THE OBJECTIVE
Teodoro León Gross

Qué espectáculo político... ¡lechuga!

«La percepción es que la polarización en España ya ha cumplido su ciclo expansivo, y la sociedad empieza a estar vacunada. El espectáculo cansa, aburre»

Opinión
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Qué espectáculo político… ¡lechuga!

La primera ministra británica Liz Truss anuncia su dimisión, este jueves en Downing Street. | EFE

Ya no es una hipótesis inverosímil que los británicos hayan preferido que la lechuga ganara a Liz Truss. Seguramente la idea más repetida en redes tras la dimisión de la primera ministra británica, en apenas seis semanas, ha sido: ¡Venció la lechuga! Sí, esa lechuga que el tabloide Daily Star puso en escena unos días atrás preguntándose: «¿Durará más esta lechuga que Truss?». Ha sido un éxito. Desde empresarios como Anand Mahindra, con diez millones de seguidores en Twitter, a investigadores de Harvard o analistas sofisticados de la vieja Fleet Street, repetían «and the winner is: the lettuce».

Si haces política bajo las reglas de la industria del espectáculo, por supuesto antes o después no podrás escapar de la lógica del espectáculo. Esto lo vio claro Neil Postman cuando aún sólo se trataba de la televisión, sin internet ni redes, en su ensayo Divertirse hasta morir, preguntándose qué nos hace tanta gracia y en qué momento decidimos dejar de pensar. Del «in Liz we Truss» de semanas atrás al triunfo de la lechuga solo va mes y medio. Ha cuajado una irresistible tentación de arrojar primeros ministros al Támesis como si fuesen italianos, lo que The Economist ha acuñado como Gran Britalia. Solo hay un pequeño detalle: no son italianos.

En Italia, la fascinación va y viene estos días por los audios de Berlusconi, a la espera de una tercera pieza que remate a Silvio, a quien ya nadie llama Cavaliere. No por casualidad fascinación viene de fascinus, que es lo hechizante, pero también el falo. Los latinos distinguían mentula, que es pene, y fascinus, éste en erección. Fascinante. Berlusconi anda coqueteando, cuando ya le falta viagra electoral, con Putin. Meloni, con Salvini y Berlusconi a cada lado, ya sabe cuáles son sus verdaderos dos melonis por abrir, no los del soez video electoral nivel calendario de taller mecánico. Seguramente en Suecia la ultraderecha se hará más sueca, pero es la ultraderecha.  

Eso sí, aunque Buxadé haya proclamado en el Parlamento Europeo que esta generación va a plantar cara al viejo sistema, la percepción dominante es que Vox ha envejecido rápido y ya ha tocado su techo en España, como pronostican todos los sondeos. Por el contrario, recupera impulso el bipartidismo con el PP al alza ensanchando por el centro donde ha fagocitado a Ciudadanos e incluso atrayendo, como en Andalucía, a un votante moderado del PSOE. Los sondeos constatan un hartazgo hacia los extremismos polarizantes, Vox y Podemos, y sus maquinarias de alta tensión.

Claro que tampoco nadie cree en el CIS de Tezanos, que en definitiva admite su condición de cheerleader, al pronosticar un fracaso estrepitoso de Vox por debajo del 10% detrás de Podemos. Pero Vox asusta cada vez menos, aunque la izquierda se aferre al mantra de la ultraderecha en su hundimiento demoscópico; y no parece que de momento haya mayor preocupación con Macarena Olona y su plataforma activada en Panamá –¿una plataforma off shore para dar más ruido?– con la que anuncia «la batalla mundial contra la ideología de género». Su particular Guerra Mundial Z.

«Los sondeos mantienen una tendencia a la baja de Podemos y el PSOE sufrirá las consecuencias de su podemización»

La percepción generalizada es que la polarización en España ya ha cumplido su ciclo expansivo, y la sociedad empieza a estar vacunada. El espectáculo cansa, aburre. Los sondeos mantienen una clara tendencia a la baja de Podemos, que se aferra a Yolanda Díaz para un nuevo experimento en que se disuelva la historia fallida de Podemos. Y el PSOE seguramente sufrirá las consecuencias de su propia podemización apostando por un relato populista de la confabulación de los ricos y los poderes oscuros, y también por el estrés de Frankenstein. El monstruo –como intuyó Rubalcaba– siempre tiene el mismo final.

Ahí está el último episodio del imán salafista detenido en Cataluña. En cualquier otro lugar, provocaría estupor que la mayoría del Parlamento saliera en auxilio de un imán radicalizado con una orden de expulsión del país elevada por la Seguridad del Estado con informes policiales y de inteligencia que lo sitúan como un riesgo para la seguridad nacional. En Cataluña, sin embargo, nadie se sorprende ya de los delirios del bloque indepe y sus aliados podemitas. No es nuevo algo así por atacar al Estado, desacreditando a sus fuerzas de seguridad o sus tribunales. Tras el atentado de 2017 inspirado por un imán de perfil similar, terminaron señalando a la Corona y al Gobierno. Putin, el yihadismo… Se diría que Sánchez ha elegido los cocheros de su carro fúnebre.

Tanto es así que Feijóo, en el debate del Senado, dijo esta semana: «Yo no tengo ninguna duda de que usted quiere seguir siendo presidente del Gobierno de España –que se lo digan a sus compañeros del PSOE– pero otra cosa es querer a España. Yo sí quiero a España, y por eso me comprometo a no pactar con independentistas que no cumplan con la Constitución». Claro que podría parecer que a Feijóo le basta ser el contrapunto de Frankenstein, mantener una imagen moderada, y no arrugarse en las batallas culturales… pero nada es tan sencillo cuando la política se rige por las reglas del espectáculo. 

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