THE OBJECTIVE
Vidas Cruzadas

José Luis Leal: «Los políticos de ahora no experimentan la vida cotidiana»

El exministro de Economía y promotor de los Pactos de la Moncloa habla con David Mejía sobre su vida, narrada en sus memorias ‘Hacia la libertad’ (Ed. Turner)

José Luis Leal (Granada, 1939) estudió Derecho y Ciencias Políticas. Durante la dictadura de Franco formó parte del Frente de Liberación Popular. Se exilió en Yugoslavia, viajó a Suiza y se doctoró en París, donde ejerció como profesor universitario y funcionario de la OCDE. En 1977 ingresó en la UCD y se convirtió en una figura clave del equipo económico de Adolfo Suárez. Fue uno de los promotores de los ‘Pactos de la Moncloa’. Fue ministro de Economía desde abril de 1979 hasta septiembre de 1980. Tras la desaparición de la UCD, abandonó la política. En la actualidad es presidente de Acción contra el Hambre y vocal del Real Patronato del Museo del Prado. Sus memorias, tituladas Hacia la libertad, han sido publicadas recientemente por la editorial Turner.

PREGUNTA.- Has publicado un fascinante libro de memorias que no solo es tu historia, sino también una parte importante de la historia de España. Empecemos por el principio: siendo niño fuiste compañero de colegio del rey Juan Carlos, entonces príncipe.

RESPUESTA.- Sí, mi padre pertenecía a la Marina de Guerra y coincidió con el Conde de Barcelona, el padre del Rey emérito. Fueron compañeros de armas y estudios en la Escuela Naval Militar, que estaba en San Fernando. En un momento dado, mi padre se enteró de que el entonces príncipe iba a venir a estudiar a España [en 1948] y, como teníamos la misma edad -él es un poco más joven-, preguntó si yo podría unirme a sus compañeros. Le dijeron que sí y me hicieron un pequeño examen. Me incorporé un poco tarde al grupo, que ya comenzaba a consolidarse.

P.- Estudiabas hasta ese momento en el Ramiro de Maeztu y tuviste que dejar ese colegio. Cuentas en el libro la disputa entre tus abuelos sobre la conveniencia de esta educación. Por un lado, existía una inquietud económica, ya que pertenecías a una familia de clase media madrileña y aquello suponía un desafío financiero. Por otro lado, había una preocupación social, porque estarías rodeado de aristócratas y alta burguesía, y podrías sentirte desplazado. ¿Se cumplieron estas inquietudes?

R.- Las expectativas de mis dos abuelos eran diferentes. Uno pensaba que sería estupendo: una oportunidad para ascender socialmente, por así decirlo. El otro, más pragmático -era ingeniero de minas- pensaba que me sentiría un poco desplazado, fuera de lugar. Digamos que ambos tenían parte de razón. En realidad, me sentí integrado y todos me trataban estupendamente bien, pero no era mi mundo.

P.- Y aun así, me imagino que valió la pena.

R.- Valió la pena porque la calidad de la enseñanza era muy alta, y además éramos muy pocos. Al principio éramos siete, y luego fuimos nueve.

P.- ¿Cuál era tu relación personal con el entonces príncipe?

R.- Bueno, siendo un chico normal de 12 años, la relación que teníamos era muy cercana. Él era simplemente un compañero más.

P.- Hemos hablado de lo que pensaban tus abuelos y de lo que se decidió que era lo más conveniente. Pero a ti, como niño de 12 años, ¿te apetecía esa aventura de irte interno a una institución más pequeña, viniendo de un colegio tan grande como el Ramiro?

R.- No fue difícil para mí en ese sentido. Me adapté sin problemas a un mundo que no era el mío. Los primeros dos años estuvimos aquí en Madrid y el primero fui interno. En el segundo, dormíamos en casa. Y el tercero nos fuimos al Palacio de Miramar, en San Sebastián.

P.- Desde el punto de vista de tu evolución intelectual, esta etapa es relevante. Estudias en un entorno muy tradicionalista y arraigado en los valores del régimen. Pero en un momento dado, te distancias y abrazas una posición contraria al régimen.

