THE OBJECTIVE
César Calderón

Salman Rushdie debe vivir

«Rushdie debe vivir y seguir escribiendo porque cada nuevo libro que publica simboliza el triunfo de la libertad sobre a la oscuridad, de la vida sobre la peste, del amor sobre la venganza, de la belleza sobre el abismo»

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Salman Rushdie debe vivir

Salman Rushdie. | El Universal (Europa Press)

Mientras la peste negra diezmaba la población europea a finales del siglo XIV  y el renacimiento apenas asomaba tras las espesas brumas del medievo, diez jóvenes huyeron de una Florencia que se moría a chorros y se refugiaron en una idílica villa a las afueras de la misma con el sensual propósito de celebrar la vida mediante una serie de cuentos que se narraron los unos a los otros y en los que, no podía ser de otra forma, el amor, desde el más elevado hasta el más carnal, ocupó el centro de las conversaciones.

Esto es al menos lo que nos contó Giovanni Boccaccio en su libro su Decamerón, una obra tan avanzada para su época que fue incluida en el censo de libros prohibidos de la iglesia católica y en la que su autor, huyendo glosar las virtudes de santos y vírgenes, puso a seres humanos reales, mujeres incluídas, como protagonistas de un relato en el que el revolucionario acto de la narración ocupaba el epicentro del mismo.

Y es que miren, los seres humanos, si queremos sobrevivir conservando un mínimo de cordura, debemos contarnos historias, una suprema necesidad que tiende a chocar con quienes son conscientes de que la única manera de alcanzar y mantener su poder es precisamente la imposición de un único relato -el suyo-  y la expulsión a las tinieblas exteriores a cualquiera que ose poner en cuestión una sola coma de su narración. Una laboriosa tarea en la que son auténticos especialistas tanto los regímenes autoritarios como las grandes religiones, ya saben, esas cuyo corpus doctrinal proviene de las creencias y costumbres de las tribus de pastores de cabras que habitaban los desiertos de oriente próximo hace un par de miles de años.

Ese y no otro fue el gravísimo pecado que cometió Salman Rushdie al escribir Versículos Satánicos en 1988, un libro que le valió que el Ayatolah Jomeini publicase una fatwa instando a toda  la población musulmana a matarle allí donde se encontrase.

Con su libro, Rushdie estaba cuestionando no ya la existencia de un ser omnipotente y creador del universo, sino algo mucho más grave, estaba proclamando su derecho tanto a construir una narrativa alternativa al mismo y, por tanto, arrebatando la franquicia de su interpretación a quien hasta el momento la ostentaba sin oposición alguna, como a fabular libremente en torno a sus personajes, lo que de no mediar condena, hubiera devenido a ojos de los Ayatolás en una pérdida de control y, por tanto, de poder.

Y esa también es la razón por la que Salman Rushdie debe vivir y seguir escribiendo, cada nuevo libro que publica, cada nuevo relato que llega a las revistas y cada nueva entrevista que concede a los medios, simbolizan como en el Decamerón, el triunfo de la libertad sobre a la oscuridad, de la vida sobre la peste, del amor sobre la venganza, de la belleza sobre el abismo. 

Y si no me quieren hacer caso a mí, lean lo que sabiamente escribió el propio Boccacio sobre quienes condenaron a todos los Rushdies que antecedieron al bueno de Salman.

Cuánta y cuál sea la hipocresía de los religiosos, los cuales con las ropas largas y amplias y con los rostros artificialmente pálidos y con las voces humildes y mansas para pedir a otros, y altanerísimos y ásperos al reprender a los otros sus mismos vicios y en mostrarles que ellos por coger y los demás por darles a ellos consiguen la salvación.

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