THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

Fernando Savater y 'El País'

«’El País’ ha sido el espejo de la sociedad española y su mejor anhelo. Era el intelectual orgánico de España. Hoy ese espejo está deformado por el esperpento»

Opinión
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Fernando Savater y ‘El País’

Fernando Savater. | Alejandra Svriz

Fernando Savater rehúye de las etiquetas. Como profesor de filosofía y admirador de Voltaire, Spinoza y Kant es un integrado, pero como devorador de cómics, películas de serie B y coleccionista de monstruos es un apocalíptico. Es un liberal atemperado por la socialdemocracia y un moralista libertino. Para Savater la cultura no es un fin en sí mismo, sino el mejor medio para entender la naturaleza humana y disfrutar más intensamente la vida.

No es un exquisito. Sus lecturas alternan a Ortega con Hergé. Es un vitalista de luto y un optimista sin esperanzas. Odia el elitismo intelectual y la pompa social, pero no se pierde un Derby de Epsom. No es un teórico, aunque tiene un diccionario filosófico, sino un práctico, que de la arena pública pasó a la acción ciudadana (Basta Ya) y política (UPyD), y del atril a la manifestación en la calle. Se jugó la libertad contra la dictadura de Franco y la vida contra ETA, cuando la mayoría desfilaba por la Plaza de Oriente o volteaba para otro lado. Fue un rebelde en chirona (Carabanchel) y un filósofo con escolta (a los que convirtió a la religión de la lectura). Es irónico, irreverente y muy gracioso. Y tiene el arte socrático de convertir las peores preguntas en las mejores respuestas. 

Como conciencia moderna, defiende los derechos humanos universales, la igualdad ante la ley y la libertad para elegir, frente a los derechos adquiridos de la raza, la patria, la religión o el estamento social. Pero como burgués con mala conciencia adora a los críticos radicales de la modernidad, como Nietzsche y Cioran, al que tradujo magistralmente. Es un ácrata sin dejar de ser el orgulloso hijo de un notario. Es un vasco de cultura francesa y el español que mejor conoce América. En México es una estrella de rock que llena auditorios y firma autógrafos (mientras desayuna huevos rancheros). 

La categoría de intelectual no se adquiere vía un certificado académico ni se compra en un bazar. Es un título etéreo que se gana en la arena pública. Y Savater se lo ha ganado desde hace medio siglo. Por eso es el intelectual vivo más importante de España y uno de los mas destacados del idioma español en su conjunto. Savater es un intelectual porque habla por sí mismo y en defensa de sus ideas, nunca ha sido un «cerebro de alquiler», ya sea de un partido, logia, medio de comunicación o gobierno. No le importa ser incómodo o decir las verdades del porquero cuando todos parecen olvidarlas.

Autor de una obra inmensa que es inútil presentar aquí, basta decir que Ética para Amador le ha dado a su autor la satisfacción de ver en vida como un libro suyo se vuelve un clásico y un referente ineludible. Desde la prensa, Savater desnuda semana a semana la mentira de los políticos, la doble moral de los artistas y la estulticia de los nuevos inquisidores, sin perder la ironía y el aplomo. 

«Esta doble actitud de vocero oficioso del Gobierno y buque insignia de la dictadura de lo políticamente correcto ha enajenado a muchos lectores»

Los editoriales y portadas que, desde la salida de Antonio Caño y su equipo, El País ha dedicado a Pedro Sánchez y su lógica de poder no necesitan glosa o explicación. Son evidentes en sí mismas y una vista rápida a la hemeroteca lo comprueba. Tampoco el trato de favor que recibe de la Moncloa, pálida reciprocidad, con revelaciones y filtraciones adecuadas y planas completas de publicidad institucional. Jesús Cacho en Vozpópuli ha desnudado los entresijos empresariales y políticos detrás de este presunto acuerdo. Son escalofriantes y marcan una negra página en la historia democrática de España.

El tema no es que El País defienda unas ideas que coinciden con la acción del Gobierno. Es que defiende un Gobierno más allá de sus cambiantes ideas. Se ha dicho muchas veces, y con razón, que El País ha sido el espejo de la sociedad española y su mejor anhelo. Era el intelectual orgánico de España. Definía modas, gustos, carreras. Era plural a su manera y moderno. Canalla y divertido. Estaba inmejorablemente diseñado y tocaba todos los temas. Hoy ese espejo está deformado por el esperpento.

Pero El País ya no refleja a la sociedad en la que actúa, sino que la alecciona. Quiere cambiarla y modificarla. Ha comprado todas las modas vacuas del wokismo americano y las traduce a España. Defiende la religión neopagana del cambio climático apocalíptico, la ideología del feminismo radical, que ve en cada hombre a un agresor, y muchos otros fanatismos de la identidad. Con el apoyo a la amnistía, aun con delitos de terrorismo (blando), y a Hamás (terrorismo duro), ha cruzado dos líneas rojas peligrosas e irresponsables. Y eso a pesar de tener todavía decenas de colaboradores valiosos, grandes firmas, buenos corresponsales extranjeros y una factura limpia y clara. (Solo lo que hace con el ajedrez Leontxo García ya vale para mí la suscripción).

Por eso es una tragedia su deriva populista. Esta doble actitud de vocero oficioso del Gobierno y buque insignia de la dictadura de lo políticamente correcto ha enajenado a muchos lectores. En las redes sus exabruptos son motivo diario de burla. Pero sobre todo ha convertido a un medio de comunicación en un actor político y, por lo tanto, en un tema legítimo de crítica de los dardos certeros del filósofo Savater.  

Durante 47 años, desde el número cero hasta el sábado de la semana pasada, fue, más que un colaborador de El País, una de sus señas de identidad. Fernando Savater seguirá siendo Fernando Savater. El País ya nunca será el mismo.

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