haga falta porque el objetivo es barrer para casa aparentando la búsqueda del bien común. Mientras en Gran Bretaña la jarretera de Blair –que pasa a formar parte de los caballeros de la Tabla Redonda– provoca tornados, aquí la Gran Cruz de Iglesias –que llevará a la Purísima en el pecho– ni  estupefactos nos deja. 

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