R.- La formación era tradicional pero también liberal, dentro de ese contexto. De hecho, hubo un enfrentamiento entre el capellán, que era muy integrista, y el director de estudios, un hombre más abierto. En ese conflicto, el padre del Rey emérito se puso del lado del director de estudios. Luego, al salir del colegio, me uní a una organización monárquica y, durante mis primeros años en la carrera en Derecho, viví un proceso gradual hacia una postura más revolucionaria. Primero, hubo un choque con la realidad social cuando unos amigos y yo decidimos crear una escuela en un barrio marginado de Madrid, en el Cerro del Tío Pío. Ahí experimenté lo que era la miseria absoluta. La gente vivía en cuevas y fui testigo de una desolación que no he vuelto a ver en mi vida. Estábamos en un mundo completamente distinto, y eso comenzó a marcar mi camino hacia el cambio. Más tarde, al hacer el servicio militar en San Fernando, en la Infantería de Marina, me sorprendió ver a los trabajadores de los astilleros navales regresar por la tarde, algunos de ellos caminando lentamente debido a su edad. A partir de ese momento, sentí la necesidad de hacer algo para mejorar aquella situación. Los domingos por la mañana, íbamos a ayudar a los trabajadores a construir sus casas, pero en un entorno mucho más organizado que el del Cerro del Tío Pío. Todo eso, sumado a mis lecturas, me hizo abandonar gradualmente el universo tradicional y llegar a la conclusión de que debíamos hacer una revolución. Esa fue la razón por la que me uní al Frente de Liberación Popular o FLP, conocido coloquialmente como FELIPE.

P.- ¿Cuál dirías que es la lección más importante que te quedó de esa militancia, y cómo canalizaste tus inquietudes sociales desde la revolución hacia vías democráticas?

R.- Fue un proceso gradual, no ocurrió de la noche a la mañana. Luego vino el exilio y me enviaron a Belgrado para aprender sobre la economía planificada, que en ese momento estaba de moda: la autogestión. Mientras estaba en Belgrado, todos mis compañeros fueron detenidos y yo no pude regresar debido a una orden de arresto en mi contra. Me quedé primero en Ginebra y luego en París. Poco a poco, fui evolucionando en el sentido de darme cuenta de que la revolución tal como la imaginábamos no era posible. Poco a poco, surgió la idea de la democracia. Sentía la necesidad de llevar la democracia a España, de transformar la revolución en reforma, lo cual también tiene que ver con la madurez que llega con la edad.

«Unos amigos y yo decidimos crear una escuela en un barrio marginado de Madrid, en el Cerro del Tío Pío. Ahí experimenté lo que era la miseria absoluta»

P.- Escribes sobre la Yugoslavia de Tito. ¿Cuál fue tu experiencia en Belgrado?

R.- Estuve allí durante un año. Fue una impresión mixta. Por un lado, debido a que el nivel de vida allí era más bajo que en España, algunas de mis ideas empezaron a tambalearse un poco. Sin embargo, guardo un muy buen recuerdo de la gente, que era muy abierta, acogedora y solidaria. Conocí a antiguos militantes yugoslavos que habían participado en las Brigadas Internacionales. Eran personas entrañables que nos ayudaban y nos apoyaban. También conocí a personas diferentes a nosotros, más apasionadas. Tengo muy buenos recuerdos de mi estancia allí. Era un régimen y un sistema más pobre que el de España, desde luego. Se veía más igualitario, eso sí, pero el nivel era más bajo.

P.- ¿Cómo te influyó la Primavera de Praga?

R.- Por entonces, yo estaba en ese camino de una visión más democrática del mundo. Pero claro, aquello me pareció tremendo.

P.- ¿Y cómo viviste la Revolución Cubana?

R.- Con esperanza, porque en ese momento formaba parte del Frente de Liberación Popular. En cierta forma, Cuba representaba una tendencia más abierta en el mundo de los movimientos de izquierda, más allá de lo que los partidos comunistas significaban entonces. Era una manera diferente de hacer la revolución. Más liberal, más abierta. Mi primera impresión de Cuba era un poco esta idea de una revolución no tan dogmática, de un un comunismo no tan estricto. Con el tiempo, eso cambió.

