THE OBJECTIVE
Gonzalo Figar

Cosas que la izquierda no entiende

«Creo que no es la economía lo que no comprenden. Lo que la izquierda de verdad desconoce, es algo mucho más grave: el comportamiento humano»

Opinión
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Cosas que la izquierda no entiende

Ilustración de Alejandra Svriz.

Que la izquierda no sabe de economía es algo tan indiscutible que ya ha pasado a la categoría de lugar común. Los «zascas» de brillantes economistas a políticos de izquierda se cuentan por miles en redes sociales. Tenía razón Hayek cuando dijo aquello de «si los socialistas supiesen de economía, no serían socialistas». 

Sin embargo, yo creo que no es la economía lo que no comprenden. Lo que la izquierda de verdad desconoce, ya sea por ignorancia activa o pasiva, es algo mucho más grave: no entiende el comportamiento humano. Los progres tienen una especial fijación con pensar en las personas como si fuesen entes abstractos, utópicos, ideales, en lugar de seres de carne y hueso con su vida, su libertad, su individualidad, su capacidad de decisión.

Hay dos temas donde esta ignorancia izquierdista de la verdadera naturaleza humana queda más retratada: son, por un lado, su desdén por los incentivos y, por el otro, su fe en el ceteris paribus. Voy a intentar explicar ambos asuntos de manera muy sencilla, tan sencilla como para que hasta Yolanda Díaz se entere.

Cuando hablamos de «incentivos», nos referimos a estímulos que motivan o inducen a las personas a actuar de una manera determinada. Hay una serie de incentivos universales que mueven, en mayor o menor medida, a todos – todos – los seres humanos. Podemos resumirlos en incentivos monetarios, como salarios o bonificaciones, o no monetarios, como el reconocimiento público o el desarrollo personal.

Cualquier líder, ya sea en el campo público o privado, debe buscar alinear estos incentivos con unos objetivos concretos deseados. Es decir, si quieres conseguir unos objetivos, más te vale saber a qué responde la gente, qué la motiva y la lleva a la acción.

Por ejemplo, una empresa que quiera que sus comerciales vendan más, les incentivará con un bonus si cumplen unos objetivos. Lo que a nadie cabría en la cabeza es que esa empresa dijese a sus vendedores que, si venden menos, les pagarán más, ¿verdad? Esto sería un incentivo «perverso», es decir, mal diseñado porque no consigue alinear los deseos humanos (cobrar más) con los objetivos perseguidos (vender más).

Pues la izquierda es especialista en diseñar incentivos perversos; incentivos que nunca consiguen acompasar los propios comportamientos naturales de las personas con el logro de objetivos sociales deseables.

Pongamos como ejemplo una de las típicas medidas estrella de los gobiernos progres: otorgar subsidios, ya sean de desempleo, subvenciones, la renta universal o cualquier otra que se les ocurra.

Un fin social deseable para cualquier gobierno debería ser (debería… como ven, parto de la buena fe hacia los políticos…) lograr que la gente se esfuerce, trabaje, produzca, innove, contribuya a la sociedad con el que sea su talento y su capacidad de trabajo. Ahora bien, si das dinero a la gente por no hacer nada, ¿cómo se logra este objetivo? ¿Qué incentivo tiene la gente para esforzarse y contribuir si ya tiene la vida resuelta con, pongamos, una renta universal? Es imposible. Es un incentivo perverso de manual. 

Otro ejemplo: la educación. Un objetivo básico en política educativa debería ser lograr que los alumnos aprendan, trabajen, se esfuercen por construir su conocimiento y sus habilidades. Pero, en las últimas décadas, la izquierda lleva empujando su particular visión de la escuela comprensiva e inclusiva, apostando, entre otras cosas, por medidas como que los niños puedan pasar de curso con múltiples suspensos o, incluso, que se eliminen los exámenes por completo. Surge, pues, la misma pregunta: ¿qué incentivo tienen los chavales para aprender si pasan de curso igual? ¿Qué incentivo si ni siquiera les van a examinar, y nadie va a saber si de verdad estudiaron o no?

El otro gran tema del que la izquierda peca es de una fe sin medidas en el ceteris paribus. Ésta es una expresión latina que se traduce como «manteniendo constantes todas las demás cosas». Se usa en ciencia y en economía para simplificar el análisis de una situación, centrándose en cómo un cambio específico en una variable puede afectar a las demás, asumiendo que todos los demás factores se mantienen iguales.

Por ejemplo, un economista puede preguntarse «¿qué pasaría si sube el precio de la energía, pero todo lo demás sigue igual, nada cambia?». Reduciendo esta compleja situación a sólo un factor (el precio de la energía), el economista puede estudiar las consecuencias de esa subida, centrándose sólo en esos efectos y, por el momento, no teniéndose que preocupar de otras consecuencias. 

Sin embargo, los políticos de izquierdas tienden a diseñar leyes, normas y políticas usando el ceteris paribus no ya como punto de análisis, sino como punto final. Es decir, piensan en aprobar una ley que cambia algo, y esperan que todo el resto de la sociedad va a permanecer igual hacia adelante.

El problema es que los seres humanos no somos casillas de Excel que nos movemos al antojo de los clics, ni tampoco figuritas de madera que nos quedamos quietos cuando el amo gubernamental juega con nosotros. Resulta que los seres humanos tenemos una sana tendencia a reaccionar, a adaptarnos, a movernos. La realidad jamás ha sido estática. A toda acción le sigue una reacción. La misma lógica y sentido común que dice que si alguien nos lanza una piedra a la cara, nos apartamos, nos advierte que si algún político introduce una nueva medida o ley, pues también nos movemos.

«Si subimos los impuestos, pues el Estado recaudará más», piensa la izquierda según su fe en el ceteris paribus. Pues resulta que no, que las cosas no permanecen igual, la gente no se queda quieta.  Si suben los impuestos, las personas y empresarios tienen menos capital para ahorrar e invertir. Ante una subida de impuestos, entonces, recortarán su actividad económica.

«Si subimos el salario mínimo, pues todos los trabajadores cobrarán más», continúa el progre. Pues, de nuevo, resulta que la gente no se queda quieta. Si suben los salarios artificialmente, muchos autónomos o pequeños empresarios ya no podrán permitirse pagar esos costes, y tendrán que despedir a los trabajadores.

«¿Cuál es la consecuencia de este desdén de la izquierda por la naturaleza humana?»

Y así, podemos poner otros muchos ejemplos de políticas que se han aprobado sin tener en cuenta cómo va a reaccionar la gente ante esa medida.

Y ¿cuál es la consecuencia de este desdén de la izquierda por la naturaleza humana? ¿Qué implicaciones políticas tiene que la izquierda ignore incentivos, pero acepte el ceteris paribus? Pues, simple y llanamente, que los progres diseñan políticas que no funcionan, políticas que están condenadas a fracasar.  

Es más, no sólo están condenadas a fracasar, sino que suelen producir exactamente los efectos contrarios a aquellos que supuestamente perseguían. Así, este brillante Gobierno aprueba subidas de impuestos para recaudar más, pero las empresas dejan de invertir o se van de España; aprueba la Ley de Vivienda pero sube el precio del alquiler; aprueba la subida del salario mínimo pero se incrementa el paro; aprueba el tope al gas pero aumenta el precio de la electricidad; aprueba la Ley de Bienestar Animal pero se multiplican los abandonos de mascotas; aprueba la Ley del Sólo Sí es Sí pero excarcelan a violadores; y un largo y triste etcétera más…

Votantes de izquierda, ¿por qué confiáis en esta gente que no da ni una?

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