Dejó dicho Jorge Semprún que el hecho político más relevante del siglo XX había sido el fracaso del comunismo. O, si se quiere, el fracaso de la praxis comunista tal como fue entendida en la Unión Soviética y sus distintos satélites, incluida la China de Mao. A su juicio, quedaba con ello demostrada la imposibilidad del colectivismo a gran escala. Y lo decía alguien que había creído fervientemente en esa posibilidad: un viejo feligrés de la religión política más exitosa de la modernidad. En La guerra ha terminado (1966), que escribió para su amigo Alain Resnais, Semprún vuelca su experiencia en la clandestinidad antifranquista y su distanciamiento del Partido Comunista que había abandonado en 1964. El protagonista, interpretado por Yves Montand, trata inútilmente de convencer a sus camaradas de que las así llamadas «condiciones objetivas» para la revolución no se daban ya en España y que, por tanto, era absurdo repartir folletos convocando una huelga general que no tendría lugar. Se adelantó a su tiempo: el PSOE no abandonaría formalmente el marxismo hasta 1974 y los noveaux philosophes que romperían con el marxismo todavía iban al colegio.