1. El machismo asesina más que ETA. La comparación en sí es totalmente aleatoria y solo sirve para conferir razones políticas a la violencia de género. La naturaleza del crimen machista es siempre íntima, nunca política. El terrorismo, por contra, busca un cambio político mediante el asesinato. La victimización por razones políticas es un error. Sería como atribuir una motivación política a los asesinatos entre hombres tras una pelea o al suicidio (donde, por cierto, según datos del INE, hay una brecha gigante de género: el 75% de los que se quitan la vida son hombres).
Es algo que una comprueba -no sin la pertinente damnificación de su sentido de la responsabilidad- una vez cumplido un tiempo prudencial en su desempeño como contribuyente, en la medida que sea, al debate público. El avance del antiliberalismo en sus múltiples formas, lo venimos contando hace meses, mina las posibilidades de pluralismo la democracia representativa a través de planteamientos dicotómicos, y por ende excluyentes, del relato común.
Decía alguien el miércoles que la igualdad no se alcanzará de verdad hasta el día en que la más tonta de las mujeres acceda al mismo trabajo que el más tonto de los hombres. Y yo entiendo muy bien la tentación de igualarlo todo por abajo, porque suena igual de bien y cuesta mucho menos, pero mucho me temo que aquí serviría para tanto como en la educación; es decir, para nada. Me gustaría saber, por ejemplo, a quién consideramos el más tonto de los hombres. Y mucho más todavía a quién nos atreveríamos a llamar la más tonta de las mujeres. Y en qué trabajo podría darse tan triste y tan ansiada igualdad. Porque yo, que jamás osaría aventurarme por estos jardines, he tratado de imaginar al uno y a la otra y sospecho que la más tonta de las mujeres, que bien podría ser la más bella de las top models, ni podría ni querría hacer el trabajo del más tonto de los hombres, que bien podría ser el más fuertote de los paletas. Y viceversa. Y que, por lo tanto, no tiene ningún sentido aspirar a esta igualdad.
Mi abuela me deja en el contestador mensajes larguísimos, atropellados, que luego me llegan en forma de SMS y eso no hay Dios que lo transcriba. Cómo va a entender esa máquina estúpida su acento granaíno. Ella siempre avisa, como si no me saliese su número: “Lorena, soy la abuela”, así, reina y señora del sustantivo, matriarca del mundo. La Francis es niña de la posguerra. Hace muy poco, mi madre se enteró de que nunca había tenido una muñeca y le regaló una, a sus 73 años. Me mandaron fotos del encuentro tardío entre la anciana y el juguete y me pareció hermosísimo y triste.
Desde Platón, al menos, sabemos que ninguna cosa tiene el ser absoluto: ningún triángulo es un triángulo perfecto (salvo un triángulo ideal). Ningún humano reúne toda la esencia de lo humano (salvo la idea de lo humano, que al ser una idea no es una persona real). Ningún libro es el libro por antonomasia. Del mismo modo, nadie es la encarnación en la Tierra del feminismo, por mucho que pudiera complacerles a Barbijaputa o a Cristina Almeida parejo título. Todos tenemos en parte algo de feministas y todos tenemos otra parte que no. (Porque tampoco existe la encarnación en la Tierra del machismo, por más que ello incomode a la publicidad de ciertas activistas cuando hablan, sobre todo, de gente de derechas).
Un día, hacia 1950, una chica rubia y de buena familia tomó un avión desde Nueva Inglaterra hasta Nueva York para ir a hablar con Malcolm X. La joven había quedado prendada del activista negro desde que lo había escuchado impartir una conferencia en su universidad. Cuando dio con él le expresó lo mucho que […]