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¡No me digan que allí se hace vino! Guía breve para salir de la trilogía "Rioja, Ribera, Rueda"

Víctor de la Serna comparte con nosotros esta guía breve para descubrir que hay vida más allá de la trilogía «Rioja, Ribera, Rueda»

¡No me digan que allí se hace vino! Guía breve para salir de la trilogía «Rioja, Ribera, Rueda»

 

Durante años nos encontramos con textos sobre el vino español, mayormente -pero no sólo- de divulgación de cara al extranjero, en los que se subrayaba que en todas las regiones de nuestro país había viñas y se hacía vino, «salvo en dos, las cantábricas Asturias y Cantabria«. Bien, pues no era cierto, aunque casi. Hoy sabemos -quizá más en el extranjero que en una España que apenas si sigue otra cosa que la trilogía «Rioja, Ribera, Rueda»- que sí que existen los vinos asturianos y cántabros. No sólo eso: que los hay extraordinarios.

Esos descubrimientos no han sido los únicos. Estos últimos años nos han revelado la existencia de viñedos y vinos en lugares insospechados del país, o en algunos de los que no teníamos más referencia que antiquísimos textos, por lo que los habíamos arrinconado mentalmente en la categoría «arqueología vitivinícola». Y han renacido, a veces con mucha brillantez.

Las agudas pendientes de los montes en torno a Cangas del Narcea, en el Occidente de Asturias, y por tanto cerca ya de la vitícola Galicia, desde hace siglos están cubiertas por una pequeña superficie de viñas, pero hasta hace pocos años el vino que se hacía era poco, rústico y de consumo estrictamente local.

Ahora, y en pocos años, proyectos meritorios como Monasterio de Corias, Chacón Buelta, VidAs, Obanca o Dominio del Urogallo nos han revelado el potencial del vino asturiano y de las peculiares castas de uva tradicionales del Narcea, como el albarín blanco (llamado branco lexítimo en el norte de Galicia; ¡no confundir con el albariño!), el albarín negro (bruñal en Arribes del Duero y alfrocheiro preto en Portugal) y el verdejo negro (que es el trousseau del Jura francés, llegado sin duda por el camino de Santiago y hoy presente en España, incluidas Canarias, y en Portugal, bajo nombres diversos como merenzao, bastardo o baboso).

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Foto: Remo Vilkko | Unsplash

Ahora que se buscan vinos más frescos y ligeros crece el interés por el Cantábrico, donde el calentamiento climático de los 30 últimos años ha venido mejor que en lugares más calurosos -ahí está la mejora de los chacolís vascos-, y por ese motivo también se ha recuperado parte del viñedo montañés, o cántabro, lo que nos recuerda que hasta hace dos siglos el «chacolí de Santander» se producía en mayores cantidades que el de Vizcaya o el de Guetaria.

La zona más interesante, potencialmente, de Cantabria no es precisamente muy fresca y cantábrica: es el valle de Liébana, abierto hacia el sur y cerrado por los Picos de Europa hacia el norte, cuyo peculiar microclima mediterráneo permite la presencia de naranjos, alcornoques y, claro está, viña. Quedaban, pegadas a las laderas pizarrosas o calizas, unas pocas hectáreas de viejísimas cepas de mencía, y del palomino blanco introducido en todo el Norte tras la destrucción de la filoxera.

Casi nada se hacía con esas cepas: hasta el orujo de Liébana procedía de uvas traídas de Zamora. Pero un par de productores, el burgalés Goyo García Viadero (de la familia propietaria de Valduero, en Ribera del Duero) y Picos de Cabariezo, han puesto los vinos lebaniegos en el mapa.

Hay otra zona cántabra, la de la costa, con su interés histórico porque de allí venía la mayor parte de aquel chacolí de antaño: Laredo, Santoña, la desembocadura del río Asón. Se ha recuperado ahora, pero enteramente con viña nueva y sin gran  atadura a las tradiciones, definitivamente perdidas.

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Fueron famosos los vinos dulces de Málaga, pero el ‘boom’ reciente son los blancos | Foto: Luca Dugaro | Unsplash

Las zonas montañosas y alejadas son, casi lógicamente, las que más nombres nos están aportando en esta categoría de «no sabíamos que allí se hacía vino». Algunas pistas más:

La Sierra de Francia (oficialmente, suponemos que para evitar confusiones internacionales, su actual y reciente denominación es Sierra de Salamanca), donde uvas como la rufete y la verdejo serrano han sido recuperadas y dan vinos de la escuela fresca, cercanos a ésos norteños. Los nombres más interesantes son La Zorra y sobre todo (fuera de denominación, como cada día sucede más a menudo), Mandrágora, el proyecto de César Ruiz y Nacho Jiménez, con sus Molinillo y Tragaldabas.

Las alturas malagueñas de Ronda y de la Axarquía. Sí, fueron famosos los vinos dulces de Málaga, pero el ‘boom’ reciente son los blancos y tintos secos, tanto de la moscatel de Alejandría como de garnacha y de la romé tinta. Nombres interesantes: Cortijo Los Aguilares y Sedella.

La Sierra Norte de Madrid, lejos de las zonas vitícolas madrileñas mejor conocidas: San Martín de Valdeiglesias al oeste, Arganda al este, Navalcarnero al sur. Años pasando por El Molar por la A-1 en dirección a Burgos, y sin sospechar que allí quedaba algo de vieja e interesante viña. La descubrió y la ha puesto en valor un catalán, Óscar Pasanau, cuyos tintos y blancos auténticos, minerales y frescos están encantando a quienes los descubren.

Más adelante iremos descubriendo más zonas vitícolas surgidas, en apariencia, de la nada. En realidad, surgidas del olvido.

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