THE OBJECTIVE
Javier del Castillo

De verdad, ¿merece la pena este bochorno?

«La realidad es tozuda y pone en evidencia las barbaridades y tropelías que está cometiendo Sánchez para mantenerse unos años más al frente del Gobierno»

Opinión
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De verdad, ¿merece la pena este bochorno?

Pedro Sánchez. | Alejandra Svriz

Llevamos apenas un mes desde que se inauguró la legislatura y cada día que pasa se comprueba el daño que los pactos de Pedro Sánchez están ocasionando a la convivencia entre los españoles y a la democracia. Por mucho que se intente – también cada día – convencer a la opinión pública de lo contrario, la realidad es tozuda y pone en evidencia las barbaridades y tropelías que está cometiendo Sánchez para mantenerse unos años más al frente del Gobierno. 

¿Merece realmente la pena ser presidente de tu país, teniendo a la mitad de los ciudadanos en contra y a la otra mitad sin demasiados argumentos para defenderte? Sobre todo, con la incertidumbre de no saber qué puede pasar mañana, si no cumples con los compromisos firmados y las contrapartidas exigidas por unos aliados que tienen unos intereses distintos a los del resto de españoles. Cuando, encima, hay constancia de que los nacionalismos son insaciables. 

¿Merece la pena estar todo el día amenazado y vigilado por un prófugo de la justicia, que te pone en evidencia a las primeras de cambio, tirando por tierra los argumentos de que la amnistía y el reconocimiento de los supuestos daños causados a la causa independentista restablecerán la convivencia y la concordia en Cataluña y, por extensión, en toda España? Basta con escuchar a Puigdemont y a los portavoces y representantes de Junts per Cats para evidenciar la ausencia de arrepentimiento y la clara intención de reincidir y convocar otro referéndum. 

¿Merece la pena dejar el futuro de España en manos de quienes rechazan formar parte de ella, mientras llamas reaccionarios a todos aquellos que defienden los principios de solidaridad y de igualdad ante la ley? ¿Cómo es posible que todos los jueces españoles –conservadores, progresistas o de dudosa identidad– se pongan de acuerdo contra el Gobierno, en lugar de pedir disculpas por ser ellos los verdaderos causantes de la discordia?

«Una cosa está clara: al presiente se le empieza a hacer ya larga la legislatura» 

¿De verdad, merece la pena decir un día una cosa y al otro día la contraria, para intentar convencer a la opinión pública de que rectificar es de sabios? En definitiva, que hasta los cambios de humor obedecen, realmente, a la obligada adaptación a unas nuevas situaciones y circunstancias. Como si no existieran compromisos adquiridos con quienes un día se vieron obligados a dejar las armas, para intentar conseguir lo mismo desde dentro de esas instituciones que supuestamente oprimían al Pueblo Vasco. Ni Ariel (perdón por la publicidad) los podría dejar más blancos.

¿Le merece la pena a Sánchez estar toda la legislatura culpando a la oposición de todos los males o inventarse campañas orquestadas de la derecha reaccionaria, donde Feijóo y Abascal son para Sánchez una misma persona? ¿Hasta qué punto merece la pena ver fantasmas por todos los lados y acusar a los enemigos, interiores y exteriores, de un gobierno progresista –muletilla que recuerda a tiempos felizmente superados– de los abucheos e insultos que recibe el jefe del Ejecutivo cada vez que aparece en lugares públicos, protegido por un batallón de escoltas y decenas de policías nacionales? 

¿Merece la pena dejar desprotegidas a las comunidades con menos recursos, mientras se premia a las que tienen mayor renta per cápita, ahondando así en las desigualdades y pasándose por el arco del triunfo la solidaridad interterritorial que inspiraba la creación del Estado de las Autonomías? ¿Ha pensado Sánchez en el bochorno que está haciéndoles pasar a los diputados y senadores socialistas que han votado a favor de esos privilegios, por imperativo de supervivencia, en Guadalajara o Badajoz? 

La respuesta a todas estas preguntas (algunas de ellas retóricas) tendrá que darla, lógicamente, el interesado en seguir a toda costa en Moncloa. 

Aunque, una cosa está clara: al presiente se le empieza a hacer ya larga la legislatura.

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