THE OBJECTIVE
El buzón secreto

'El Lobo' y otros espías traicionados por sus servicios secretos

Son grandes agentes y muy eficaces, pero a veces piensan en apartarlos, matarlos…

‘El Lobo’ y otros espías traicionados por sus servicios secretos

David Sinclair | Unsplash

Es una de las historias más increíbles del mundo del espionaje que he conocido en mi vida. Un agente secreto cumple con éxito desbordante la arriesgadísima misión en la que en cada momento se había estado jugando la vida. Sin contar que había renunciado a todo lo que tenía hasta ese momento para servir a su país. Pues bien, sus jefes en el servicio secreto se plantean la posibilidad de matarle para quitárselo de en medio y evitarse problemas.

Es el caso de Mikel Lejarza, El Lobo, que en 1973 empezó a ser captado por el servicio secreto, en 1974 consiguió infiltrarse en la banda terrorista ETA y a finales de 1975 abandonó la misión con más de 200 etarras detenidos y el desmantelamiento de toda la infraestructura de la banda en España. Por supuesto que hasta ese momento, pero a lo largo de la extensa y cruenta historia de la organización nadie ha superado, ni siquiera repetido, una acción tan exitosa.

Sin embargo, cuando le encierran en la habitación de un hotel de Barcelona y le dicen que no salga hasta que ellos vayan a buscarle unos días después, cuando las redadas hayan acabado, Mikel monta las dos pistolas que le ha dado ETA por ser miembro del comité ejecutivo: carece de argumentos poderosos pero tiene la percepción de que los suyos, ahora que no le van a necesitar, cuando aparezcan quizás intenten matarle.

No llega a ocurrir, pero El Lobo se entera posteriormente de que hubo una reunión de la cúpula del servicio secreto, su servicio, en la que un general propuso deshacerse de él. Por suerte, la mayoría de los presentes votaron en contra.

Esta «anécdota» del mejor agente que ha tenido el servicio de inteligencia español en toda su historia es demasiado frecuente en el mundo del espionaje con los más grandes agentes.

Stalin: no conozco a Sorge, si quieren matarle…

Richard Sorge fue uno de los mejores espías de Rusia, el que permitió que Stalin ganara la guerra pues estando destinado en Japón le facilitó la información trascendental de que los nipones no iban a colaborar en la invasión de la Unión Soviética iniciada por los nazis alemanes. Stalin trasladó de inmediato al frente contra los alemanes las tropas que tenía estacionadas para enfrentarse a los japoneses, decisión que fue decisiva para derrotarles.

Stalin no había creído a Sorge cuando tiempo antes le facilitó la fecha exacta de la invasión alemana. No le había creído él y no le habían creído sus principales asesores porque el agente era cualquier cosa menos un tipo íntegro, según el concepto que tenían en su país de cómo debía comportarse un espía. Sorge era mujeriego, bebedor y un poco alocado. Pero no les quedó otra que confiar en él al ver sus aciertos.

En 1941, los japoneses detuvieron a Sorge y ofrecieron a los soviéticos un cambio de prisioneros. Stalin se negó esa y otras dos veces, alegando que no le conocían de nada. Totalmente increíble. Fue ahorcado en noviembre de 1944. La URSS puso final al desprecio incomprensible 20 años después cuando le designaron héroe de Moscú.

Israel no le abrió la puerta para huir a su mejor infiltrado

Un caso más, también con arrepentimiento final del servicio de inteligencia y del país afectado. Jonathan Pollard es un americano de Texas de educación judía. Trabajó como analista en el Centro de Contraterrorismo de la Armada y posteriormente se convirtió en doble agente del israelí Mossad.

Durante ocho años, él y su esposa Anne les pasaron información sobre el programa nuclear iraquí, los movimientos de la OLP, el programa de armas químicas sirio y muchos otros documentos conseguidos por Estados Unidos. En 1985 el FBI sospechó de él, le instalaron una cámara en su escritorio y le pillaron. Pollard descubrió que le controlaban e hizo lo único que se le ocurrió para salvarse: fue a la embajada de Israel en Washington. Pidió pasar, los de seguridad llamaron al Mossad y uno de sus altos cargos ordenó que no le dejaran entrar en el recinto.

Fue detenido y condenado a cadena perpetua tras ser consciente de que los suyos, a los que había servido con lealtad plena, le habían traicionado. Fue la condena más importante recibida por un espía americano que favoreció a un país aliado.

Luego, Israel intentó quitarse de encima los remordimientos de conciencia. Primero le concedieron la nacionalidad y luego presionaron a las autoridades estadounidenses, incluidos varios presidentes, para que le dejaran en libertad. Lo consiguieron tras 30 años de cárcel y 5 de libertad vigilada.

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