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Neuroderechos y superhéroes

Las neurotecnologías actualmente no se encuentran reguladas, por lo que el desarrollo de un marco normativo se ha convertido en una prioridad global

Neuroderechos y superhéroes

Fakurian Design | Unsplash

En 2013, el neurobiólogo español y profesor de la Universidad de Columbia, Rafael Yuste, lanzó el proyecto Brain. Esta investigación busca mapear la actividad de circuitos neuronales completos con la finalidad de desarrollar técnicas capaces de alterarla y corregir los defectos que originan las enfermedades mentales y neurológicas.

El entonces presidente de los Estados Unidos Barack Obama, decidió financiar la investigación. Desde entonces, inspirado por Ramón y Cajal, Yuste abre cada día la puerta de su laboratorio para adentrarse en las selvas impenetrables de las que hablara Cajal para referirse a la red nerviosa.

Un mapa para desentrañar los senderos cerebrales

En la actualidad, siete países se encuentran desarrollando iniciativas públicas sobre el estudio del cerebro humano. De forma paralela, gigantes tecnológicos como Neuralink o Facebook están invirtiendo miles de millones en investigaciones en dicho campo. Descifrar cómo funciona el cerebro puede revolucionar las metodologías que utilizan en sus negocios, como la IA, que necesita alimentarse de datos humanos.

Más allá de la práctica médica, las neurotecnologías no invasivas en personas sanas se destinarán a la defensa, la educación, o el entrenamiento y potenciación de las capacidades cognitivas e intelectuales, por ejemplo a través de una interfaz cerebro-computador, como puede ser un dispositivo tipo diadema o casco.

Sin embargo estas tecnologías, que pueden dañar derechos humanos como la privacidad o la integridad mental, o ser eventualmente utilizadas para fines espurios, actualmente no se encuentran reguladas, por lo que el desarrollo de un marco normativo se ha convertido en una prioridad global.

Dispositivo no invasivo para establecer la conexión cerebro-computador. / Shutterstock / Oleg Senkov

Las alertas desde la ciencia: necesitamos neuroderechos

Al igual que Robert Oppenheimer advirtiera en su día sobre los peligros de la energía nuclear, Rafael Yuste ha emprendido su particular cruzada para pedir a las instituciones internacionales que se reconozcan nuevos derechos humanos que nos protejan de lo que nos viene antes de que sea demasiado tarde.

La NeuroRights Initiative es una organización impulsada por Yuste que canaliza las preocupaciones que, desde la neuroética, se han transformado en la propuesta de inclusión en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de cinco neuroderechos:

  • a la identidad personal, para prohibir que tecnologías externas alteren el concepto de uno mismo;
  • al libre albedrío, para establecer la necesidad de que las personas tengan el control sobre sus propias decisiones, sin la manipulación de neurotecnologías externas;
  • a la privacidad mental, para que los datos cerebrales sean privados, además de que se regule estrictamente su uso y venta;
  • al acceso equitativo a las neurotecnologías de mejora o aumento;
  • a la protección contra posibles sesgos discriminatorios en los algoritmos y la IA.

A ello se unen otros desarrollos como el juramento tecnocrático, un marco ético para todos aquellos que trabajen en neurotecnología e IA, parecido al hipocrático de los profesionales médicos; el aprendizaje federado o la privacidad diferencial, con el fin de establecer fórmulas garantistas en el uso de los datos cerebrales.

Chile y España: los pioneros en su reconocimiento

Chile, en el marco de un nuevo proceso constituyente, ha incluido en la reforma del texto constitucional el derecho a la neuroprotección, así como un proyecto de ley que lo desarrolla. Esta iniciativa ha levantado mucha expectación y ha merecido el reproche de algunos sectores científicos por dar carta blanca al mejoramiento cognitivo a través de la neurotecnología.

España, por su parte, ha incorporado en el borrador de la Carta de Derechos Digitales un apartado específico dedicado a este ámbito de regulación.

