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Elon Musk tiene problemas de todo tipo pero el que peor lleva es el de los ecologistas radicales

Los vecinos de la Gigafactoría de Berlín se muestran reticentes ante las futuras ampliaciones previstas

Elon Musk tiene problemas de todo tipo pero el que peor lleva es el de los ecologistas radicales

Imagen de Elon Musk.

Elon Musk no gana para disgustos. Vende menos coches que el año pasado, jueces estadounidenses le piden explicaciones sobre su conducción autónoma, se le acusa de fraude bursátil, ha despedido al 10% de su plantilla, y hasta tiene jaleo con unos hindúes que usan su nombre para unas baterías. Sin embargo, su peor dolor de cabeza se lo están proporcionando que menos se esperaba: los ecologistas.

Nadie dijo que la vida del hombre más rico del mundo fuese fácil. Aquel que acumule cantidades dinerarias multimillonarias suele tener sus propios problemas, y en el caso del sudafricano, pasaron de ser una montaña de ellos a cordillera. La cara visible de la marca de coches eléctricos Tesla está más pálida que nunca y la fuente de disgustos viene justo de aquellos que defienden lo que él abandera, lo medioambiental.

Ecologismo sí, pero no cualquiera

Los ecologistas son necesarios; lo que resulta con frecuencia innecesarias son sus acciones. No solucionan nada, molestan a gente, rompen las rutinas de negocios y sus empleados, o hasta causan costosos daños a propiedades ajenas. En Inglaterra han cortado calles céntricas, rociado con pintura el escaparate de concesionarios de Aston Martin, o tirado sopa de tomate a cuadros de Van Gogh en la National Gallery de Londres. La semana pasada otro grupo ha puesto perdidos de pintura coches de la marca Audi y Porsche en un concesionario de Berna, Austria. Han logrado llamar la atención, pero han conseguido irritar a gente que no les ha hecho nada y nada ha cambiado a su alrededor.

La escena más risible en este sentido la protagonizaron nueve activistas que en 2022 se pegaron al suelo del museo de Porsche en Alemania. Los empleados entendieron sus deseos, y allí les dejaron… hasta que se dieron cuenta de que por la noche hacía frío, pasaban hambre y necesitaban ir al baño. A los dos días se liberaron y acto seguido fueron detenidos por la policía. Pero la guerra de los medioambientalistas alemanes se está concentrado contra Tesla, y está yendo más allá.

A primeros de marzo, una torre de suministro eléctrico ardió, lo que desencadenó un apagón que afectó a la factoría de la marca de coches cercana a Berlín. La factoría quedó parada durante casi una semana, lo que provocó pérdidas, pero también afectó a unas cuantas localidades aledañas. La policía de Brandenburgo inició una investigación en la que llegó, sin mucha dificultad, a una conclusión clara: el incendio había sido provocado.

De acuerdo con datos del Ministerio regional de Interior, unos desconocidos habían prendido fuego a la torre de alta tensión ubicada en un campo sin vallado antes del amanecer de aquel 5 de marzo. El presidente regional de la zona, el socialdemócrata Dietmar Woidke, condenó el hecho al que calificó de terrorista, por ser «un grave ataque contra nuestras infraestructuras críticas con consecuencias para miles de personas y muchas pequeñas y grandes empresas de nuestro Estado».

Elon Musk tampoco se quedó callado, y tildó a los responsables de ser «los ecoterroristas más tontos del mundo», por fijarse en una marca que defiende los valores medioambientales, como son los coches de Tesla. Miembros anónimos del colectivo Vulkan —así se autodenominan—, reivindicaron su acción a través de una carta en la que se atribuían el incendio, y tildaron a Musk de ser un «tecnofascista al que habría que detener porque estaría planeando un ataque tecnológico totalitario contra la población mundial». Tras frases como esta, los de Vulkan criticaron al capitalismo, la explotación de los trabajadores, la destrucción del medioambiente, hablan de la tecnología de vigilancia moderna, y desean al empresario que emprenda la huida, en el mejor de los casos, a Marte. Literalmente.

