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Cazadora, guerrera y artista: así era la mujer prehistórica

En su ensayo ‘El hombre prehistórico es también una mujer’, Marylène Patou-Mathis deconstruye los prejuicios y mitos que el hombre y la ciencia le atribuyeron a la mujer sin ninguna evidencia científica

Cazadora, guerrera y artista: así era la mujer prehistórica

Luca Piergiovanni | EFE

Cuando en 1880, en el yacimiento arqueológico de Birka, situado al norte de la isla de Björkö (Suecia), descubrieron los restos de un esqueleto enterrado con armas, dos caballos y un tablero, se asumió de manera natural que aquel hallazgo solo podía pertenecer a un jefe guerrero vikingo. ¿Qué si no? Convertido en referente para identificar a otros hombres del mismo rango, tuvieron que pasar más de cien años, un nuevo estudio antropológico, nuevas excavaciones y un análisis de ADN para demostrar que en realidad aquel guerrero vikingo de mediados del siglo X que era, a todas luces, un varón, era en realidad una mujer.

«No siempre es fácil determinar el sexo a través del esqueleto –justifica la prehistoriadora Marylène Patou-Mathis—. Aproximadamente en un 70% de los esqueletos del pasado no se puede determinar que sean hombres o mujeres salvo que se les haga estudios de ADN y durante muchísimo tiempo lo que se hacía era ver con qué habían sido enterrados. Cuando se trataban de elementos funerarios como armas de caza o de guerra inmediatamente se asumía que eran masculinos. Y lo mismo ocurría con el propio esqueleto. Cuando eran muy robustos, se daba por hecho que eran varones, pero las mujeres del paleolítico eran muy corpulentas también», argumenta.

Especialista en el comportamiento de los neandertales, Patou-Mathis acaba de publicar en España El hombre prehistórico es también una mujer (Editorial Lumen), un ensayo donde reflexiona precisamente sobre el reparto de roles en la historia y en cómo los prejuicios de los paleontólogos e historiadores del siglo XIX calaron sin ningún fundamento en los inicios de la Prehistoria como ciencia y en nuestro modo de percibir a la mujer de la época antigua. 

«La ciencia refleja la sociedad en la que vivimos y la sociedad occidental en el ámbito científico ha estado siempre dominada por los hombres –analiza-. Hasta principios del XX, la historia fue especialmente patriarcal en Europa. Los prehistoriadores eran todos varones y dieron por hecho que las sociedades prehistóricas eran como la nuestra. Es decir, una sociedad donde la mujer estaba dominada. Muchas veces ni si quiera había pruebas de que fueran una cosa u otra, pero se asumían los roles. Lamentablemente, da la sensación de que ni se lo planteaban».

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Imagen vía Editorial Lumen.

Cazadoras y pintoras 

Pero lejos de permanecer en su cueva, y a pesar de haber sido durante siglos reducida a su papel como recolectora y reproductora, si nos atenemos a lo que hoy conocemos por las evidencias halladas en los yacimientos, sabemos que sí que hubo mujeres que se dedicaron a la caza en algunos momentos de la prehistoria.  

«Uno de los hallazgos más importantes de los últimos tiempos es el descubrimiento en Perú del esqueleto de una mujer que demuestra que hace nueve mil años en las sociedades recolectoras, había mujeres que cazaban», enfatiza la prehistoriadora que recuerda además que en Moldavia y en Rusia se han hallado también pruebas en algunos yacimientos que demuestran que las mujeres no solo cazaban, sino que además iban a la guerra. «Las amazonas, de hecho, existieron —señala—. Y eso es importante porque es cierto que en algunas sociedades ni pudieron cazar ni hacer la guerra, lo que demuestra que las actividades no estaban programadas en función del sexo».

