THE OBJECTIVE
Anna Grau

A solo 40.000 votos de la barbarie

Sólo Inés Arrimadas al frente de la candidatura de Ciutadans en 2017 consiguió el milagro de sacar a votar en Cataluña a todos los que no votan nunca

Opinión
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A solo 40.000 votos de la barbarie

Laura Borrás, expresidenta del Parlamento de Cataluña | Lorena Sopêna (Europa Press)

Me pregunto si en el resto de España se es consciente de la trascendencia del episodio vivido esta semana pasada en el Parlamento catalán. La no por anunciada menos bochornosa suspensión de su presidenta, segunda autoridad catalana (hasta el miércoles pasado), Laura Borràs, parece y es un terremoto político. Nada comparado con lo que habría podido ser de llegar a estar apoltronada Borràs no en la presidencia del Parlamento, sino en la de la Generalitat misma. Nos hemos quedado a 40.000 votos escasos de esa calamidad. De algo muy parecido a la barbarie enmoquetada.

Pensémoslo despacio. Borràs era candidata de JuntXCatalunya, la marca neoconvergente que ella y sus inmediatos seguidores son partidarios de llevar al paroxismo. A ser algo así como los muñecos diabólicos del independentismo…institucional. Porque el drama de esta gente (de toda ella) es que llevan décadas engolfados en las instituciones. Y exprimiéndolas hasta la última gota, solos o en compañía de otros, también siempre los mismos. Lo que se tiende a recordar enmarcado por la orla del «pujolismo», era pujolismo, sí, pero cohabitado: CiU mandaba en la Generalitat y en la Cataluña interior, el PSC en el Ayuntamiento de Barcelona y en el área metropolitana, y juntos se repartían (y se siguen repartiendo) botines tan sensibles como el de la Diputación barcelonesa, cuyos recursos y tentáculos no son moco de pavo. Ya verán como la alianza entre Junts y PSC aguanta allí lo que le echen. Hasta un borrascidio.

«Cuando mandan siempre los mismos, la desmesura de la tiranía es cuestión de tiempo»

Toda la historia, toda la agonía del procés, es fruto del choque frontal de dos soberbias muy tóxicas: la de los herederos de Jordi Pujol, poco preparados para aceptar que, ayunos de patriarca, ERC les arrebatara el cetro de las esencias nacionalistas, y la de los herederos de Pasqual Maragall, quien ante la posibilidad de transformar Cataluña en algo olímpicamente distinto, más parecido a Barcelona 92 que a Vic 2022, prefirieron cerrar el paso a ninguna alternativa política verdaderamente transformadora. Y blindar el sofocante oligopolio de la sociovergencia, con cambios puntuales de nombre y de temperamento, veinte o cuarenta años más.

Lo malo es que, cuando mandan siempre los mismos, la desmesura de la tiranía es cuestión de tiempo. Sucedió en Andalucía y sigue sucediendo en Cataluña, donde ninguno de los cambios políticos en la corteza del poder altera fácilmente lo sustancial…

Bueno, excepto dos cosas que sí, esas sí que se han notado, aunque no siempre se haga la lectura correcta de las mismas. Y esas dos cosas son:

  1. La victoria de Inés Arrimadas en las elecciones catalanas de 2017.
  2. Que Pere Aragonès (ERC) le sacara 40.000 votos de ventaja a Laura Borràs (Junts) en las elecciones catalanas de 2021.

Lo primero es lo más parecido que he visto en la vida yo (actual diputada de Ciutadans en el Parlamento de Cataluña, por si alguien no se había enterado) a morir de éxito. Yo (que no era diputada, ni siquiera militante de Ciutadans entonces, pero sí fuertemente simpatizante), fue ver aquello y llevarme las manos a la cabeza. Porque cuando sumé el espléndido resultado de Arrimadas con el desastroso del PP catalán, y el francamente decepcionante del PSC, bueno, no había que ser un genio para inferir dos cosas. La primera, que el arco constitucionalista catalán (o lo que entonces se entendía por tal) no sumaba. Dos, que el PSC, lívido ante la evidencia de que el famoso cinturón rojo barcelonés se hubiera podido teñir de naranja, haría todo lo que estuviera en su mano y más para abortar aquella victoria histórica y tratar de destruir a Ciutadans en Cataluña. Y más allá. A los hechos me remito. Con eso no intento negar errores garrafales de Albert Rivera, de Inés Arrimadas misma. Sólo intento constatar que el socialismo catalán (y un poquito el español) decidió combatir, y cuando digo combatir, es combatir a muerte, a cualquiera que les pudiera hacer sombra en la hegemonía de un voto no nacionalista en Cataluña.

