THE OBJECTIVE
Jorge Freire

Leviatanes y arbitristas

«Rechazar el mito del emprendedor en el garaje no implica creer el mito del Leviatán infalible»

Opinión
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Leviatanes y arbitristas

Imagen industrial | Patrick Hendry (Unsplash)

Uno va por la vida como un telegrafista, y cuando un sonido empieza a repetirse, alterando el rumor de fondo, solo puede ponerse alerta. Durante los últimos meses un mensaje se repite por doquier: la perentoria necesidad de un «Estado emprendedor» que capitanee una política industrial. La idea, que viene de El Estado emprendedor (Taurus), el exitoso ensayo de la economista italoamericana Mariana Mazzucato, refiere a un Estado activo que no se limita a corregir los fallos del mercado, sino que procede de forma activa, sentando las bases de la prosperidad; que no solo incentiva, sino que innova; y que no solo favorece la inversión, sino que la dinamiza. Visto así, ¿a quién le puede parecer mal?

Mazzucato sintetiza su tesis con un argumento repetido en nuestro país por políticos como Íñigo Errejón: no habría habido iPhone sin una serie de tecnologías financiadas con dinero público. Claro que también podría replicarse con el fallido diseño del Perte del vehículo autonómico; tampoco la chapuza de las renovables, la iniciativa Kelifinder o la web de Renfe provinieron del ámbito privado. Rechazar el mito del emprendedor en el garaje no implica creer el mito del Leviatán infalible. 

«El auge de la porcelana, el vidrio o los tapices no habría sido posible sin el impulso del despotismo ilustrado; se trataba de ese Estado transformador»

Más allá del libro de Mazzucato, al que los nuevos vientos han llevado en andas, tenemos noticia del «Estado emprendedor» desde tiempos de la Monarquía Hispánica. Piénsese, por ejemplo, en las Reales Fábricas impulsadas por Felipe V y sus sucesores: el auge de la porcelana, el vidrio o los tapices no habría sido posible sin el impulso del despotismo ilustrado; se trataba de ese «Estado transformador», como lo llamaron los fisiócratas del XVII, capaz de transformar el tejido productivo de un país.

«No podemos asegurar que nos tocará en suerte el Estado emprendedor que financió la producción en masa, el programa Apolo o internet y no uno que se limite a controlar sectores»

Por desgracia, dicha época también nos ofrece alguna enseña acerca de los arbitristas, que por cada plan constructivo ofrecían nueve disparatados, prefigurando las ocurrencias de algunos de nuestros más conspicuos expertos: ora cerrar el puerto de Cartagena de Indias con una cadena para cortar el paso a los ingleses, ora introducir una moneda sin valor -la célebre moneda de vellón- con vistas a bajar la inflación, solo para expulsar toda moneda buena y regalar al economista Gresham un ejemplo redondo de lo que andando el tiempo sería su célebre ley económica.

¿La mejor política industrial es la que no existe? En un país como el nuestro, que mordió la manzana del crecimiento económico basado en la construcción y los servicios y arrumbó la industria manufacturera, resulta obvio que eso no es así. Mucho han cambiado las cosas después de la pandemia: EEUU lanza su ley de chips y la UE se encomienda la tarea de reindustrializarse. Pero ni los policy makers patrios lo tienen fácil para pergeñar una política industrial que se ahorme a nuestro diseño autonómico ni puede garantizarse que, por mor de la famosa gobernanza y como por arte de birlibirloque, todo irá como la seda. Así que harían bien nuestro arbitristas en ahorrarse el triunfalismo.

Por lo pronto, no podemos asegurar que nos tocará en suerte el Estado emprendedor que financió la producción en masa, el programa Apolo o internet y no uno que se limite a controlar sectores o a formar una gigantomaquia ajena a la realidad de la empresa; que impulsará bancos de desarrollo y no se dedicará a comprar votos; que financiará proyectos de nanotecnología y no mordidas entre colegas. Añádase que, probablemente, los arbitristas de hoy no merezcan mayor confianza más que los de antaño. Nos dicen que la cuestión es urgente, y seguramente lo sea, pero es la premura con que algunos piden la llegada de un Leviatán emprendedor lo que nos trae tufaradas a chamusquina. 

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