P.- A comienzos de los 60, te instalas en París. Estudias en La Sorbona y luego te conviertes en profesor en Nanterre- ¿Cómo recuerdas el Mayo del 68?

R.- Viví muy de cerca aquellos acontecimientos porque enseñaba Economía. Los iniciadores de este movimiento eran sociólogos. El Estado francés tenía una estructura muy jerarquizada y rígida, por eso considero que fue una revuelta contra un mundo específico, muy preciso y estructurado. También fue una revuelta contra el orden establecido. Al principio, hubo oposición y luchas con los estudiantes de extrema derecha que iban a la facultad de Nanterre, que era un lugar muy especial, ya que se encontraba en un antiguo terreno militar abandonado en medio de un suburbio de inmigrantes argelinos. Como no había barrios ni lugares de entretenimiento cercanos, como en La Sorbona en París, prácticamente no se podía salir y todo se debatía en términos de ideas y discusiones. Aunque el pensamiento dominante en la universidad era el pensamiento marxista, fue una revolución muy espontánea y atractiva. Todo fue cuestionado y surgieron movimientos situacionistas y de otros tipos, muchos de los cuales se inspiraron más en el psicoanálisis y sus contribuciones, y comenzaron a desterrar al marxismo como la única ideología predominante hasta entonces. A partir de ahí, el movimiento estudiantil se dio cuenta rápidamente de que no podían quedarse encerrados en Nanterre, obviamente. Así que tomaron dos direcciones: una hacia la Sorbona, y la otra hacia las fábricas. Esa llama prendió en el movimiento obrero… Las huelgas, la huelga general… Con el tiempo, aquello realmente transformó la sociedad francesa, haciéndola más abierta. También la hizo menos comunitaria, en el sentido de ampliar la esfera individual.

Foto: Carmen Suárez

P.- En la universidad española hubo ecos del mayo francés. ¿Cómo veías la situación en España desde tu exilio?

R.- Si algo no nos sorprendía a los españoles del mayo parisino es que la gente se echase a la calle. Eso es algo que en España sucede todos los días. Pero la nuestra era una España bajo una dictadura, y esa dictadura tenía que terminar algún día. Los que habíamos luchado contra ella pensábamos que cuanto antes, mejor. En general, el sentimiento en Francia hacia España y Portugal era como si fueran una especie de rareza, un anacronismo. Anhelábamos una España con una sociedad democrática avanzada, y en Francia había muchos movimientos de apoyo a los movimientos de resistencia, con el fin de ayudarles en la lucha antifranquista y avanzar hacia esa sociedad abierta y democrática.

P.- ¿Dónde estabas cuando escuchaste que Franco había muerto?

R.- Estaba en París. Poco antes, guardo el recuerdo de escuchar, volviendo a mi casa en coche, la noticia de los últimos fusilamientos del franquismo. Aquello me heló la sangre.

P.- Esos últimos fusilamientos ocurrieron cuando muchos pensaban que el franquismo estaba en fase de ‘dictablanda’. Fue como un último puñetazo en la mesa.

R.- Un aldabonazo de este régimen que parecía estar cediendo. Pero no, aún no… Mientras Franco estuviera al mando, la represión continuaría y podría haber más fusilamientos. Era algo tremendo.

P.- Cuéntanos cómo fue tu regreso a España tras la muerte de Franco.

R.- Había hecho todos los trámites para votar por correo desde París. Entonces, mi mujer me dijo: «Pero es muy valioso hacer esto por la libertad. Ve a España a votar». Y tenía toda la razón. Así que decidí venir a votar. No sé qué pasó con el voto por correspondencia, pero he leído en el libro de Ignacio Varela que él también votó dos veces. Probablemente fuimos los únicos que votamos así. Durante ese viaje, unos amigos me dijeron que iban a cenar con Enrique Fuentes Quintana, que iba como vicepresidente económico. Tuvimos una discusión sobre la situación económica, que desde su punto de vista era menos grave. Y luego me volví a París. A las dos semanas, me llamó para proponerme que viniera a España a trabajar con él.

