THE OBJECTIVE
Ignacio Ruiz-Jarabo

Sánchez, mal; Yolanda, peor

«Sánchez siguió su práctica habitual de no responder a lo que se le plantea para dedicarse a glosar su gestión. Díaz hizo un discurso entre Evita Perón y Fofito»

Opinión
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Sánchez, mal; Yolanda, peor

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz durante la moción.

En la mañana de este martes pudo verse una vez más la versión parlamentaria del presidente del Gobierno. En un déjà vu que ya por contumaz resulta cansino, Sánchez reiteró que la derecha es mala malísima, que no respeta los derechos humanos en general y los de las mujeres, jóvenes, homosexuales y pensionistas en particular. Y que menos mal que los españoles tienen la suerte de que exista él para evitar que España se convierta en una monstruosa tierra de la desigualdad, del odio, de la homofobia … Por supuesto, Sánchez siguió su práctica habitual de no responder a las cuestiones que se plantean para dedicarse a glosar la gestión, por supuesto maravillosa, de su Gobierno. También repitió su usual recurso a la falsedad, como por ejemplo cuando le negó por dos veces a Abascal que siendo diputado del PSOE votó a favor de la convalidación del decreto-ley de mayo de 2010 aprobado por el Gobierno de Zapatero que congeló las pensiones. Sánchez quiere borrar este hecho de la historia, pero la memoria histórica le desmiente tantas veces como pretende borrarlo.

No obstante, y como novedad, hubo ayer momentos en las intervenciones de Sánchez en las que llegó a rozar el ridículo. Así sucedió cuando, intentando defenderse de la acusación de despilfarro, tuvo la desfachatez y a la vez estulticia de acusar a Abascal del aumento del gasto público que supone la celebración de la moción de censura. Quizás sea esta concepción sanchista sobre el trabajo parlamentario la que le ha llevado a ningunear al Parlamento en la tramitación de algunas de las últimas leyes aprobadas y a promulgar, como le dijo Tamames, ¡132 decretos leyes! También se autorridiculizó, además de resultar miserable, cuando quiso afear que el líder de Vox no hubiera realizado el servicio militar. La respuesta le puso a Sánchez en su sitio al recordarle dónde estaba cada uno en aquellos tiempos. Uno, Abascal, estaba en el Ayuntamiento de Llodio arriesgando su vida por defender la democracia. Otro, Sánchez, estaba en Cajamadrid. Es posible que, a estas horas, el presidente del Gobierno se esté arrepintiendo de esta parte de su intervención.

«Las habituales malas artes parlamentarias de Sánchez quedaron especialmente patentes en su réplica a Tamames»

Las habituales malas artes parlamentarias de Sánchez quedaron especialmente patentes en su réplica al discurso de Ramón Tamames. En una intervención considerablemente larga, pesada, aburrida, reiterativa, que dobló en su duración a la de su opinante, Sánchez dejó sin responder una larga lista de cuestiones que le fueron planteadas. Entre otras muchas, la desindustrialización que ensombrece nuestro futuro económico, el descontrol del gasto público que dispara el importe de la deuda del Reino de España, la catástrofe demográfica que nos conduce a un alarmante envejecimiento poblacional, la lacerante reforma del Código Penal para favorecer a los socios parlamentarios del Gobierno o el indigno cambio de nuestra posición sobre el Sáhara. Omisiones todas ellas en principio inadmisibles, pero especialmente inaceptables dado el tiempo consumido, buena parte del cual estuvo dedicado una vez más a glosar las maravillas del país de Alicia que está construyendo Sánchez.

Con todo, la relativa sorpresa de la mañana estuvo a cargo de Yolanda Díaz. Ésta imitó a su jefe en el escandaloso consumo de tiempo, y lo hizo para pronunciar un discurso situado a mitad entre Evita Perón y Fofito, simultaneando guiños al «canto a los queridos descamisados» de la primera con la emulación del conocido «¿Cómo están ustedes?» del segundo, si bien que actualizado mediante una especie de «¡Qué guapos son ustedes!» referido, uno a uno, a todos sus compañeros de gabinete. Esta laudatio colectiva resultó mitad chusca, mitad patética y, además, sonó a despedida de curso, algo se deben creer en el Gobierno de lo que dice el consenso demoscópico sobre el próximo resultado electoral. Por lo demás, realizó una alegoría de los efectos de su contra reforma laboral que también sonó a guasa ahora que, por un descuido del SEPE, ya se conocen los datos del maquillaje de las estadísticas del paro que ha provocado la citada reforma. No sé si hizo bien o no Ramón Tamames en no contestarle, pero fue evidente que a la vicepresidenta le hubiera gustado. Ella se había preparado a fondo su intervención, era su gran día, iba a tomar la alternativa. Y se encontró con que el toro no quiso participar en la faena. ¡Lástima! Se torció su doctorado.

Por lo demás, en cierto modo sucedió lo que se esperaba. Tras una inicial intervención sólida y documentada, la edad de Tamames abortó su activa participación en el debate posterior. No obstante, que conste que una de sus propuestas debiera ser llevada a la práctica con urgencia. Me refiero a la necesaria reforma del Reglamento del Congreso que evite intervenciones tan eternas como aquellas a las que nos tiene acostumbrado Sánchez. La agilidad de los debates parlamentarios y el reequilibrio de las condiciones de los debatientes así lo exigen.

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