THE OBJECTIVE
Anna Grau

¿No eres nadie si no te espían?

«Las explicaciones y hasta las dimisiones no las deberían estar pidiendo los independentistas que se proclaman ‘espiados’, sino todos los demás»

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¿No eres nadie si no te espían?

El Govern de la Generalitat valora el supuesto caso de espionaje a independentistas. | Kike Rincón (Europa Press)

Recuerdo que cuando yo llegué a Madrid como periodista -primavera de 1998-, todavía en pleno apogeo de ETA, no eras nadie si no te habían puesto escolta. Había incluso periodistas y políticos de moderado pelo que, sin haber aparecido jamás su nombre en documentación incautada a la banda terrorista, tiraban de amigos y de contactos para presionar al ministerio del Interior. Ay qué tiempos.

No tan distintos de los actuales en que hay quien cree o parece creer que ser «espiado» da status. Si supieran cómo proceden realmente la mayoría de los servicios secretos, muchos egos se derrumbarían dramáticamente. O cómicamente, según se mire.

Yo algo sé de estos asuntos porque publiqué un libro entero sobre la relación de los servicios secretos norteamericanos y los españoles, donde se sigue la gestación de estos últimos a la sombra primero de la inteligencia alemana, niña mimada del primer franquismo, más tarde bajo el ala de ingleses y americanos y hasta del Mossad en un momento que Franco no reconocía al Estado de Israel. En cambio se hacía asesorar por sus espías para formar a los propios.

Mi libro, por si lo alguien lo quiere leer, no es fácil de encontrar primero, y tiene un título engañoso después: De Cómo La CIA Eliminó a Carrero Blanco y Nos Metió en Irak (Destino, 2011). Digo que el título es engañoso porque una de las conclusiones más tajantes de mi estudio, de dos años de duración y realizado sobre el terreno en Estados Unidos, consultando fuentes, desclasificando documentos, etc., es que la CIA nada tuvo que ver en el asesinato de Carrero. Es una de tantas leyendas urbanas que todavía hoy en día a la gente le gusta sacarse de la chistera. Por desgracia sin sacar a la vez documentos que demuestren lo contrario, como hice yo en mi libro. A los hechos me remito.

Otra leyenda urbana es que los servicios de inteligencia son inteligentes y los espías son gente preparada, sofisticada y con una vida sexual envidiable, además. Ná. Hay cada mendrugo. La mayoría de la supuestas teorías de la conspiración, desde el asesinato de Kennedy hasta el Watergate, pasando por el ya citado atentado contra Carrero o el intento de Miquel Sellarès, fundador de la ANC, de crearle una policía catalana secreta primero a Jordi Pujol y luego a Pasqual Maragall, acabaron en ridículo y en pifia. El pobre Sellarès será más recordado por haber entrado en un burdel disfrazado de mujer para detener a no sé quién, en la adolescencia de los Mossos d’Esquadra.

Los servicios secretos, como su nombre indica, cuando funcionan bien, funcionan en secreto, obtienen toda la información pertinente sin que nadie se entere, si tienen que incumplir alguna ley para obtenerla no les pillan, si les pillan ruedan cabezas pero los pies siguen andando y sobre todo, sobre todo, sobre todo: lo que averiguan sirve. Ayuda a sus países a funcionar mejor.

Esa es la teoría. La práctica, ay, es otra cosa. Abundan las chapuzas hasta un nivel inimaginable. No sólo aquí, pero también aquí. Se atribuye a Felipe González, cuando llegó a la Moncloa, que por cierto, estaba literalmente podrida de micrófonos, hacer una primera y vigorosa limpieza general y tratar de impulsar unos servicios españoles con todas las sinergias que quieras con servicios extranjeros, pero vamos, con agenda propia.