P.- En ese momento, ¿eras consciente de que estabas frente a una ocasión histórica?

R.- Bueno, para mí lo era, pero más por razones personales. Viene la democracia, me propusieron venir a ayudar como director general en el Ministerio de Economía, y no pude decir que no. Era lo que había que hacer.

P.- Para las personas de mi generación resulta difícil entender esa evolución, de militante del FELIPE exiliado en Belgrado a Director General con la UCD, pero el libro revela que el patriotismo juega un papel mayor que la ideología.

R.- En realidad, yo era bastante liberal. Pero si hubiera pertenecido a un partido, también hubiera venido. Lo importante era eso que indicas.

P.- ¿Podrías explicar brevemente qué fueron los Pactos de la Moncloa y por qué fueron tan importantes?

R.- El día en que llegué, Enrique Fuentes Quintana me dijo: «Tenemos una reunión con los economistas de los sindicatos. Vayamos a explicarles el ajuste que debemos hacer». Entendíamos que había que hacer un ajuste, porque la economía no podía seguir como estaba: la inflación estaba disparada y había un déficit exterior. Formamos un primer grupo de trabajo con el director de Estudios del Banco de España, Luis Ángel Rojo -para mí el mejor economista de España-, el Director General de Estadística, Blas Calzada, un amigo al que conocía y que había estado en París; y el Subsecretario de Hacienda, Manuel Lagares. Empezamos a elaborar un documento que desde el principio había sido discutido con amigos del Partido Socialista. Sin embargo, no se les informó que ese documento era para hacer un programa, este era el secreto mejor guardado. Nuestro esquema de los acuerdos de la Moncloa no era atractivo a corto plazo, pero sabíamos que había que hacerlo de todas formas, pero con una serie de contrapartidas y reformas que fueran más allá. Por ejemplo, estaba la escolarización, ya que no todos los niños en España estaban escolarizados. Por eso, programamos la creación de 400.000 puestos escolares. También había que reformar la Seguridad Social y hacer un sistema de pensiones más digno. Le explique el programa al vicepresidente político, Fernando Abril y fue él quien se puso en contacto con Felipe González -que no quería apoyar el acuerdo- y luego con Santiago Carrillo, que veía un riesgo. Sin embargo, al final, todos los partidos apoyaron el acuerdo, aunque el Partido Socialista no lo hizo con entusiasmo. Este acuerdo fue muy importante en un momento de incertidumbre, ya que a los pocos meses de haber llegado la democracia a España formamos un gobierno de concentración. Aquello ofreció un camino y además fue un ajuste de peso, apoyado por todos.

P.-¿Por qué ahora es inimaginable un acuerdo tan transversalidad?

R.- Los políticos de entonces eran distintos. Hay una razón y es que la clase política franquista desapareció casi por encanto. Y aparecieron muchos profesionales que decidieron dedicar algún tiempo a la política por su país. Después, con la llegada de la democracia, pasó lo que pasa en todos los países, y es que la función política se profesionalizó. Por esa razón, la carrera política se empieza ahora en las juventudes del partido.

P.- De las juventudes al Consejo de Estado.

R.- Es una carrera que tiene el inconveniente, en muchas ocasiones, de no estar ligada al mundo real que uno vive en el entorno empresarial o en la Administración. Mucho menos en comparación con aquellos que lo hicieron en los años de los que estamos hablando. Y sobre todo, porque ahora no experimentan la vida cotidiana y la realidad de las empresas. En cuanto a la imposibilidad de los pactos transversales, responde a la ruptura del consenso. En aquel entonces existía un consenso que cimentó los Acuerdos de la Moncloa y la redacción de la Constitución. Fue posible lograrlo debido al clima que existía en ese momento. No fue la Constitución de un partido, sino la Constitución de todos los partidos. Al mismo tiempo, había partidos que votaban mayoritariamente en consonancia con esos fundamentos, lo que daba lugar a una alternancia política entre el centro-derecha y el centro-izquierda. Con todas las dificultades y pactos que conlleva, incluyendo los partidos nacionalistas y los problemas que eso causó entonces y causa ahora. Pero ese consenso sobre lo esencial poco a poco se fue disolviendo y la política se fragmentó en el arco parlamentario, y luego se polarizó de tal manera que ahora no tenemos una alternancia entre un centro derecha y un centro izquierda, sino entre posiciones más escoradas. Es cierto que el Partido Popular ha iniciado un viaje hacia el centro, y si algún día el Partido Socialista desea tener mayorías estables, también deberá hacerlo. Por ahora, nos encontramos en una situación muy polarizada, lo cual crea problemas que antes no existían.

