THE OBJECTIVE
Fernando Fernández

Rusia, Ucrania: estanflación y solidaridad

«El daño a corto plazo es inevitable, pero es digerible si Europa reafirma sus lazos con otros países: hay graneros alternativos a Rusia y Ucrania»

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Rusia, Ucrania: estanflación y solidaridad

Fábrica rusa. | Zuma Press

Preocuparse por las consecuencias económicas de la invasión rusa de Ucrania puede parecer un lujo de tecnócratas, dada la magnitud del desastre humanitario y la amenaza cierta de desestabilización mundial Pero es nuestra obligación como economistas. Más allá de los efectos inmediatos en los precios de la energía, metales y cereales, en niveles que parecen irreales, más propios de una economía de guerra y de una larga etapa de escasez, lo cierto es que el escenario económico ha cambiado definitivamente. Y con él, las políticas económicas mas adecuadas para evitar que la situación se convierta en esa pesadilla que llamamos estanflación, estancamiento económico con elevada inflación.

Lo mas probable es un largo aislamiento de Rusia del mercado internacional, más intenso incluso que durante los tiempos de la guerra fría. Aislamiento financiero con su banco central y los bancos comerciales incapacitados para operar y realizar transacciones internacionales. Aislamiento comercial que todo apunta llegará hasta incluir la prohibición expresa de exportar petróleo y gas. Y aislamiento humano que trascenderá de los magnates rusos en Londres hasta impedir la libre circulación de inocentes ciudadanos rusos. Parece mentira que haya hoy que recordar que ni todos los españoles eran franquistas, ni los venezolanos son todos bolivarianos, ni los rusos putinescos. Pero las guerras producen estos excesos. Cierto, los embargos y aislamientos hay que mantenerlos, porque tienden a erosionarse con el tiempo al crecer los incentivos para comportamientos oportunistas. La actitud de China será aquí central. Nada invita a pensar que irá mas allá de una neutralidad ligeramente sesgada, pero sin comprometer su larga marcha hacia la centralidad mundial.

Cinco son las principales fuentes de contagio de la crisis rusa a la economía internacional: la energía, el canal comercial, el financiero, la inflación y la formación de expectativas. La disrupción en el mercado de la energía es total. Los precios han estallado a máximos históricos y amenazan con llevarse por delante el mercado marginalista y provocar todo tipo de intervencionismos histéricos. Sería un error, pero eso es materia de otro artículo. Lo cierto es que si Europa quiere liberarse de la dependencia  energética de Rusia tiene que hacer tres cosas concretas, y dejar de llenarse la boca con vacías proclamas de autonomía estratégica. Primero, renunciar al fundamentalismo ambiental, reconocer que la descarbonización será larga y costosa, y que los objetivos firmados son inalcanzables sin una brutal caída del nivel de vida de los europeos. Y que las renovables no son una panacea. Segundo, asumir que el gas es una fuente esencial en esta transición y que la seguridad exige diversificar el suministro por el sur y aprovechar la capacidad ociosa de las regasificadoras españolas. Si este país tuviera un gobierno responsable ya estaría pidiéndole a Alemania que presione a Francia para que añada vías de interconexión eléctrica y gasística por los Pirineos, aunque haya que cambiar de discurso y hasta de ministra. Y tercero, olvidarse del apagón nuclear. Claro que existen riesgo, pero es obvio que es mayor el de la dependencia rusa y la gran depresión. 

El canal comercial afecta sobre todo a metales y cereales, pero no solo. El daño a corto plazo es inevitable, Rusia es un productor determinante en el mercado internacional de aluminio, paladio, acero, y otros; con Ucrania el mayor exportador mundial de trigo, maíz, soja, aceite de girasol. Pero es digerible si Europa reorienta su política comercial a la nueva realidad estratégica mundial y modifica consecuentemente su política agraria y su acción exterior. Asegurar la estabilidad y la amistad de los países productores debe ser una nueva prioridad. Hay graneros alternativos a Rusia y Ucrania y grandes países mineros en América y África, además obviamente de Australia. Habrá que hacer algo mas que pagar un precio mas alto para evitar desabastecimientos. El contagio financiero está contenido a unos cuantos grandes bancos suizos, franceses e italianos y a los inversores institucionales que tengan bonos rusos en su cartera. El default está garantizado y puede haber alguna quiebra bancaria. Pero serán casos aislados y perfectamente digeribles. No hay riesgo de crisis financiera alguna, aunque grandes empresas tendrán problemas para cumplir objetivos y emitan profit warnings.

