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Remedios Zafra: «Creo que la gran revolución de Internet para el feminismo no es la apariencia, está siendo la alianza»

Su nuevo ensayo visibiliza la precariedad de las generaciones que se educaron a finales del pasado siglo (pre millennial y millennial) y cómo les ha tocado vivir una cotidianidad post crisis

Remedios Zafra: «Creo que la gran revolución de Internet para el feminismo no es la apariencia, está siendo la alianza»

Remedios Zafra | Cedida por la editorial

La profesora y ensayista Remedios Zafra (Zuheros, 1973), suma a su trayectoria profesional el premio Anagrama de ensayo 2017, con su libro El Entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital. Después de años de investigación sobre la era digital e Internet, Zafra ha profundizado en temas espinosos como la identidad digital o el ciberfeminismo a lo largo de la primera década del siglo XXI, lo que la ha convertido en una representante crítica del mundo tecnológico y sus implicaciones en el futuro inmediato de la humanidad.

Este nuevo ensayo visibiliza la precariedad de las generaciones que se educaron a finales del pasado siglo (pre millennial y millennial) y cómo les ha tocado vivir una cotidianidad post crisis donde lo digital entusiasma a los menos privilegiados y a quienes se relacionan y trabajan en áreas vinculadas a la pasión creativa, en un mundo marcado por la hiperproducción y la competitividad.

Remedios Zafra: "Creo que la gran revolución de Internet para el feminismo no es la apariencia, está siendo la alianza"
Portada de El entusiasmo | Imagen: Anagrama

¿Por qué escribir un libro sobre el entusiasmo en la era digital?

Escribir es como situar sobre la mesa de operaciones lo que nos duele o nos daña. Había que situar la precariedad contemporánea en esa mesa, su normalización. Que el punto de entrada sea el entusiasmo y la era digital delimitan un enfoque de los muchos posibles que suscita el asunto. A mí me parece singular por muchas razones, alguna tan personal como haber escuchado alguna vez eso de: “eres tan entusiasta que es imposible no abusar de ti”. Esta sentencia que parece legitimar el abuso de quien hace explícita su pasión por una práctica es algo sumamente perverso que palpita en este libro. Habla de pasión y habla de poder. Llevo tiempo queriendo escribir sobre esa herida, especialmente al advertir que no es personal sino compartida y que adquiere nuevos matices en un mundo conectado. Era para mí importante enfrentar el asunto desde «lo pequeño», primando la observación profunda de vidas reales y no desde el manejo de estudios documentales tal como incita hoy  la hegemonía de los datos. Esta necesidad de contrastar la precariedad en cifras con la precariedad narrada me parece una motivación importante.

Me parece que la relación entre motivación, trabajo creativo y precariedad, no sólo la económica sino también la vinculada con la gestión de información y tiempos, opera como seña de época, y que el marco capitalista y de cultura red en que acontece no son un mero fondo de la escena. Poner estos términos en relación es para mí necesario si busco profundizar en sus dependencias, contradicciones y conflictos, enfrentarlos no como quien aísla un asunto sino como quien lo ve en escena con sus suciedades y contextos.

¿Antes no estaban igual de mal pagados ciertos oficios y trabajos que también eran realizados por entusiastas? ¿Crees que es un hecho único de la era digital?

Cierto que la precariedad económica es algo tradicionalmente vinculado a la práctica artística -«esos poetas pobres»-, sin embargo la precariedad relacionada con la extrema caducidad de las cosas digitales y la neutralización de los tiempos, esa sensación de estar siempre sobrepasados y ansiosos, es algo incrementado en la era digital que aborda este ensayo. También me parecen diferenciadoras las condiciones que marca la cultura-red. Enfatizar el enfoque desde el trabajo y la economía no excluye una visión más integradora sobre cómo nos transforma la red y de qué maneras y grados nos liberamos o precarizamos con, o a pesar, de ella.

