THE OBJECTIVE
Enrique García-Máiquez

Para normativo, el espíritu

«Desde el momento en que decides hacer la campaña, estás trazando una línea en la arena que distingue entre unos cuerpos y otros»

Opinión
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Para normativo, el espíritu

La ministra de Igualdad, Irene Montero. | Europa Press

El que hizo el chiste del Ministerio de Igualdad como «Ministerio de igual da» no gozaba de grandes dotes proféticas. Entre tantos ministerios, ni estudian ni trabajan, Igualdad nos ha dado los más diversos e inclusivos momentos. Nadie le podrá negar que ha sido un gran animador de los mentideros mediáticos y el más fiel indicador del nivel de este Gobierno. No ha dado igual, ni mucho menos. Ni tampoco ha dado más de sí. Pero igual no ha dado.

Lo último de Igualdad ha sido el follón producido con su cartel de los cuerpos inclusivos. Es un escándalo de talla grande. Está, como ya saben, lo oscuro de su licitación y su montante. Y que la artista final se dedicó a buscar cuerpos de mujer fuera de lo común o normativo por la red, y los trincó sin permiso (recordemos, para no perdernos ni un detalle que estamos en el ministerio del consentimiento explícito del sólo el sí es sí). Pero no acaba ahí la cosa, todavía. A una de las modelos, que tenía una prótesis en una pierna, le cancelaron la discapacidad, y le pusieron una pierna completamente normativa, pero de pega. La chica está alucinando, como es lógico. Las otras modelos forzosas tampoco han salido bien paradas. Que esa falta de respeto se perpetre además en un cartel de un ministerio público; de un ministerio de igualdad, encima, y, todavía más, en una campaña contra la discriminación corporal es un bucle de contradicciones encadenadas que puede haber batido el récord mundial de la incoherencia política.

Hasta ahora sólo he recogido los hechos desnudos y consabidos. Resultan tan alucinantes que corremos el riesgo de olvidar, a cuenta de las anécdotas, la categoría. Lo del cartel no podía salir bien de ninguna de las maneras por una cuestión mucho más esencial. Si colocaba en la playa lo que ellos llaman unos cuerpos no normativos, los estaban señalando como tales. La mejor manera de no marcar a nadie era no hacer ni los carteles ni la campaña, porque la gente en la playa está a sus cosas y no en poner a nadie en un escaparate o en una pasarela. La playa es otra cosa.

Desde el momento en que decides hacer la campaña, estás trazando una línea en la arena que distingue entre unos cuerpos y otros. Y animando a los ciudadanos a buscar a partir de ahora cuerpos de cartel. ¿Cómo es posible que no viesen este error de bulto, con perdón? Han creado un problema que no existía. Que ahora se encuentren con un problema es pura lógica y justicia poética. 

Claro que la solución era no crearlo ex novo, esto es, no hacer el cartel. Y entonces para qué quedaba el ministerio de Igualdad, adiós a los dineros para unos y para otros y nada a todo.

Si necesitaban un cartel para justificar su existencia y los gastos, hubiese estado bien que el Ministerio de Igualdad se hubiese ceñido a un criterio de sentido común. Podría haber puesto el dibujo de una playa hasta la bandera, con una ilustración tipo «Buscando a Wally» y haber incluido a todo tipo de personas, hombres y mujeres, de todas las edades y todas las envergaduras. Y haber puesto, un lema alegre y verdadero: «Cada uno, su cuerpo; todos el mismo espíritu. Disfrutemos la playa como siempre». Hubiese sido mucho más realista, aunque habría quedado clara su falta de necesidad, pues eso es lo que hubiese mostrado igual cualquier foto de cualquier playa de España. Sin retoques de Photoshop.

«Con la excusa de integrar a todo el mundo, sacan a la gente de su normalidad, les ponen una etiqueta, les asignan una discriminación, les clavan un complejo y después los ayudan a integrarse en la normalidad»

El cartel actual es un fiasco, por causas accesorias y chapuceras que claman al cielo, pero lo habría sido de cualquier manera, porque la idea que lo sustenta es pésima. E hipócrita. Con la excusa de integrar a todo el mundo, sacan a la gente de su normalidad, les ponen una etiqueta, les asignan una discriminación, les clavan un complejo y después los ayudan a integrarse en la normalidad (en la que ya estaban), pero ahora 1) a costa del presupuesto público, 2) acusando a los demás de unos prejuicios prefabricados que no tenían y 3) generando una supuesta deuda de gratitud en el colectivo de neo-ofendidos que antes estaba tan tranquilo. Lo que de verdad se merecen es que no les hagamos ni caso; pero hay que reconocer que el hecho de que hagan el ridículo de una manera tan palmaria como en esta ocasión resulta refrescante, silogístico y quién sabe si terapéutico y preventivo. Ojalá.

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