Y llegamos finalmente a la inflación y a las expectativas de los agentes, a los animal spirits de Keynes. Tres ideas parecen obvias, pero hay que sacar las consecuencias debidas. Primero, el brote inflacionista será intenso y duradero. Ya había fuertes tensiones de precios antes de la invasión, pero ahora son masivas y persistentes, inevitables. Veremos en España inflaciones de dos dígitos y se cumplen los tres criterios para subir los tipos de interés definidos por el BCE en su nueva estrategia monetaria. Pero en unas condiciones económicas y de crecimiento radicalmente diferentes a las esperadas, con depreciación del euro incluida, lo que complica mucho la decisión de la autoridad monetaria. Segundo, la política fiscal ya no puede seguir asumiendo tipos cero y coste nulo del servicio de la deuda. Dicho mas directamente, se ha acabado la barra libre fiscal, el gasto público creciente, el déficit y endeudamiento sin límite. Si ya era conveniente una consolidación fiscal en el mediano plazo, es ahora urgente. Lo que exige extremar la eficiencia del gasto público en los países como España con menor margen fiscal y focalizar las ayudas en los más vulnerables. Pretender cerrar la brecha con más impuestos o más deuda, aunque sea europea, es un camino seguro a la recesión. Tercero, toda la política económica ha de ir encaminada a evitar la estanflación. Olvidémonos del retrovisor y de la amenaza de deflación. Esa es la guerra de nuestros antepasados, una curiosidad de los libros de texto y de historia económica. Hemos entrado en un ciclo radicalmente distinto.

Evitar la estanflación debe ser la nueva obsesión. Desde círculos académicos y políticos europeos está surgiendo un nuevo pensamiento mágico muy preocupante a mi entender, porque minimiza el riesgo inflacionista. Permítame que lo resuma en tres proposiciones políticas. El BCE debe atrasar la normalización monetaria hasta que esto se calme y reconocer que la inflación será alta mucho tiempo. Dos, comprometerse a un nuevo «todo lo que sea necesario» incluyendo explícitamente el control de los famosos diferenciales de deuda, spread control, para evitar un nuevo episodio de crisis en la Eurozona. Y tercero, una política fiscal aun más expansiva, financiado por ahora con mas deuda europea y luego con mas impuestos para evitar el impacto asimétrico de esta crisis en los países más expuestos. Mas madera, que el dinero es gratis.

Las tres proposiciones son equivocadas. Atrasar la subida de tipos por razones políticas es precisamente el error que cometimos muchos países, España entre ellos, en la doble crisis del petróleo de los 70. Y el resultado fue una recesión más larga, más intensa y mayores subidas de tipos de interés luego. Suplir las imperfecciones de la política europea no es labor del BCE. Si hay amenaza de una nueva crisis del euro, es precisamente porque las insuficiencias de la unión monetaria no han sido corregidas. Renunciar a la independencia del banco central y caer en la dominancia fiscal no puede ser la solución. No hay que aprobar un nuevo Fondo Europeo sino utilizar bien el que hay. Evitar despilfarros y reenfocarlo en aquello para lo que debió ser diseñado, como un instrumento europeo de estabilización fiscal para movilizar con urgencia allí donde se produce el shock asimétrico. En este caso es muy fácil, en aquellos que mas sufrirán de cortar el flujo de gas y petróleo rusos y que mas ayuda humanitaria van a necesitar para dar acogida a los millones de refugiados. A los demás nos toca apretarnos el cinturón, hacer buenas políticas y crear los incentivos adecuados para que confíen los inversores. Ahora nos toca ser austeros y solidarios.

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