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Recep Tayyip Erdogan: un socio sospechoso

Este islamista moderado, que fue alcalde de Estambul y fundador del partido Justicia y Desarrollo, es un político ambiguo, de doble cara, capaz de chantajear a la UE

Recep Tayyip Erdogan: un socio sospechoso

Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía | Europa Press

Entre los supuestos triunfadores de la pasada cumbre de la OTAN figura él. Al menos así lo ha señalado la prensa turca sobre su presidente, Recep Tayyip Erdogan (Estambul, 1954), a quien Joe Biden y el secretario general de la Alianza Atlántica felicitaron por levantar el veto al ingreso de Suecia y Finlandia en la organización occidental de defensa. Turquía critica que los dos países den cobijo a refugiados kurdos y que Suecia no le venda armas debido a la violación de derechos humanos en el país del Bósforo.

La guerra en Ucrania es lo que ha precipitado la adhesión y que los líderes occidentales, empezando por el presidente de EEUU, no hayan escatimado elogios para con Erdogan pese a la falta de libertad de expresión que existe en Turquía, donde sus cárceles albergan a cerca de 12.000 presos políticos, según Amnistía Internacional. No deja de resultar cínica la postura atlantista. Mejor tener dentro que fuera a la nación euroasiática. Y eso que siempre ha dado quebraderos de cabeza a los aliados por sus conflictos con Grecia ligados a la parte norte de Chipre y a las islas del mar Egeo, su ambigüedad con Rusia y su intervención militar en el norte de Siria para acabar con las milicias separatistas kurdas.

Turquía es socio fundador de la OTAN y el segundo con más soldados después de EEUU. No hace mucho, medio centenar de congresistas estadounidenses enviaron una carta a Biden pidiéndole que no vendiera a Erdogan una veintena de aviones de combate F-16 debido a las graves violaciones de derechos humanos cometidas por su Gobierno. Todo eso, al parecer, va a cambiar en vista de las buenas palabras que tuvo el inquilino de la Casa Blanca con el líder turco en Madrid tras levantar éste el veto a suecos y finlandeses en la víspera de la cumbre.

Biden dará el visto bueno al contrato. Sus relaciones con Washington pasan en ocasiones por momentos de inestabilidad como cuando se negó en la guerra de Irak que soldados estadounidenses pisaran suelo turco o cuando se deja querer por Rusia. Ahora, sin embargo, ha denunciado la invasión de Ucrania y cerrado el tráfico a todo barco ruso en aguas del estrecho del Bósforo. Erdogan entregó el día antes de la cumbre de Madrid a sus homólogos nórdicos una lista de más de 70 refugiados para ser
extraditados
. Avisó que si no hay entrega su país seguirá bloqueando la incorporación de Suecia y Finlandia. El Gobierno sueco tendrá que hacer un encaje de bolillos y reformar su ley de extradición.

Parece improbable que Erdogan cambie de idea y se eche atrás, pero con él todo resulta imprevisible. Este islamista moderado, que fue alcalde de Estambul y fundador en 2001 del partido Justicia y Desarrollo, una máquina ganadora de elecciones, es un político ambiguo, de doble cara, que trata de sacar provecho de la ubicación geoestratégica de su país y chantajear si se tercia a la UE, como ha ocurrido en el caso del flujo masivo de refugiados sirios a través de Turquía que desbordó a Alemania. Erdogan obtuvo de Bruselas 3.000 millones de euros para contenerlos, pero protesta porque, según asegura, no ha recibido siquiera la mitad de la suma comprometida.

Después del fallido intento de golpe militar en julio de 2016 mientras él se encontraba de vacaciones, se acercó a Putin y acordó la compra de misiles de defensa rusos. Erdogan dijo entonces que detrás de la rebelión estaba su antiguo amigo el clérigo Fathuliah Golen, que se encuentra refugiado desde hace tiempo en EEUU y para el que Ankara ha solicitado la extradición. A Washington no le gustó nada que el dirigente turco decidiera después de la intentona golpista, saldada con dos centenares de muertos, hacer negocios con Putin.

