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Andrea Abreu: “No se nos debe pedir a los canarios que adaptemos nuestra manera de hablar”

Andrea Abreu: “No se nos debe pedir a los canarios que adaptemos nuestra manera de hablar”

Alex de la Torre | Cedida por Andrea Abreu

Periodista, poeta y, ahora, novelista. Andrea Abreu se ha estrenado en el mundo de la narrativa con Panza de burro (ed. Barrett), una primera novela que no deja indiferente, sobre todo por su forma y su uso del lenguaje. Panza de burro cuenta la historia de dos amigas en un barrio del norte de Tenerife y lo hace a través de un lenguaje que trata de romper el muro que separa la oralidad de la escritura. Abreu hace hablar a sus personajes con su voz, sin filtros. Más allá de utilizar el canario como lengua literaria, Abreu juega con la puntuación, alterna el orden de las frases, busca el ritmo de las conversaciones y no corrige los términos siempre mal pronunciados en el habla más coloquial.

Antes que nada, me gustaría preguntarte sobre el origen de Panza de burro.

Yo empecé a escribir a escribir una novela, Mejores amigas, donde hablaba de la amistad entre dos niñas, que, con el tiempo, se convertirían en las dos protagonistas de Panza de burro. En cierta manera, Mejores amigas es el germen de esta novela, aunque era muy diferente, sobre todo por lo que se refiere a la manera en cómo abordaba ahí la historia y, sobre todo, cómo la narraba. De hecho, nivel de estilo y lenguaje no tenía nada que ver con Panza de burro, para cuyo proceso de escritura fue esencial la lectura de grandes autoras latinoamericanas y canarias, que me permitieron plantearme el libro de otra manera. A todo esto, también fue fundamental que mi pareja me regalara para mi cumpleaños un curso de escritura con Sabina Urraca. Empecé el curso habiendo dejado de lado Mejores amigas, porque no me convencía. Pero, como al mismo tiempo que hacía el curso estaba de prácticas, no tenía tiempo de realizar las tareas que me daba Sabina. Así que, para no quedarme sin nada que leer en los talleres, leía fragmentos de Mejores amigas. Lo que no me podía imaginar es que a Sabina le podía interesar lo que yo leía y menos aún que me propusiera tirar adelante aquella novela que a mí no me gustaba con Barrett.

Y ahí empezó todo.

Sí, fue entonces cuando recuperé otro proyecto que tenía entre manos, un libro de relatos escrito en canario titulado Panza de burro, y lo mezclé con Mejores amigas. De esta fusión nació Panza de burro.

Andrea Abreu: “No se nos debe pedir a los canarios que adaptemos nuestra manera de hablar” 2
Imagen vía Editorial Barret.

Una novela en la que intentas reflejar la oralidad de forma directa, sin filtros, siendo incluso agramatical.

Hay que ser conscientes, y yo lo he sido desde el principio, de que es imposible romper por completo la barrera que existe entre el lenguaje hablado y el escrito. Por esto insisto siempre en que Panza de burro es solamente un intento de aproximar la distancia que existe entre lo hablado y lo escrito, intento que llevé a cabo a través de varios mecanismos, como, por ejemplo, tratar de imitar el ritmo de una canción de reguetón o de bachata, utilizar el desorden estructural de las frases que define la manera en la que hablamos y transcribir tal y como se pronuncian determinadas palabras paras así reforzar la sensación de oralidad. Quería ser honesta a la hora de trasladar nuestra forma de hablar al papel y, para ello, tenía que romper determinadas reglas gramaticales. Yo soy consciente de que “huevo” no se escribe “güevo”, pero el escribirlo así forma parte de esta voluntad de honestidad.

Y otro mecanismo es la ausencia de puntuación en determinadas partes de la novela.

La ausencia de puntuación tiene que ver también mucho con el hecho de que yo había escrito anteriormente poesía, donde uno de los elementos que se utiliza para embellecer o enrarecer el lenguaje es precisamente eliminar los signos de puntuación o colocarlos fuera de su lugar habitual. Decidí trasladar esta experimentación propia de la poesía también a la prosa y diría que, más allá de que permite reflejar mejor el habla oral en la página escrita, el juego con los signos de puntuación es un recurso bastante útil para agilizar la lectura y darle al texto un determinado ritmo.

A la hora de enfrentarte a la escritura de Panza de burro, ¿el hecho de venir de la poesía te ha hecho sentir más libre a la hora de jugar con el lenguaje?

Totalmente, pero añadiría que esta libertad no me la ha dado solo la poesía, sino también el periodismo. Creo que la escritura es una hibridación continua. En este sentido, he aprendido muchísimo leyendo a Leila Guerriero, que es periodista y escribe unas crónicas que son auténticas obras de arte. Guerriero me ha enseñado que dentro de un mismo texto puede caber poesía, información, reportaje… Para mí, el presente y el futuro de la escritura está precisamente en la mezcla de géneros y en la ruptura de cualquier tipo de límite formal.

Panza de burro está escrito en canario. ¿Hay una voluntad o un intento de legitimar el canario como lengua literaria?

