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Fuera de carta

Japón y la morriña alimenticia

«El concepto de ‘nagori’ es la nostalgia por la estación que se va, esa especie de morriña leve que nos sobrevuela al comer los últimos alimentos de temporada»

Japón y la morriña alimenticia

Cuatro estaciones.

Tras descuidar la costumbre de comer productos de temporada, en los últimos años hemos sido reentrenados para volver a hacerlo. Los frutos de estación no hay que importarlos de las antípodas, así que adquirirlos será un acto sostenible y  nos recordará más a la vida sencilla de hace un siglo, donde nuestros ancestros tenían bastante entrenado el músculo del conformismo: para ellos lo natural era que no hubiese de todo cuando les viniera en gana. 

Para repensar este asunto nada banal, pues su tema de fondo es nuestra relación con el paso del tiempo y la naturaleza (¡nada menos!), hay que leer el breve ensayo titulado Nagori. La nostalgia por la estación que termina (Periférica, 2023), de la autora japonesa Ryoko Sekiguchi. Su cubierta, una estampa en acuarela de lo más nipona, con un pescado, unos caquis y una granada, me lleva a uno de los muchos clichés sobre Japón que tengo en mente: asocio el país asiático con una vida pausada y unas tradiciones milenarias practicadas por todos y cada uno de los que nacieron allí, pero, como no podía ser de otra manera, los japoneses no viven dentro de una lámina de Hokusai, sino en un país donde también se come fritanga y en el que los atascos de tráfico son habituales. 

Portada del libro de Ryoko Sekiguchi.

Sekiguchi nos enseña a despojarnos de la idea europea de las cuatro estaciones –que no se entere el pobre Vivaldi– y nos invita a recordar que en muchas latitudes solo se distinguen dos: la de lluvias y la seca, por ejemplo, o se vive en una primavera térmica constante que no permite añorar los puestos invernales de castañas. Ahí es donde dejamos de hacer pie por un rato y reformulamos nuestras ideas sobre la conexión entre las estaciones y nuestras costumbres alimenticias, especialmente gracias al concepto de nagori. Al igual que ocurre con muchos términos japoneses popularizados en Occidente como umami (el quinto sabor) o tsundoku, la costumbre de atesorar libros sin leerlos, la lengua japonesa define algo que todos hemos sentido, pero por aquí no teníamos la suficiente sensibilidad como para darle nombre: la nostalgia por la estación que se va, esa especie de morriña leve que nos sobrevuela al comer los últimos alimentos de temporada. Nagori son las últimas naranjas del invierno, tan distintas a las jugosas del mes anterior, y más nagori aún son los polvorones que se venden de oferta a mediados de enero. Es un nagori un poco más tosco, sí, pero nagori al fin y al cabo. Esas marquesitas, mazapanes y tabletas de turrón del blando nos miran desde las postrimerías de la Navidad informándonos de que los festejos terminaron. Los que no somos muy aficionados a esas fechas del calendario los miramos casi alegrándonos de su condición de sobra rechazada. 

Lo más importante del nagori, dice la autora del ensayo, es que al sentirlo se establece un vínculo con aquello que rinde la naturaleza y entra en juego algo que no pertenece meramente al orden de lo gustativo: «Nos enfrentamos a la estación que nos dice adiós o de la que nosotros nos despedimos, y las idas y venidas del recuerdo se asientan, como olas, con cada bocado».

La frase es de una belleza casi excesiva para ser leída en pantalla. Según las premisas del nagori, cualquier bocado que demos a un alimento de estación nos pone en contacto con el paso del tiempo, con el fin de una época y el inicio de otra, en el caso de las últimas frutas de la estación, o con la inauguración feliz de las etapas más cálidas del año. Y es que, en estos tiempos cibernéticos, podemos vivir varias estaciones en una misma semana: basta que nos acerquemos a un supermercado o frutería gourmet para encontrar frutos que son de temporada, sí… pero en algún país del Océano Índico. O basta con que tomemos un vuelo transatlántico para que salgamos del invierno rumbo a un verano húmedo y cálido donde nos sobra a raudales el chaquetón acolchado que llevábamos puesto. El nagori, como suele pasar con los acertados términos que nos llegan de Japón, es una invitación a detenernos y a pensar en cómo eran las cosas antes de las tecnologías que nos permiten vivir en varias latitudes a la vez, al menos en lo que respecta a la alimentación. Es paradójico que el término venga de un país tecnológicamente puntero, pero quizá ahí radica el encanto de Japón, en sus contrastes abruptos entre tradición e hipermodernidad.

En unos cuantos días empezarán a llegar las frutas y hortalizas de primavera a nuestros mercados. Yo me voy a comer hoy mismo una mandarina y las últimas alcachofas, ya resecas y con sus molestos pelillos interiores, para entender que dejo atrás este invierno al que no querría volver. Mi nagori va a ser celebratorio.

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