THE OBJECTIVE
Jorge Freire

La tumba de Academo

«¿Qué sentido tiene encadenar becas en la universidad cuando peinas canas? No hay trituradora de talento más efectiva»

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La tumba de Academo

Universidad de Oxford. | Unsplash

Fui muy feliz durante mi paso por la universidad. La instrucción cumple un rito de paso que ha de observarse con rigor, sin estirarlo. El masai caza un león de una lanzada cuando cumple 14 años; si lo hiciera todos los veranos, sería turismo de aventura. 

¿Qué sentido tiene encadenar becas en la universidad cuando peinas canas? No hay trituradora de talento más efectiva. Jornadas agotadoras, jerarquías degradantes y salarios de miseria. Doblar el espinazo 10 horas al día por 300 euros es malo para el bolsillo; frecuentar covachuelistas, caciques y tiralevitas, peor para el carácter.

Sostenía el capitán Richard Burton que la universidad era un estercolero de cobistas y aduladores. Se refería a Oxford. ¿Qué habría dicho de conocer, por ejemplo, Somosaguas?

Platón fundó su Escuela sobre el sepulcro del héroe Academo. El Homo Academicus imparte su lección bailando sobre su tumba. Lo mejor de la academia brota, en muchas ocasiones, a pesar de ella.

En un texto inolvidable, Agustín García Calvo agradeció a su alma mater el provecho que había extraído de bibliotecas, compañeros y estancias, aunque finalmente añadía: «Pero todo eso ha sido en contra de tu Plan y Ley, gracias a los respiraderos de tus rendijas».

¿Qué fue del héroe Academo? De su tumba brotaban flores. La academia era entonces un almácigo de vocaciones. Hoy el Homo Academicus esparce las semillas fuera de surco. Y estas, por lo general, terminan agostándose. 

Aprendemos para la vida, no para la escuela. Lo dice Séneca en una de sus Cartas a Lucilio. El fuego de la sabiduría despunta en el pedernal de la curiosidad y se acendra en el crisol de la vida práctica.

Yerran quienes buscan la sabiduría entre las cuatro paredes del aula. La lechuza de Minerva alza el vuelo al caer el sol. Y la gramática parda del trivium y el quadrivium se aquilata en las fiestas y trapisondas del campus. Dionisio, como es de rigor, solo susurra sus doctas síntesis a medianoche.

Queden los cerebritos para el cuarto de Mary. Así se llamaba la erudita que, en el experimento de Frank Jackson, no conocía más que el blanco y negro. ¿De qué sirve que recites la teoría cromática de Goethe si nunca has visto los colores?

El Homo Academicus se empeña en aplicarse una teoría. Theorein significa mirar, y él mira la realidad a través de sus gafas de miope. No puede vivir sin sus tratados, como el mago Próspero, porque ahí guarda todos sus encantamientos. En cuanto se queda sin ellos, es tan tonto como el esclavo Calibán. Por eso no puede ni tomarse un kalimotxo sin recurrir a la bibiliografía.

¿He de llamarte laborioso -pregunta Epicteto- porque pases las noches estudiando? Antes quiero saber qué provecho sacas de este estudio. La vida, qué le vamos a hacer, no es un examen.

La universidad es maestra de vida, pero no en el sentido que el Homo Academicus cree. Confunde la vida con una oposición, igual que Bradley Headstone piensa, en Nuestro amigo común, que por ser muy aplicado y trabajador Lizzie Hexam querrá casarse con él.

¿Es casualidad que la última prenda de amor a la filosofía, Symploké, de Videojuegos Fermín, se cierre con su protagonista a lomos de un tanque, bombardeando la facultad? Las etapas hay que cerrarlas.

Acopiar conocimientos es como recoger setas. Hay quien deposita las capturas en esportones de mimbre, para que diseminen sus esporas por las rendijas del canasto, y hay quien las amontona en bolsas de plástico. Unos orean los frutos de su sabiduria; otros, con su fría profilaxis, los impermeabilizan a la vida. 

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