La cuestión de la legitimación no es fácil en cuanto el canario en literatura está, por lo general, muy invisibilizado. No sé de apenas nadie, sobre todo de la Península, que conozca y haya leído libros en canario, si bien hay muchos escritores canarios que lo hacen. Yo, por ejemplo, he aprendido mucho de Víctor Ramírez que en todas sus obras ha tratado de trasladar el canario de los ambientes rurales a la escritura. La verdad es que, para mí, ha sido complicado el enfrentarme a la posibilidad de escribir mi primera novela en canario, mi lengua, en cuanto he crecido con un sentimiento de vergüenza constante debido a esa idea dominante de que el canario no es una lengua que pueda utilizarse en contextos oficiales. Y un libro no deja de ser, a su manera, también un contexto oficial. Así que tuve que reforzar mi identidad y mi orgullo hacia mi forma de hablar para poder escribir en canario.

Y antes comentabas que las autoras latinoamericanas te influyeron mucho a la hora de escribir en canario.

Fueron esenciales porque ellas también tuvieron que enfrentarse a un proceso de legitimación similar con respecto del español peninsular. Fueron, además, esenciales también por lo que se refiere al hecho de trasladar la oralidad a la escritura.  Rita Indiana, por ejemplo, me enseñó que se puede escribir tal y como hablas. He aprendido mucho de ella y de tantas otras autoras hispanoamericanas y es, en parte, gracias a ellas que con Panza de burro he conseguido legitimar a través de la escritura mi canario, la lengua con la que crecí y que siempre he hablado.

Y no solo has escrito una novela en canario, sino que has prescindido de cualquier nota al pie para explicar el significado de determinados términos.

Creo que es importante que no haya explicaciones cuando uno escribe en su propia lengua. El canario es una variante del español y, por tanto, es una lengua. En cuanto a lo de no explicar es significado de las palabras que se utilizan, no hay que olvidar que, cuando leemos un libro de, por ejemplo, María Fernanda Ampuero, Pilar Quintana o de cualquier otra autora latinoamericana, no se exige desde la Península ningún tipo de aclaración. Y es que se asume que hay una diferencia entre el español de Madrid y el de México, por ejemplo, y, por tanto, se da por hecho sin mayor problema de que hay que leer los libros asumiendo dicha diferencia y no buscando aclaración alguna. Es importante que esta aceptación que se tiene en la Península del español de Latinoamérica y sus variantes se tenga también con respecto al canario, que, como te decía, es una variante del español, donde la influencia de Venezuela y Cuba es muy grande. Es imprescindible que se entienda que es un español distinto, pero español, y, por tanto, no se nos debe pedir a los canarios que nos expliquemos o que adaptemos nuestra manera de hablar.

¿Te has visto “obligada” a adaptar tu manera de hablar al español peninsular?

Claro. Esto nos ocurre muy frecuentemente a la mayoría de los canarios que nos trasladamos a la Península. Lo paradójico es que está muy interiorizado que una persona argentina utilice términos distintos, pero no que lo haga un canario, si bien tan variante del español es el argentino como el canario. ¿Qué pasa entonces? Pues que, al llegar a la Península, la mayoría de nosotros adaptamos nuestra manera de hablar ante una supuesta incomprensión de los peninsulares que, sin embargo, como te decía, aceptan otras variantes del español sin tantos problemas.

¿Se es más abierto o tolerante con las variantes latinoamericanas del español que con la variante canaria?

Sí y creo que es debido a que hay un gran desconocimiento con respecto de la cultura canaria. Nosotros tenemos muchísimos elementos culturales diferenciales por un cruce de culturas muy grande: inglesa, portuguesa, norte africana, latinoamericana… Y con respecto a este desconocimiento del que te hablo, me parece muy interesante observar cómo en la Península está muy interiorizado del genocidio que llevaron a cabo los colonos españoles cuando llegaron a América, pero se olvida por completo el genocidio que hubo en Canarias. En las islas habitaba el pueblo guanche, que tenía su lengua, su religión y su cultura y que fue totalmente masacrado, siendo muchos guanches utilizados como esclavos. No se habla nunca de esto, porque apenas se conoce. Y creo que se debe a que no hay conciencia de que en Canarias estamos en una situación de neocolonialismo, pues ¿qué hace un conjunto de islas al lado de Marruecos perteneciendo a una península que está tan lejos? Se es consciente de que Latinoamérica fue una colonia, pero no de que Canarias lo sigue siendo. Porque no existe tal conciencia y porque se asume que Canarias es lo mismo que la España península, se aceptan las diferencias lingüísticas del español latinoamericano y no del canario.

Andrea Abreu: “No se nos debe pedir a los canarios que adaptemos nuestra manera de hablar”
«Creo que es importante que no haya explicaciones cuando uno escribe en su propia lengua». | Foto: Alex de la Torre | Cedida por Andrea Abreu.

A todo esto, desde el Estado tampoco se hacen esfuerzos para reforzar las relaciones e intercambio con las islas. Basta ver los elevados precios que tienen que pagar los canarios residentes en la Península para volar a las islas.