P.- Ahora dejar la política parece ciencia ficción, pero tú lo hiciste.

R.- Dejé la política en los años 80, después de salir del Ministerio. No tenía adónde regresar, tuve que buscar trabajo, pero pude reintegrarme en el sector privado sin ningún problema.

P.- Me gustaría que nos hablaras sobre tu labor al frente de Acción contra el Hambre. En el libro dices que es una de las decisiones más importantes que has tomado en tu vida.

R.- Siempre he sentido la preocupación de hacer algo por los demás. Cuando llegué al sector privado, quería tener el equivalente, más o menos, de un día por semana para dedicarlo a otras cosas. Me ofrecieron participar en una asociación de amistad con Francia, y cosas de ese tipo. Fue entonces cuando tuve la ocasión de participar en Acción contra el Hambre. Lo más importante es que ahora mismo, de forma directa o indirecta, esta organización ayuda a más de cinco millones de personas. Muchas padecen hambre y están en riesgo de morir por desnutrición, y nosotros les ayudamos. A los niños que sufren de desnutrición aguda, les ayudamos a superarla. Esa ayuda es lo más importante, porque todos somos seres humanos.

«Dejé la política en los años 80, después de salir del Ministerio. No tenía adónde regresar, tuve que buscar trabajo»

P.- ¿Has echado de menos una mayor agenda social en los partidos de centroderecha liberal?

R.- La verdad es que están absorbidos al 100% por la lucha política. Hay algunos partidos más sensibles que otros, pero tradicionalmente la izquierda suele ayudar más. Pero no necesariamente tiene por qué ser así. Cualquier movimiento que tenga un poco de corazón tiene que ayudar, porque la situación en muchos países del mundo es dramática.

P.- En este momento se está hablando en España del regreso o no del Rey emérito. No sé si a lo largo de los años habéis seguido en contacto, pero quería preguntarte cuál es tu relación con él ahora y cómo crees que España, y concretamente la Casa Real, deberían gestionar su situación.

R.- Bueno, yo apenas le veo. Algún almuerzo en París con algunos compañeros, pero de forma muy ocasional. Me gustaría que regresara, porque el exilio, por muy buenas que sean las condiciones, siempre implica estar lejos de los seres queridos.

P.- ¿Consideras a Juan Carlos un exiliado?

R.- Seguro que sí. Está lejos de los suyos y lejos de lo que ha sido su vida, de las personas y los paisajes que ha conocido. Después de vivir tanto tiempo en París, al regresar a España, la primera vez que volví después de muchos años, me reencontré con ese entorno que había sido parte de mi vida. Pero lo más importante son las personas: obviamente la familia, los amigos… Lo mismo sucede con el Rey emérito en Dubái.

Foto: Carmen Suárez

P.- Pero «exiliado» es una palabra que tiene connotaciones de persecución política. ¿Crees que está siendo perseguido?

R.- Creo que su salida de España fue en parte voluntaria y en parte forzada. Así lo percibo. Por lo tanto, hay una dimensión de exilio en ambos casos.

P.- Y con el actual Rey, ¿tienes relación?

R.- Muy poca, más allá de saludarle en algunas ocasiones.

P.- José Luis Leal, ha sido un placer. Cerramos con la pregunta habitual: ¿a quién nos propondrías invitar a Vidas cruzadas?

R.- Pienso en dos personas que conocen muy bien España, con una vida profesional interesante, importante y activa. Uno es Crisanto Plaza, que fue subdirector general de Precios y Rentas y director general de Política Económica, y el otro es Julián García Vargas, que fue ministro socialista de Defensa y de Sanidad con Felipe González.

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