Estos son los más radicales, aunque no son los únicos. Otro grupo paralelo, que dicen no tener nada que ver pero se casan con la idea troncal, ha instalado un campamento de protesta en un bosque cercano a la citada factoría. Se quejan de la futura ampliación de la única fábrica en Europa de la firma, y se han hecho cabañas rudimentarias en los árboles que entienden que acabarán talados. La iniciativa, denominada Tesla Stop, reúne allí a un centenar de activistas.

Una de las quejas de Tesla Stop reside en que el emplazamiento elegido está situado en una zona de protección hidrológica. Hace meses hicieron una encuesta en la localidad vecina, Grünheide, y los 9.200 habitantes se mostraron en su mayoría contrarios a los planes de ampliación. De ellos, 3.499 se manifestaron en contra frente a 1.882 a favor. De dicha ampliación depende que la producción pueda duplicarse en unos años, y pasar de los 500.000 al millón de coches al año, en una instalación que da trabajo a algo más de 12.000 trabajadores.

Un poblado en los árboles

Los manifestantes del bosque, controlados en la distancia por vigilantes que patrullan la zona desde un coche negro de la marca, se deslindan de los más radicales. Afirman no tener nada que ver con los incendiarios. Tienen una serie de razonamientos para apoyar su protesta, que desde que se anunció la llegada de la fábrica en 2019, se han concentrado en su impacto sobre los suministros de agua locales. Construir un coche Tesla requiere miles de litros de agua, y la fábrica de Grünheide tiene licencia para utilizar 1,4 millones de metros cúbicos al año, una cifra similar a las necesidades propias de una gran ciudad. En cálculos del grupo, esta es la zona menos dotada en ese recurso de toda Alemania.

No solo preocupa que agoten las reservas locales de agua, sino también la posibilidad de que contaminen las existentes. Tesla, afirman, es también una fábrica de productos químicos en la que se utilizan pinturas y disolventes, y existe peligro de que acaben contaminando las aguas subterráneas. No hablan por hablar, porque esto ya ha ocurrido antes. En 2019, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, multó a Tesla por verter residuos peligrosos en su planta de California.

Así cerraron las nucleares

Algunos de los activistas participaron hace años en la lucha contra las centrales nucleares, lo que llevó al país a prescindir de este tipo de energía. Si acaban teniendo éxito, ¿acabarán con los coches eléctricos? Para ellos, la fábrica de Tesla y sus coches no son más que un subproducto del llamado capitalismo verde, un complot de las empresas para parecer respetuosas con el medioambiente con el fin de convencer a los consumidores de que sigan comprando más cosas.

Creen que Tesla es un símbolo de cómo la transición ecológica salió mal, y entienden que es más de lo mismo: el beneficio privado contra las necesidades del medioambiente y la población local. Por ello, son el blanco favorito de los que defienden esta postura, que no encuentra reflejo en otras fábricas de coches de otras marcas.

Los ecologistas no quieren más fábricas de coches distintos; no quieren sustituir los coches que funcionan con combustibles fósiles por otros eléctricos, sino cambiarlo todo. Afirman que «la transición ecológica está siendo secuestrada con fines lucrativos, y empresas como Tesla están ahí para salvar la industria automovilística, no para salvar el clima». Desean ver más transporte público, bicicletas, y movilidad alternativa, pero esto choca con el mercado, sus deseos, los intereses industriales y empresariales, políticos, etc.

Protestas sí, daños no

Los lugareños, por su parte, no admiten de buena gana las pegas que lleva aparejadas la fábrica, pero tampoco simpatizan con las jugadas más espectaculares y dañinas de los ecologistas radicales. No es fácil ponerlos a todos de acuerdo, y es una corriente que supone un quebradero de cabeza más para Elon Musk, un tipo cuya vida es tan agitada, que dormiría toda la noche como un recién nacido en una montaña rusa.

Por cierto, se tomó la molestia de insultar en alemán a los que pegaron fuego a la torre eléctrica. A través de Twitter, esa red de su propiedad a la que se empeña en llamar X, les llamó en perfecto alemán extrem dumm, que significa extremadamente estúpidos. Elon nunca se corta, así que los ecologistas, con razón o sin ella, también van a estar entretenidos.

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