Efectivamente. Esta dificultad en los intercambios la he vivido de primera mano con Panza de burro: el libro llegó de inmediato a varias ciudades de la Península, mientras que tardó mucho en llegar a Canarias. Políticamente pertenecemos a España, pero en la práctica estamos muy lejos en muchos aspectos. Además, mucha gente, desde la perspectiva peninsular, considera Canarias como un lugar a donde ir y pasar el tiempo, sin tener en cuenta de que en estas islas vivimos personas que queremos tener los mismos servicios básicos y las mismas necesidades cubiertas que se tienen en la Península. No vivimos por y para satisfacer las necesidades de los turistas, pero esto se olvida casi siempre.

De hecho, a los peninsulares se nos vende Canarias principalmente como un lugar de vacaciones.

La prueba de ello es que ahora mismo hay una campaña cuyo eslogan es: “Entra en la fase tranquilidad”. Me deja en shock, pues con este mensaje publicitario lo que se está diciendo es: escapa del coronavirus de la Península y ven a Canarias, donde te cuidaremos. No se entiende que las instituciones canarias muestren siempre una actitud de tal servilismo hacia los turistas. El modelo económico de Canarias debe cambiar, no podemos seguir así, porque no es sostenible.

Volviendo a la novela, la protagonista, absolutamente obnubilada por su amiga Isora, carece de nombre.

Ante todo, decidí que para evitar que se leyera la novela como una autoficción, puesto que, si bien tiene cosas de mí, no soy yo, lo ideal era que la protagonista no tuviera nombre. Podría, evidentemente, haberle puesto un nombre diferente del mío, pero el hecho de que no lo tenga me parecía más interesante en cuanto subrayaba todavía más su ausencia de personalidad, su plena identificación con Isora, a quien imita hasta el punto de querer ser ella. Y lo que le pasa a la protagonista es algo bastante común: Muchas niñas se construyen su personalidad a partir de otras niñas, es decir, se construyen su identidad por imitación, tratando de ser igual a esa amiga a la que se idolatra. Y, como te decía, no es algo raro, al fin y al cabo, todos aprendemos por imitación; lo que sucede es que, entre las niñas, no sé si es igual entre los niños, la imitación es una constante, sobre todo en cuestiones de estética.

Esto se ve claramente en el tema de la comida: la protagonista no solo quiere hacer dieta como Isora, sino que quiere que como a su amiga alguien le prohíba comer.

Quería reflejar lo peligroso que son los comentarios en torno a la necesidad de estar delgada, a la necesidad de comer menos o de hacer dieta. Comentarios sobre estas cuestiones se hacen habitualmente como si fueran inofensivos, pero se quedan grabados en las mentes de las niñas. Yo diría que casi todas las chicas de mi generación hemos tenido de niñas una relación muy complicada con la comida y no solo a causa de los estereotipos que impone la televisión, sino también a causa de los comentarios de las personas mayores. La abuela de Isora la incita a que haga dieta y esta incitación tiene también su efecto en la protagonista, que quiere imitar tanto a Isora que también replica su desequilibrio con la comida. La protagonista idealiza a su amiga y todo lo que la rodea. En esta idealización hay algo de envidia, que es un sentimiento muy frecuente entre las niñas, pero también hay algo de amor. De hecho, a medida que pasa el tiempo, me he ido dando cuenta de que la protagonista de Panza de burro está completamente enamorada de Isora. La novela termina donde termina y no se puede decir que será de ella en el futuro, pero yo diría que la protagonista está enamorada de Isora, que es su primer amor.

La novela se desarrolla en un lugar que nada tiene que ver con la imagen típica de Canarias.

El lugar donde sucede todo está basado en Los piquetes, el barrio en el que crecí, situado en la parte alta de Tenerife. Desde que viví en Madrid, tengo la perspectiva peninsular muy presente y me doy cuenta de que para ustedes Canarias es otra cosa muy distinta al lugar que reflejo en Panza de burro y, por tanto, el barrio que aquí describo les resulta completamente ajeno y, sobre todo, distinto, a la idea de Canarias que tienen en mente.

En este lugar al norte de Tenerife donde se desarrolla la novela, el volcán tiene una presencia muy importante.

Para los que vivimos en Tenerife, diría que el volcán es una especie de indicador: si se ve, entonces, todo va bien; si no se ve, entonces, hay que preocuparse. Para mí, el Teide siempre ha significado la eminencia de la muerte, me recuerda que, antes o después, todos tenemos que morir. Y no lo digo como algo negativo o angustioso, el volcán es simplemente un recordatorio que te hace vivir más el presente. Es una especie de carpe diem. No tiene nada que ver, de hecho, con el miedo. Y es que yo por el volcán no siento en absoluto miedo, sino cariño. En Tenerife se le ve como un símbolo de protección y, en efecto, lo suelen llamar “papá Teide”. Yo, sin embargo, que también lo asocio con la protección, no lo veo como una figura masculina, sino más bien pienso en el Teide como en una especie de abuela que cuida y protege. Por esto, me gustaría que más que “papá Teide” fuera “mamá Teide”.

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