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Mushimaru Fujieda, el poeta del butoh que enamoró a Allen Ginsberg

Conocida como la danza hacia la oscuridad, el butoh cada vez tiene más adeptos en España. Nos movemos por la vida como si llegásemos tarde a todos sitios, tan aficionados a ocultar nuestros verdaderos sentimientos que hemos hecho de la ansiedad una condición del ser y del baile una forma de evasión. Pero los maestros japoneses nos enseñan que el movimiento puede ayudarnos a conectar con las capas más profundas de nuestro ser y bailar con nuestras sombras.

Mushimaru Fujieda, el poeta del butoh que enamoró a Allen Ginsberg

Conocida como la danza hacia la oscuridad, el butoh cada vez tiene más adeptos en España.

Nos movemos por la vida como si llegásemos tarde a todos sitios, tan aficionados a ocultar nuestros verdaderos sentimientos que hemos hecho de la ansiedad una condición del ser y del baile una forma de evasión. Pero los maestros japoneses nos enseñan que el movimiento puede ayudarnos a conectar con las capas más profundas de nuestro ser y bailar con nuestras sombras. 

 

Seguro que habrás visto alguna vez a bailarines pintados de blanco, a veces completamente desnudos, retorciéndose como si fueran fantasmas japoneses. Conocida como butoh o ankoku butoh, esta danza contemporánea, basada en movimientos muy lentos y contorsiones del cuerpo y del rostro, es una forma de meditación y de arte genuino surgida en Japón tras la Segunda Guerra Mundial que nos invita a adueñarnos de nuestro cuerpo y ver belleza incluso en lo más grotesco y roto de nuestra condición humana, algo que siempre han hecho los poetas.

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Foto: Carles Mercader.

 Mushimaru Fujieda: «Allen Ginsberg vino a verme actuar a un teatro tan pequeño como una cocina y le pareció que hacía poesía en movimiento.»

El bailarín y coreógrafo Mushimaru Fujieda, director de la compañía de danza butoh The Physical Poets y maestro de bailarines, se considera a sí mismo un poeta físico. “Pertenezco a la generación de la vanguardia teatral japonesa. Empecé a trabajar como actor en 1972, justo en la época del cambio en Japón, cuando los artistas más jóvenes estábamos creando una nueva escena y compartiendo técnicas e ideas innovadoras. Una vez, en Tokio, vi una actuación de Tatsumi Hijikata, el creador del butoh, que provocó una impresión tan grande en mí que acabé convirtiéndolo en parte de mi estilo de vida”, cuenta.

Pero no fue hasta que conoció al poeta beat Allen Ginsberg cuando asumió el sobrenombre de ‘poeta físico’. “Tenía un aura enorme, me vio actuar en Nueva York en un teatro tan pequeño como una cocina y alabó mi arte como una forma de poesía. Soy poeta. No utilizó la palabra, no escribo, sólo uso mi cuerpo”.

 

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Foto: Carles Mercader.

 

Para Orland Verdú, dramaturgo y director de Oracles Teatre, sala de teatro ritual y escuela de butoh de Barcelona, esta danza es también un teatro total para el que se necesita una gran imaginación y sensibilidad, igual que para escribir poesía. “El butoh no rechaza los aspectos sombríos de la condición humana, sino que intenta encontrar belleza incluso en lo feo y conectar con lo inconsciente”, explica Verdú.

Se trata, cuenta el dramaturgo, de retornar al origen del arte en tanto que ritual, más allá de su función como cultura o entretenimiento: “Hay un espíritu trascendente en todos nosotros que busca la verdad. En el corazón de las artes escénicas de Occidente, de la tragedia y el teatro griego, está el alma del butoh”.

 

 “El butoh es como abrir una ventana a la libertad en una sociedad con demasiadas normas”, Mihee Lee 

La improvisación cumple un papel primordial. Devolver al cuerpo ese movimiento original que es como un brisa, caminar y danzar siendo conscientes del aliento interno e innato que se expresa a través de nuestros músculos y concentrarnos siguiendo nuestra propia respiración es butoh. “Es una fuente de armonía –dice Mushimaru- y es diferente en cada uno de nosotros”.