Son los primeros pasos de un camino que se prevé largo y complejo, y en el que, hasta el momento, se echa de menos una mayor intervención de los juristas. Esto, sin duda, resultará clave en la configuración de esos nuevos derechos y las garantías que puedan apuntalarlos, algo esencial para evitar que se queden en meros textos programáticos.

Suena a ciencia ficción… Y la ciencia ficción ya nos ha hablado de ello

En los últimos decenios, ha venido ocurriendo que el ser humano parece desdeñar los avances tecnológicos cuando comienza a tener noticia de ellos, para luego incorporarlos a su día a día de una manera frecuentemente acrítica. Resulta pertinente preguntarnos por las raíces culturales de esa aceptación, pese a que la ciencia ficción nos ha venido advirtiendo desde antiguo sobre los peligros de la máquina con inteligencia y autonomía propias.

Puede que la respuesta se encuentre en una de las manifestaciones de la ficción contemporánea con mayor arraigo popular: la particular mitología de los superhéroes.

El cómic nos ha enseñado que, a diferencia del desarrollo extrínseco que implicaba la robotización –y de la que ya alertara Asimov en los años cincuenta del pasado siglo–, todas aquellas tecnologías encaminadas a mejorar las capacidades del ser humano son normalmente beneficiosas. De hecho, cuando una de ellas se emplea de manera indeseable por los «villanos», el superhéroe logrará, tras muchos esfuerzos con los que tensionar el argumento, restablecer el orden social.

Batman y Iron Man.

La premisa en la que se fundamentan los cómics

Cada una de las dos grandes empresas editoras de cómics, Marvel y DC, cuentan con un personaje similar en un aspecto sustancial: es un multimillonario que dispone de conocimientos y, sobre todo, de medios materiales para desarrollar una tecnología de mejoramiento personal que transforma al ser humano en un superhéroe. Tony Stark, alias Iron Man, y Bruce Wayne, Batman, no solo emplean esas técnicas en su propio beneficio, sino que las comparten con quienes estiman conveniente para dotarlos de habilidades impensables, u optimizar las ya existentes, formando o potenciando sus propios equipos.

¿Y cuál es el motivo de que, como lectores, no nos genere rechazo ese aprovechamiento limitado, y ciertamente privilegiado, de la innovación tecnológica? La respuesta es sencilla, y se encuentra en la premisa de la que parte: tales beneficios irán siempre destinados al bien común. Los seres humanos mejorados dedican todos sus esfuerzos a proteger el bien, en cuanto concepto inequívoco, frente al mal, igualmente definido. Y esto es así porque lo ha decidido una persona aún más poderosa que todos ellos: su creador, el guionista.

La ciudadanía debe escoger su papel en el relato de lo real

Parece ya un tópico aludir a que la realidad está imitando cada vez con más detalle aquellos relatos futuristas que nos ponían en alerta. La clave se encuentra en el lugar que queramos desempeñar en el porvenir, y podría habérnosla proporcionado, quizá sin pretenderlo, esa premisa de fondo de los cómics: por qué no reclamar, por vía de los derechos y sus efectivas garantías, una aplicación equitativa de los avances tecnológicos, y un control de su alcance y consecuencias fundamentado en la transparencia y guiado por el objetivo último del bien común.

La pandemia mundial ocasionada por la COVID-19 nos ha alumbrado un precedente esperanzador: en una situación de claro riesgo de orden global, el ser humano ha conseguido, por vía de la investigación científica, encontrar una solución (la vacuna) y emplearla desde principios democráticos, de manera igualitaria, y bajo criterios médicos y de orden social.

Tenemos motivos, pues, para sentirnos optimistas en torno a la necesaria regulación de los neuroderechos para, volviendo a la ficción, aspirar a construir un mundo a la manera de la utópica Federación Unida de Planetas del universo Star Trek, donde la ciencia se encuentra al servicio de una sociedad global, ejemplar en su respeto a la diversidad y sustentada por unos criterios sólidamente éticos.

Tan solo debemos escoger bien el papel que deseamos en el relato de nuestro progreso como ciudadanía y escribir su desarrollo. En definitiva, seamos el guionista.The Conversation


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
The Conversation

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