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César Calderón

Votar en legítima defensa

«El PSOE fue capaz en poco más de dos meses de transformar a su melancólica y derrotista masa de votantes en un ejército de activistas»

Opinión
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Votar en legítima defensa

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. | Europa Press

Tras las elecciones celebradas hace dos semanas, los medios de comunicación se han llenado de análisis taxonómicos sobre el voto de los españoles, todos ellos muy interesantes y coloridos, con los que los sociólogos tratan de explicar el inesperado resultado de las urnas.

Según los mismos -y esto admite poca discusión-, la principal conclusión es que el género ha resultado clave a la hora de determinar el sentido del voto, de tal forma que mientras entre los hombres la cosa ha andado muy pareja, las mujeres que se han inclinado por opciones progresistas habrían sido casi 12 puntos más que las que lo han habrían por opciones conservadoras. 

Las mujeres, ya saben, ese insignificante cincuenta por ciento de la población que se ha sentido atacado por las políticas contrarias a la igualdad propugnadas y (sobre todo) puestas en marcha en tiempo récord por Vox desde los ayuntamientos y comunidades autónomas en los que han conseguido alcanzar el gobierno.

El segundo elemento en grado de importancia habría sido el territorial, el lugar de residencia del votante, produciéndose los resultados más alejados de la media en dos territorios, Cataluña y Euskadi, en los que el PSOE se ha convertido en primera fuerza adelantando a las habitualmente hegemónicas fuerzas nacionalistas y permitiendo que los socialistas recortasen la diferencia establecida en otros territorios hasta prácticamente igualarse en el cómputo global.

«La propuesta electoral de Vox incluía acabar con el autogobierno y reavivar desde Madrid tensiones políticas y sociales»

Ya saben, Euskadi y Cataluña, dos insignificantes territorios históricos en los que viven en torno al 20% de los españoles, que además poseen sensibilidades políticas y culturales específicas y en los que la propuesta electoral de Vox incluía acabar con su autogobierno y reavivar desde Madrid unas tensiones políticas y sociales afortunadamente olvidadas en ambos lugares.

Y aún existiría un tercer elemento que serviría para explicar el resultado final de las elecciones, el voto de los más mayores, un grupo en el que a pesar de haber sido mayoritariamente conservador, durante la última semana de campaña se produjo un espectacular recorte de diferencias.

Los jubilados, ya saben, el despreciable colectivo que porcentualmente más participa en las elecciones y cuyas pensiones se beneficiaron de una imponente subida por parte del gobierno del gobierno y que, vaya usted a saber por qué, sintieron que un ejecutivo de signo diferente sería contrario a sus intereses.

Tres imponentes árboles: género, territorio y edad que sin embargo no deberían impedirnos ver el bosque en su conjunto, una selva en la que el PSOE fue capaz en poco más de dos meses de transformar a su melancólica y derrotista masa de votantes en un ejército de activistas que no se conformaron con acudir a las urnas, sino que ejercieron de verdaderos agentes electorales en sus entornos gracias a al bovino atolondramiento de la muchachada abascaleña, más ocupada en marcar paquete en los municipios y autonomías en los que lograron entrar en el gobierno que en consolidar el cambio político en nuestro país y que al fin y a la postre se convirtieron en el punto en el que el PSOE hizo palanca para tener posibilidades de formar gobierno a pesar de su derrota.

Un PSOE que de nuevo demostró que es la maquinaria electoral más eficiente de nuestro país y que convenció a los adormecidos votantes progresistas de que en estas elecciones, su voto era nada más y nada menos que un ejercicio de legítima defensa.

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