Ya antes de eso había una lamentable tradición de poner mucho más empeño en espiar a los adversarios políticos, incluso dentro del propio partido, que a los verdaderos enemigos de la seguridad nacional. Le pasó al SECED de Carrero Blanco, antecesor del Cesid que a su vez daría paso al CNI de Félix Roldán, otra cabeza muy sobrevalorada en este país. El SECED llegó a reunir una base de datos envidiable de qué ministros de Franco se acostaban con quién y/o debían dinero a quién, y en cambio no vieron venir que ETA estaba cavando un túnel en forma de L allá por la calle Claudio Coello… 

Si esto ya era así con el espionaje digamos artesanal, no digamos en el momento que la tecnología lo conquista todo. La National Security Agency (NSA) americana tiene literalmente la capacidad de grabar todo lo que se mueve en tiempo real. Otra cosa es analizarlo en tiempo real. Estos programas de ataque masivo a decenas, centenares, miles, millones de comunicaciones, tienen de espectacular lo que de baldío si no van acompañados de herramientas de interpretación y anticipación. De ahí, por ejemplo, la cara recurrente de tonto que se le queda a más de un jefe de servicios secretos cuando por ejemplo se descubre que tal o cual autor de tal o cual atentado había sido vigilado, o era o había sido, incluso, informante de la organización. Pues claro. Ya se imaginarán ustedes de dónde salen los informantes y por qué se les recluta. Lo malo, lo alarmante, es que no hay tiempo real ni material de controlar de verdad a todo el mundo, menos de la manera torpona e industrial que se hace ahora, hala, calzándole un programa espía a no sé cuántos teléfonos, sin discriminar y sin mirar. A mí me preguntaron hace poco si no tengo miedo de que me espíen a través del móvil o del ordenador portátil del Parlament. Pues sí y no. Doy por hecho que lo hacen, o lo intentan, y por eso tengo la precaución de mantener mis conversaciones más íntimas en mi móvil privado, el de toda la vida. A la vez estoy segura de que podría decir a gritos en plena llamada «¡voy a tirar una bomba fétida en el ple del Parlament» y no se enteraría nadie hasta que la hubiese tirado ya.

Resumiendo, que a la luz de mis investigaciones sobre los servicios secretos españoles y los de otros países, todo esto de Pegasus es una burbuja sobre una chapuza sobre una nimiedad. Resulta hasta patético, en mi opinión, que los mismos partidos independentistas que hace sólo cuatro años, en 2018, votaron en contra de la petición de C’s y de otros partidos -incluido el PSC- de investigar un posible espionaje de los Mossos, que no tienen ni han tenido nunca la excusa de tener competencias de seguridad nacional para vigilar a nadie, exijan ahora investigar a quien sí las tiene, y mientras no se demuestre empírica y judicialmente lo contrario -que no es lo mismo un amiguete de Puigdemont que trabaja en una universidad de Toronto que un juez de la Audiencia Nacional…-, hacen su trabajo cuando tratan de reunir información de gente que encima presume públicamente de querer destruir el Estado español, o poco menos.

Otra cosa es que este trabajo lo hagan notoriamente mal. Ahí es no haberse enterado de que la familia Pujol tenía una millonada fuera durante décadas (millonada cuyos impuestos la Generalitat ha dejado prescribir adrede, sin ir más lejos), o no haber podido o quién sabe si querido acreditar a tiempo el monstruoso desvío de dinero público catalán a las «embajadas» del procés, por no hablar de cuando Josep-Lluís Carod-Rovira, siendo vicepresidente catalán se largó en coche oficial a Perpignan a reunirse con la cúpula de ETA, sin decirle nada a nadie ni de su propio partido, o de otras graves irregularidades políticas y financieras más actuales que poco a poco irán saliendo, espero…  No, señores, las explicaciones y hasta las dimisiones no las deberían estar pidiendo los independentistas que se proclaman «espiados», sino todos los demás. Que parece mentira que estemos en manos de quienes estamos. Mortadelos.

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