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Foto: Carles Mercader.

 

La bailarina coreana Mihee Lee, miembro reciente de The Physical Poets, llegó al butoh desde la danza tradicional coreana atraída por la libertad de movimientos y la posibilidad de explorar los límites del propio cuerpo, más allá de la técnica y las reglas: “El butoh es como abrir una ventana. Vivimos en una sociedad llena de normas: tenemos que esperar para cruzar una calle, ir a la escuela, conseguir un trabajo y ganar dinero, y el butoh nos enseña a ir más allá de los constreñimientos sociales, abrir esa ventana y poder salir un momento”, dice Mihee.

Mientras algunos bailarines rechazan la idea del butoh como una danza hacia o desde la oscuridad, Mihee cree que es sombría en la medida en que también lo es el ser humano. “¿Qué significa oscuridad para nosotros? ¿Y belleza? ¿Qué no es bello? Depende mucho de tus experiencias, de la cultura en que hayas nacido… Hay muchos factores. Pero en realidad hay belleza en todo. Hace unas décadas las personas eran incapaces de ver bellos a bailarines con discapacidad, pero nuestra sociedad está cambiando. Las ideas de ‘belleza’ y ‘oscuridad’ están en un constante fluir y depende mucho de cómo las experimentamos nosotros”.

 

El cuerpo robado

Cierra los ojos y conviértete en humo, en una esfera, en el flúor que sale lento cuando aprietas desde la base el tubo de pasta de dientes. Baila con el dolor de tus ancestros a cuestas. Baila. Pero, ¿cómo bailar el cuerpo de postguerra, quemado, radioactivo, arrastrándose por las calles con los globos oculares reventados y colgando sobre las mejillas? Una década después del bombardeo nuclear de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, los supervivientes seguían siendo repudiados por sus propios vecinos. En 1952 Kazuo Ohno y Tatsumi Hijikata quisieron entender la barbarie de la guerra, reaccionar al dolor y a la expansión de la danza contemporánea occidental y recuperar el cuerpo primigenio que les habían robado.

 

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Foto: Carles Mercader.

Uno de los padres del butoh, Kazuo Ohno, descubrió la danza después de ver a una bailaora de flamenco.

Cuando Hijikata estrenó en 1959 la primera obra butoh, ‘Kinijiki’ (Colores prohibidos), basada en la novela homoerótica del poeta Yukio Mishima, escandalizó a la comunidad artística japonesa, que la consideró repulsiva. La misma terminaba con la muerte por asfixia de un pollo vivo ente las piernas de Yoshito Ohno e Hijikata persiguiéndole en la oscuridad. Aunque el maestro acabó siendo expulsado del festival y la obra censurada, continuó desafiando las convenciones en obras donde aparecía con un pene metálico atado al pubis, danzando con los ojos desorbitados y una falda rosa, buscando la libertad de la carne.

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Fotos: Carles Mercader.

 

Hoy en día existen diversas corrientes y escuelas de butoh dentro y fuera de Japón, como el butoh ritual mexicano que creó el bailarín y coreógrafo Diego Piñón, que lleva más de veinte años bailando el dolor de la colonización y enseñando, por medio del butoh y el chamanismo, a reactivar las memorias ancestrales que están en nuestro cuerpo. Y en España también existen dramaturgos como Orland Verdú y coreógrafos como Andrés Corchero que han sabido adaptar esta danza japonesa a nuestros escenarios. Sin embargo, ¿existe algo parecido a un butoh español?

Curiosamente, el maestro Kazuo Ohno, para quien el butoh significaba “arrancarse las dagas de la guerra” y también era una celebración de la vida, empezó a bailar poco después de asistir como público a un espectáculo de flamenco de Antonia Mercé, ‘La Argentina’ en el Teatro Imperial de Tokio. También el flamenco es un arte nacido del dolor y la persecución del pueblo gitano, otra forma de danzar hacia la oscuridad.

 

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