THE OBJECTIVE
Josu de Miguel

La mutación del Gobierno

«Las sucesivas crisis, fruto de las discrepancias entre ministros, revelan que el presidente no dirige la posición política del Gobierno»

Opinión
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La mutación del Gobierno

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Moncloa

Las novedades del multipartidismo parido por la crisis económica son de gran alcance y nos deberían hacer reflexionar sobre si el «régimen del 78», ahora sí, ha entrado no en una fase de agotamiento sino de mutación y resistencia constitucional. Quién sabe. Todo empezó con una moción de censura destructiva, inesperada y con gran capacidad para tensionar todos los ámbitos de la vida pública e institucional. Aquí mismo hemos advertido la degradación del parlamentarismo, la aparición de un nuevo lenguaje que parece conducirnos a un tiempo posdemocrático o las patologías de nuestro federalismo.

Sorprende, en cualquier caso, que pocos hayan advertido los efectos que la praxis de la coalición está teniendo sobre uno de los pilares del sistema político: el Gobierno. Recogido en el Título IV de la Constitución y desarrollado en la Ley 50/1997, el Ejecutivo es la pieza clave de la estabilidad de la monarquía parlamentaria. Reforzado gracias a la progresiva presidencialización del órgano, sus tareas están pensadas para dirigir políticamente el país (art. 97 CE), para lo cual se le presupone una homogeneidad ideológica y un liderazgo que se expresan en las importantes atribuciones que la Norma Fundamental otorga al presidente (Arts. 98.2, 100, 112 y 115 CE).

Pues bien, pasado el meridiano de la legislatura ya puede decirse que este ideal no se ajusta a la realidad organizativa que surge como consecuencia de la relación de los dos bloques que componen el Consejo de Ministros: PSOE y Unidas Podemos. Las sucesivas crisis que han acechado al Ejecutivo, fruto de las discrepancias públicas entre ministros, revelan que el presidente no dirige, en absoluto, la posición política del Gobierno. Y ello se concreta en la imposibilidad de usar su competencia constitucional para cesar o coordinar a los miembros pertenecientes a Unidas Podemos. Esa parte del Ejecutivo va absolutamente por libre.

Esto no solo plantea problemas de longitud internacional o económica para el Estado, sino que erosiona la posición del PSOE en la batalla electoral. La reciente encuesta del CIS muestra que las tres caras más conocidas son las de Irene Montero, Yolanda Díaz y Alberto Garzón. Al margen de la valoración que tenga cada uno de ellos, lo relevante es que la sociedad apenas conoce la gestión socialista, más allá del cumplimiento de las exigencias de Bruselas. Ministras como Diana Morant, Raquel Sánchez, Pilar Llop o Pilar Alegría no solo no pueden blandir ninguna gestión concreta ante la opinión pública, sino que simple y llanamente son figuras anónimas para el conjunto de los españoles.

Despejada de la ecuación la tosquedad de Pablo Iglesias, Unidas Podemos ostenta la iniciativa política del Gobierno de coalición, liderado en las encuestas por el populismo fotográfico y sentimental de una Yolanda Díaz que hace suyas las grandes causas morales de nuestra decrépita clase media y funcionarial. El PSOE languidece y, lo más importante, la figura institucional del presidente se transforma en la de un locutor que comenta a destiempo las noticias que menudean en el panorama mediático. Durante años criticamos la deriva presidencialista del sistema político y se planteaba como solución el reforzamiento de las Cortes. Hoy tenemos un ejecutivo dual y un legislativo que, pese a realizar una producción normativa casi compulsiva, resulta la metáfora más acabada de la democracia tertuliana que hemos cultivado durante las dos últimas décadas.  

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