La asonada fue el punto de inflexión en la conducta de Erdogan. Encarceló a miles de militares, políticos prokurdos, jueces, fiscales, profesores universitarios y periodistas. Y es dos años después cuando sometió a referéndum una reforma constitucional que otorga máximos poderes al presidente de la República por encima del Gobierno y del Parlamento. Él es presidente desde 2013 pero su poder desde la consulta es inmenso.

La llegada de Tayyip Erdogan a la jefatura de gobierno en 2003 despertó gran interés en la Unión Europea. Bruselas acogió con atención su deseo de dar el empujón definitivo para que su país entrara en el club comunitario. Ankara había solicitado por primera vez la adhesión en 1959. Erdogan obtuvo un gran triunfo al comienzo del presente siglo cuando la UE dio luz verde al inicio de negociaciones, que pronto encallaron con la llegada de nuevos gobiernos en Francia y Alemania.

Turquía había empezado a hacer reformas políticas exigidas para su entrada en el club comunitario. Promulgó la libertad religiosa, la independencia del poder judicial y decretó la abolición de la pena de muerte. Pero eso no bastaba para Bruselas. Actualmente el presidente, en sintonía con lo que gran parte de la población sostiene, se debate si llevar en su programa para las elecciones de dentro de un año la reinstauración de la pena capital.

En el terreno de la hipótesis, el eventual ingreso de Turquía en la UE reportaría bastantes problemas, entre otros porque se
convertiría, por razones demográficas, en el mayor país con representación europarlamentaria, algo que Berlín y París jamás
aceptarían. Los principales valedores de los turcos eran el Reino Unido antes del Brexit y desde fuera EEUU. España lo fue en su
momento basándose en esa idea tan peregrina que lanzó Rodríguez Zapatero, la Alianza de Civilizaciones en la que participaban los turcos y que se difuminó sin que se supiera nunca a qué sirvió. En cambio, la pertenencia de Turquía a la UE permitiría a Europa tener mayor influencia en Oriente Próximo.

En cualquier caso, se determinó que Ankara nunca sería miembro de pleno derecho, sino que quedaría como asociado. Eso creó gran frustración en Ankara. El sueño europeo está aparcado en estos momentos. Los sectores más nacionalistas turcos no se identifican con Erdogan. Sostienen que la UE tiene dos varas de medir con Turquía, que hay un prejuicio islamofóbico y que no se colabora del todo para acabar con el terrorismo kurdo. En la lucha contra el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) y su célula armada en el norte de Siria las autoridades turcas piensan que la Unión podría ayudar más para acabar con esos grupos. El líder del PKK, Abdulá Ocalan, lleva veinte años en prisión sin que se hayan resuelto las reivindicaciones separatistas kurdas.

Erdogan y su partido están en crisis, seguramente por la fatiga que significa tener interrumpidamente el poder desde hace casi
dos décadas. La represión política ha hecho mella en su prestigio hoy casi desvanecido. La población no es muy proatlantista. Una reciente encuesta reveló que el 48% de los encuestados opinaba que la OTAN y EEUU son en buena parte responsables de la actitud de Putin en Ucrania. A todo ello hay que sumar el grave deterioro de la economía con la libra, la moneda turca, hundida y
la inflación disparada a por encima del 70%. A Erdogan se le observa cansado y escéptico. Puede que esté llegando su final
político en medio de una creciente islamización del país.

Parte del Ejército, que históricamente ha sido siempre el eje primordial para la estabilidad del país, ha comenzado a no respaldarle. Y algunos jefes y oficiales, el grupo de los llamados euroasiáticos, consideran que Turquía debería acercarse más a Rusia y China que seguir en la Alianza Atlántica. Es decir, justo lo contrario de lo que el máximo dirigente suscribió en Madrid con el nuevo concepto estratégico de la organización. Claro que a lo mejor ni él mismo se lo creyó cuando estampó la firma en el documento de una veintena de páginas.

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