Que hacer eso mandara al cuerno décadas de lucha común contra la abstención masiva de ese voto no nacionalista en Cataluña, al parecer no les quitó ni les quita el sueño.

«Sólo Inés Arrimadas al frente de la candidatura de Ciutadans en 2017 consiguió el momentáneo milagro de sacar a votar en Cataluña a todos los que no votan nunca»

Y es que tanto las mayorías absolutas de Pujol como la aparente imbatibilidad actual del separatismo en las instituciones se apoyan en una variedad de factores (siendo no menor una ley electoral abracadabrante…), pero, sobre todo, sobre todo, se apoyan en la monumental, histórica abstención de los no nacionalistas en las elecciones autonómicas. Hay que verlo para creerlo. Ver los datos de quién vota y quién deja de votar…y ver los informativos de TV3 en campaña electoral, que por lo menos en las elecciones del 14 de febrero de 2021, con la excusa de la Covid y de que no se habían podido retrasar los comicios como el Govern pretendía, eran un cántico descarado a la abstención. ¡Medio informativo entrevistando a gente que se quejaba llorando a gritos de haber sido movilizada para las mesas electorales, acusando a la Administración de mandarles a la muerte! Juro que no estoy exagerando ni haciendo el menor uso de la ironía. Esto era y es exactamente así.

Sólo Inés Arrimadas al frente de la candidatura de Ciutadans en 2017 consiguió el momentáneo milagro de sacar a votar en Cataluña a todos los que no votan nunca. Tampoco a Salvador Illa, que ahora mismo es, o finge ser, jefe de la oposición catalana, con muchísimos menos votos que los obtenidos por Arrimadas cuatro años antes. Y sin oponerse nunca a nada que se sepa. Pero lo dicho: el socialismo catalán prefiere mil veces «entenderse» con sus socios nacionalistas de toda la vida, que permitir que a Cataluña le lave la cara nadie más. Si eso pasa por mentir al electorado y por el canibalismo constitucionalista, mejor que mejor.

Y ahí nos acercamos a la segunda rareza política de los últimos años: que ERC, la eterna segundona del pujolismo, consiguiera ponerse por delante de los neoconvergentes en votos. No en virtud de un tripartito con socialistas y podemitas, no, sino porque de verdad más independentistas les han votado a ellos que a Junts. Aunque el margen sea sólo de 40.000 votos, y además seguramente no se explique de no haber concurrido a las elecciones algún fleco moribundo de la antigua CiU, de la de antes. Candidatura que no alcanzó a ser viable, a obtener representación. Pero sí a dejar a Laura Borràs, con toda su apabullante estatura, a una cabeza de sentarse en la presidencia de la Generalitat. De presidir toda Cataluña, no sólo su Parlamento.

«Si los catalanes se abstienen de votar un poquito, sólo un poquito más, ya empezaremos a retroceder a niveles predemocráticos»

De buena nos hemos librado. No tanto porque ERC, el PSC y otros sean opciones políticas ejemplares (nada más hay que ver el bodrio de ley que han urdido para saltarse el 25 por ciento de español en las aulas, bodrio de ley que va derecho al Tribunal Constitucional, pero que a día de hoy prevalece sobre los derechos de las familias con la imperdonable firma de Salvador Illa…), como porque está claro que el caos nunca es total y definitivo. Que siempre se puede ir a peor. Si Laura Borràs ha montado la que ha montado desde la presidencia del Parlamento, una función en el fondo más honorífica que otra cosa, ¿se figuran la que habría podido liar de tener algún tipo de poder ejecutivo mínimamente formal y serio?

Lo cual nos devuelve al meollo de la cuestión: la vida y la muerte civil en Cataluña, el derecho o la barbarie, se dirimen por un puñado muy escueto de votos…y una muchedumbre de abstenciones. Son todos los que temen, los que callan, los que bajan los brazos o los que les toman el pelo con el «voto útil» los que, sin saberlo, levantan cada día más alta y más espinosa la alambrada. Si los catalanes se abstienen de votar un poquito, sólo un poquito más, ya empezaremos a retroceder a niveles predemocráticos.

Y oigan, si de verdad se creen que en España cabe un Westworld tan grande como Cataluña, un parque temático donde no hace falta cumplir ninguna ley, y la gente puede soportarlo indefinidamente todo, todo, todo, más con la crisis económica brutal que se avecina…

¿Han leído ustedes a George Orwell?

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