THE OBJECTIVE
Joseba Louzao

Por una historia compartida

«Hay quien prefiere olvidarse de lo común para alimentar muros. El miedo a que se rompa algo existe sólo cuando se cree que hay una historia compartida detrás»

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Por una historia compartida

Ilustración de Alejandra Svriz.

Cada columnista tiene su particular ritual a la hora de comenzar a escribir. Habitualmente, y antes de ponerme a ello, suelo leer la prensa para buscar algún tema y comenzar a considerar los posibles enfoques del texto. Pero hoy no ha sido así. Me he sentado y me he obligado a escribir sin mirar ni tan siquiera un mísero titular. Desde hace meses sé a la perfección que cualquier noticia me lleva a opinar desmesuradamente para terminar enzarzado con la realidad. Esta vez no quería caer en la tentación. Hasta el ciudadano más tranquilo ha dejado de lado la prudencia ante los cantos de sirena partidista y se ha sumergido en el debate con voz altisonante. Lo demás es apatía. En el fondo, es lo que buscan activar los gurús de la comunicación cuando susurran al oído de los políticos con sus mecanismos de polarización, especialmente la afectiva. Después serán los portavoces los que se encarguen de desgañitarse ante los medios. No engañan a nadie, pero la fiesta debe continuar.

La vida en sociedad anima el desacuerdo, y este siempre genera conflicto. Y que siga siendo así. Sabemos bien cuáles y cómo son las sociedades en las que no hay ningún tipo de debate.  Sabemos que no queremos vivir en ellas. La pluralidad constitutiva de la realidad social nos obliga a chocar de una manera u otra. También exige que nos encontremos, aunque eso se escamotee con más facilidad.

Habrá que recordar por enésima ocasión que pluralidad y pluralismo no son sinónimos. Lo primero es un hecho insoslayable, lo segundo es una opción que se puede alentar o no. Cada vez son más los que denuncian la profunda crisis epistémica de nuestro tiempo. Ya no es que no nos pongamos de acuerdo sobre la interpretación de la realidad, sino que ni tan siquiera lo hacemos sobre los propios hechos. Tanto es así que estos ya no son tan importantes. Lo esencial es cómo se adornan con gruesas adjetivaciones que animan respuestas emocionales. 

«Prefiero una historia compartida que cualquier otra historia que busque la ruptura»

Ahora no se trata de descreer de las historias que nos contamos. Al contrario. Los relatos moldean la existencia y también transforman la realidad. En 1953, el filósofo Wilhelm Schapp publicó en alemán Enredados en historias. Al ser de las cosas y de las personas. El título no dejaba lugar a la duda: somos seres enredados en historias. Perteneciente a la tradición fenomenológica, creía que las personas estábamos constantemente enmarañados en redes de relación que se asentaban en narrativas. Porque, para este pensador, todo comenzaba y terminaba en nuestras historias. Quizá debamos volver a Schapp para potenciar la reconstrucción de una historia compartida. No se trata de apostar por una historia única. Eso es imposible. Prefiero una historia compartida que cualquier otra historia que busque la ruptura.

No estoy pensando ni en grandes relatos, tampoco en pasados limpios e inmaculados. Quizá defienda este tipo de historias compartidas como consecuencia de una actitud vital. Estas historias de contraposición, al final, son más baratas y maleables. Se venden mejor, pese a vivirse bastante peor. Esta es su gran paradoja. Mientras brutalizan nuestro pasado, contaminan el presente. Por eso mismo, son el camino más rápido para acabar de una vez por todas con la verdad. En esas estamos hoy en muchos de los países del mundo. No sirve de consuelo, solamente es una constatación.

Los españoles tenemos historias que contarnos. Muchas. No es extraño. Esto sucede en cualquier otra comunidad del planeta podemos hacerlo. En esto tampoco somos demasiado diferentes. Sabemos que podemos hacerlo, porque hemos construido estos relatos compartidos antes, aunque hubo quienes decidieron apostar por acabar con ellos. De eso se han aprovechado, todo hay que decirlo, más los demagogos con querencias autocomplacientes que los populistas.

En un momento de tiranía de lo emocional en el ámbito de la política, probablemente sea lo único que podemos contraponer. Hay quien prefiere olvidarse de lo común para alimentar muros. El miedo a que se rompa algo importante existe sólo cuando se cree que hay una historia compartida detrás. Si no se tiene esa convicción, qué problema hay en echar por tierra todo lo demás. 

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