Tampoco el arte era una cuestión de género, aunque durante mucho tiempo se dio por hecho que las pinturas rupestres eran también cosa de hombres. «Hasta hace unos diez años en todas partes, en los documentales, las películas, la literatura o, incluso en los libros textos, siempre aparecían hombres pintando en las cuevas. ¿Por qué? No hay ninguna evidencia ni se puede demostrar realmente quién las pintó. Podemos datar el periodo, establecer si había un artista o varios, si eran zurdos o diestros, pero lo que no podemos saber es si eran hombres o mujeres. Ahora bien, la presión de la historia ha hecho que siempre se haya considerado que los autores de las pinturas rupestres eran hombres porque se presuponía también que las mujeres no entraban en las galerías subterráneas y por consiguiente no podían hacerlas», remarca. Pero también aquello era falso, algo que atestiguan algunas de las huellas de manos femeninas encontradas en las cuevas. «O sea que, si al lado de una mano de una mujer hay un caballo, ¿por qué no pudo haber sido pintado por una mujer? —plantea—. Qué raro que entre en la cueva, deje su huella en el muro y se vaya sin más, ¿no?».

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Foto: Luca Piergiovanni | EFE.

Una violencia más cultural que biológica

Pero, ¿y la violencia? ¿Formaba parte de la naturaleza del varón? «Es muy difícil sostenerlo –responde- porque a menudo vemos también que existen culturas donde no se valora la virilidad en base a la violencia». Es el caso, por ejemplo, de pueblos como los bosquimanos del Kalahari, que ponen a prueba a sus muchachos dejando que sobrevivan en el desierto. «Yo creo que más bien el concepto que hay que tener en cuenta es el de agresividad, algo fundamental para la supervivencia. También hay hipótesis que señalan que el hombre es más violento que la mujer debido a la testosterona, pero lo interesante es determinar si la biología es más importante aquí que la cultura», cuestiona. 

Autora de otro ensayo, precisamente, sobre la violencia en la prehistoria y el hombre antiguo, la especialista argumenta que en el paleolítico no hay vestigios de coyunturas bélicas. «Puede haber conflicto pero no guerras», subraya. Por el contrario, lo que sí se ha observado es que el intercambio cultural resulta indispensable para sobrevivir. «Se piensa que la cooperación y la solidaridad es lo que realmente ha permitido que la sociedad haya sobrevivido a lo largo de los distintos periodos de la historia y no las guerras. Ahora somos muy, muy numerosos, y si hay unos cuantos millones que mueren, no pasaría nada pero entonces era fundamental la supervivencia del colectivo para no extinguirse. Nuestra existencia es la mejor prueba de que siempre hemos tenido valores solidarios».

De hecho, incide la prehistoriadora, en la época neandertal hay vestigios que prueban cómo se protegían y se cuidaban entre ellos. No se trataba solo de la supervivencia del más fuerte. Así lo cuentan los restos que se han encontrado de personas que vivieron toda la vida sin un brazo, por ejemplo, y el clan se ocupó de ellos. «Lo mismo ocurre con una niña pequeña de la que sabemos que tuvo macrocefalia y vivió hasta los 3 años. Había ya cierta medicina, se trataba de curar a los enfermos e incluso curar para reducir el dolor. Lo que nos lleva a pensar que incluso en aquella época había empatía». Los neandertales, describe, valoraban además la vida. «Para ellos era muy importante enterrar a sus muertos, incluso llegaron a sepultar a los a fetos. Era importante la supervivencia de todos los miembros en esos grupos porque aquello era el único futuro del clan».

Borradas de la historia

Y en medio de aquella supervivencia, la mujer ha sido clave. «En todos los periodos siempre han existido rebeldes, combatientes, mujeres que incluso han conseguido grandes logros, pero han sido eliminadas por la historia. En un momento dado, a finales del XVIII y el XIX, hubo una voluntad de eliminar todo aquello que no había sido un logro masculino». En este sentido Patou-Mathis confiesa que resulta «realmente agotador» tener que estar constantemente eliminando estos prejuicios sobre la mujer. Una tendencia que, por suerte, está cambiando en parte gracias a que la presencia femenina en la ciencia está aumentando. 

«Ahora vemos que hay una ruptura en las profesiones consideradas tradicionalmente masculinas que se han abierto a las mujeres y las mujeres son muy buenas. Entonces, ¿por qué no podemos imaginar que en las sociedades antiguas no eran las mujeres, por ejemplo, las que tallaron los útiles, podían pintar las cuevas o cualquier otra cosa? ¿Por qué no? No hay datos científicos que digan lo uno ni lo otro. Lo único que yo deseo es que este libro pueda plantear la cuestión», desea.

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