Claro que en el pasado encontramos trabajos mal pagados soportados por entusiastas, pero no creo que eso caracterice esos tiempos como sí ocurre ahora. Por un lado, antes los creadores eran una minoría, pero ahora a la incorporación al mercado laboral de una  gran masa de personas formadas en (lo que aún llamamos) Arte, Humanidades y Ciencias Sociales, orientada a trabajos creativos y culturales, se une un entorno transgresor como el de la red. Entorno que nos permite a todas las personas conectadas crear y hacer circular obra. En España además, esta transformación acontece sin que haya habido un cambio estructural en el mercado laboral, incapaz de dar respuesta a esta masa de productores formados y frustrados.

¿Qué te llevó a incluir dentro de la estructura del libro al personaje Sibila?

Para mi trabajo ensayístico fijar la posición del «sujeto que habla» es parte esencial de la obra. Si en Netianas y (h)adas apostaba por una entidad mítica que funcionaba  como “figuración política” colectiva, y en Un cuarto propio conectado y en Ojos y Capital, el sujeto era de manera diáfana «yo», Remedios Zafra, en El entusiasmo necesitaba poder combinar mi voz con la narración de un personaje que siendo ficticio fuera capaz de asumir la realidad y la libertad de las historias propias y cercanas que quería compartir. Sibila es un personaje que ya introduje en algún artículo hace años y ahora recupero y amplío.  En la mitología griega las Sibilas eran aquellas capaces de predecir el futuro a través del entusiasmo que las llevaba a un estado de arrobamiento. Me parecía que este juego de tiempos y de estados aportaba un valor añadido a Sibila. No sólo permitía dar realidad a muchas voces sino que hablando de vidas reales del ahora, podía servir para hacernos preguntas sobre los posibles futuros que augura.

«El entusiasmo trata sobre la vida cotidiana de muchas personas en la actualidad, observando las historias reales de quienes cada vez más igualan vidas a trabajos, porque a ellos y a la red dedican la mayor parte de sus tiempos.»

Con respecto a tu relación con la Academia y las críticas que haces desde el libro, ¿Podríamos considerar que el libro es autobiográfico?

El libro tiene muchos elementos autobiográficos pero convive con historias de otras personas. Sí lo es concretamente el capítulo dedicado a la academia al que te refieres. Mi experiencia, visión, conflictos y preguntas sobre cómo la universidad está cediendo al mercado están esbozados en esas reflexiones, incluso en la historia que narra la señora Spring cuando alega jurídicamente, poetizando. Ese personaje es una parodia de mi propia historia con varias revistas académicas. Como feminista siempre me ha chirriado el tono logocentrista que en la academia busca imponer un estilo como modelo de validez y una objetividad construida camuflada como imparcial, como si fuéramos incapaces de ver el texto dentro de cada texto, como si las formas de decir no implicaran ya formas diferenciadas de pensar.

Un paper vale más que un post divulgativo en un blog. ¿Hay posibilidad de que Internet ayude a cambiar esta percepción en la burocracia académica?

El interés de un paper o de un post divulgativo puede ser grande o pequeño en ambos casos y contextos, pero lo inquietante es que hoy en la institución académica «un paper vale más que un libro». Cuando, por ejemplo, se evalúa mi trabajo investigador me encuentro con la paradoja de que modestos artículos concebidos como borrador de capítulos de futuros libros tienen más valor que el libro final, meramente porque están publicados en «una revista indexada». Me parece irracional esta deriva que posiciona la producción intelectual en función del «dónde publicas» y no de «qué publicas». Los libros que habitualmente implican un ejercicio de investigación, reflexión y profundidad de años son infravalorados frente a esos papers, como si fuera el linaje de la “familia indexada” que acoge, el que da fe de lo que allí se publica. Lo que veo es un riesgo de domesticación de los investigadores, especialmente en Humanidades y Ciencias Sociales, derivando a la impostura de esas revistas y esos sistemas de valor que esconden sospechosas y crecientes formas de poder. Sobre tu segunda pregunta, creo que en Internet conviven mundos distintos, pero me parece que en su uso por parte de la academia predomina la creación de espacios de posicionamiento y valor.

El entusiasmo es un ensayo profundamente feminista. Sin embargo, a pesar del entusiasmo y la precariedad, ¿no ha sido la ayuda de la era digital lo que ha visibilizado los problemas de las mujeres? ¿Acaso es un espejismo?

Son realidades que conviven, el riesgo y la repetición en las formas de opresión que acercan precariedad y feminización, y por otro la potencia de Internet para la alianza feminista. De hecho, coincido contigo en que si Internet ha sido valioso para un tipo de colectividad, ha sido para nosotras. Es curioso como frente a la revolución que desde el ciberfeminismo se vislumbraba en la Internet de los noventa apuntando a la liberación de los estereotipos del cuerpo en un mundo mediado por pantallas, esto ni mucho menos ha pasado, pero otra revolución está ocurriendo, maravillosamente grande, y es la alianza de mujeres (invisibilizadas antes entre los muros de lo privado) visibilizando injusticia y violencia y reivindicando igualdad en todo el planeta. Creo que la gran revolución de Internet para el feminismo no era la apariencia, está siendo la alianza.

¿Es El entusiasmo un ensayo sobre economía y la desigualdad, más que sobre las desventajas de la vida en la era digital?

Hay algo que me moviliza positivamente cuando advierto que hay dificultad para acotar mi obra y sufro cuando se reduce un libro a una frase o a un tema. Si por mí fuera cada libro tendría varios títulos. Este más si cabe, pues siendo los que comentas temas centrales alrededor de los que orbita el ensayo (especialmente economía y desigualdad), pretenden ayudar a desgranar una realidad cargada de complejidad y aristas. El entusiasmo trata sobre la vida cotidiana de muchas personas en la actualidad, observando las historias reales de quienes cada vez más igualan vidas a trabajos, porque a ellos y a la red dedican la mayor parte de sus tiempos. Frente a la economía como disciplina me interesa esa otra visión antropológica que indaga en la economía como algo “incrustado” en las vidas de las personas. Por ello me parecía necesario que horadar este contexto permitiera hablar de «economía y desigualdad» hablando de las habitaciones donde vivimos y trabajamos, de nuestros deseos y frustraciones, de cómo nos relacionamos con los otros en un mundo en red. El énfasis no es premeditado hacia las desventajas, aunque predomine un tono crítico.

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Remedios Zafra | Imagen: Anagrama

Comentas que el entusiasmo en la era digital es movido por la visibilidad y la aceptación, ¿es un reflejo de una sociedad superficial y narcisista? ¿Hacía dónde vamos?

Inevitablemente un mundo donde nos presentamos y representamos a través de las pantallas es un mundo donde lo «superficial» (imagen e interfaz) adquiere un gran protagonismo. Si a ello unimos que la forma en la que se está territorializando la red promueve que cada cuál actúe desde su perfil, acumulando y presentando contenido (que le visibilice y posicione) podemos intuir que la tendencia es hacia una sociedad más superficial y narcisista. Sin embargo, yo creo que hay una cuestión que comenzó siendo coyuntural (en la forma de articularse las redes sociales) y se está haciendo estructural. Me refiero a cómo las redes empezaron a “promover este escenario”, a articularse demandando imágenes del yo real que buscan dar veracidad. Frente a otro tipo de construcción «no visual», la promovida por las redes tiende a revalorizar la presentación a través de «la imagen», y a que las imágenes sigan apoyadas en modelos muy estereotipados y en el valor que da “lo más visto”. Si a eso unimos la celeridad con la que afectan y crean imaginario, esa deriva hacia una sociedad más superficial es algo previsible.

¿Hacia donde vamos? Un mundo gestionado por el mercado busca crear nuevas necesidades y avivar el consumo, subordinar política a economía y no al contrario.  Mi impresión es que la inercia tiende a favorecer la desigualdad y el poder de los que más tienen y más mandan… Romper esa inercia es un reto que debiera movilizarnos.

¿Vivimos en una parodia digital?

Si lo miramos con distancia y desde una perspectiva crítica puede haber algo de parodia en las formas en que nos representamos y relacionamos online, pero desde la intimidad de cada cual creo que pocas veces la intención es esa. Al contrario, las formas en las que construimos nuestras identidades en Internet no son vividas como algo paródico, sino como algo que nos importa porque nos permite socializarnos, algo que busca crear identidad, edulcorar realidad, estetizarla…

Si el molde vacío o la página en blanco es lo que activa la imaginación y enciende el deseo, ¿ tendríamos que vivir en conflicto constante con los sistemas establecidos?

Desde una perspectiva política que busque transformar y mejorar mundo, el conflicto es constante y forma parte de nuestra vida diaria, aprendemos a integrarlo como lo que nos permite crear una subjetividad posicionada en el mundo. No debiera asustarnos.  Me parece que forma parte del compromiso con lo social, y que es necesario incluir un «grado de conflicto» con los sistemas establecidos que buscan normalizarse y tienden a asentar formas de poder y a mantener “formas de desigualdad”.

Sin embargo, considero que lo que predomina hoy es justo lo opuesto, la inercia de no implicarnos demasiado en lo social ni dejarnos afectar por ese “conflicto” que perturba. La saturación de tiempos y espacios que nos permitan pensar ante un mundo agotador en sus demandas (pequeñas pero repetidas de posicionamientos banales) y sobre el que resulta difícil creer que podemos tomar partido más allá de un like (activismo de salón), es algo cotidiano. La deriva hacia el uno mismo y la vida en las pantallas puede parecer para muchos una alternativa tranquilizadora, ante el bloqueo de intervenir en un mundo que se nos vuelve excesivo, especialmente en la visualización de injusticias. Creo que esto tiene que ver con que el individualismo termine siendo lo que más se alimenta.

¿Crees que es un  libro pesimista? ¿Hacia dónde van los entusiastas que valoran la aceptación y al mismo tiempo un pago justo?

Hay un poso triste en mi escritura pero siento que pesimismo no es una palabra que me identifique ni a mí ni a mi obra. Y si predomina un despliegue de un mundo en grises y oscuros es desde una visión crítica que busca zarandear y en algo perturbarnos para movilizar. El pesimismo, sin embargo, puede operar como forma de inmovilismo y resignación, como excusa que culmine en «poco podemos hacer»,  y este libro no busca eso. Creo con pasión que nuestra implicación como agentes activos en el mundo que habitamos es una potencia a despertar. En tanto la cultura se sustenta en pactos convenidos y artificiales es transformable y mejorable.

¿Hacia dónde vamos? Me parece que los entusiastas vivimos un momento de toma de conciencia y de replanteamiento de formas de alianza y vínculos con los otros. Los trabajadores culturales no tenemos mucha tradición de sindicación ni de asociación, sin embargo los debates en torno a la precariedad que estamos viviendo los están promoviendo. Pienso que esta movilización debiera ayudarnos a idear nuevas colectividades que no nos aprieten como las viejas identidades dogmáticas, pero que sí nos permitan transformar desigualdades.

¿En qué consiste ser libre en la era digital?

Percibo una estrecha relación entre la falta de libertad y el miedo, el miedo de quienes no tienen trabajo o viven vidas precarias. Es difícil sentirse libre sin un suelo que proporcione cierta estabilidad o con tiempos precarios caracterizados por la saturación y la caducidad. Difícilmente hay libertad con miedo o sin tiempo para ejercerla. Esto, entre otras cosas, sería «no ser libre», quizá sea más fácil definirla a partir de «lo que no es».

Por otra parte, la libertad tiene también que ver con las posibilidades de elección real y no las que vienen como espejismos. Hace tiempo una estudiante refiriéndose a un trabajo grupal que sus compañeras habían decidido gestionar a través de una red social, me dijo: «¿acaso puedo no estar?» Lo preguntó después de intentar realizar el trabajo por otras vías pero advirtió que lo que ella vivía como una elección, ese elijo estar o no, era ya vivido por su contexto como algo incuestionable, algo que se le “imponía” como necesario.  A mí me parece que la libertad es un gradiente que nunca se da en un sentido pleno, pero sí podemos lograr condiciones para aumentar nuestros grados de libertad. Vivir en un mundo conectado, con la posibilidad de estar o no en determinadas redes que se han apropiado del espacio público es un ejemplo inquietante de hasta que punto hoy existe una tendencia vivida como obligatoriedad.

*

Aunque el libro de Remedios Zafra nos desvela infinidad de problemas acerca de cómo hemos elaborado esta nueva forma de ver el mundo desde lo digital y los usos que ha ido adquiriendo, también nos plantea caminos de ruta por donde realizar los cambios políticos no solo como usuarios de la tecnologías sino como promotores de la transformación social.

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