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Opinión

Bots y maquilas: una historia real de acoso

«Espero que cuando acabe este largo artículo entiendan ustedes por qué quería morirme, por qué pensaba en matarme»

Bots y maquilas: una historia real de acoso

La secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género, Ángela Rodríguez 'Pam', y la ministra de Igualdad, Irene Montero. | Europa Press

Yo fui objeto de una caza. Whistleblowers, nos llaman en inglés: los que advertimos desde dentro. Las cazas se organizan usando lo que se ha dado en llamar nidos de bots, un grupo de cuentas que están manejadas por una o muy pocas personas a las que se les llama maquilas. A veces es una persona, a veces son tres.

Muchas veces operan desde México. Le paga usted 300 euros a Emerenciano, y Emerenciano usa un programa informático para intoxicar a través de Twitter. Echa mano de un algoritmo de inteligencia artificial que va creando frases aleatoriamente a partir de unas cuantas instrucciones: Lucía es una tránsfoba, Lucía es una plagiadora, Lucía está enferma de odio. Así, cada día había dos mil, tres mil, cuatro mil mensajes contra mí (o contra cualquiera que fuera objeto de caza). Últimamente la ratio ha disminuido porque Elon Musk ha cortado muchos nidos de bots.

Escenas de mi vida privada

Primera escena. Narrada en un libro (Lo hago por mí, está en Amazon). En octubre del 2022 llevaba ya dos años sufriendo acoso. En mi casa había un arsenal de morfina que le habían recetado a mi madre por los dolores. No solo había morfina. Había otros psicofármacos. Precisamente gracias a la carrera de Psicología -en la que se estudia mucho sobre psicobiología y farmacología- tengo los suficientes conocimientos como para saber cómo mezclar un cóctel letal. Estaba absolutamente convencida de que iba a hacerlo. En aquel momento experimenté un episodio de disociación. Me dividí en dos. Fue como mi personalidad cuerda tomara el control de mi cuerpo y le dijera a la persona enferma que estaba haciendo una locura. La cuerda llamó a un amigo que inmediatamente se presentó en casa para sacarme de allí.

Espero que cuando acabe este largo artículo entiendan ustedes por qué quería morirme, por qué pensaba en matarme.

Otra escena, narrada en otro libro (Por qué el amor nos duele tanto). Yo vivía con un hombre que llegó aquella noche completamente puesto. Me despertó. El olor acre del alcohol mareaba. Le pedí que por favor se fuera a dormir a la otra habitación. Sin mediar palabra, saltó como impulsado por un resorte e intentó abofetearme. Salí corriendo a la cocina y cogí un cuchillo. Le dije que si volvía a intentar pegarme le mataría. Se abalanzó sobre mí y me rompió el dedo. Fui al hospital, pero cuando me preguntaron quién me había roto el dedo no me atreví a denunciar. Fui sola, a las cuatro de la mañana. Me pusieron una inyección para el dolor. Me presenté de mi casa de un amigo gay. Él me convenció de que nosotros dos teníamos una interacción tóxica y que aquello no se llamaba maltrato. Que mi pareja le había llamado y que le había dicho que me había roto el dedo porque yo había intentado matarle.

Ay, la fratria, la solidaridad entre hombres. Cuando fui a una psicóloga me hizo notar que mi dedo roto estaba en la mano izquierda. Yo soy diestra. Es decir, él no me había roto el dedo intentando quitarme un cuchillo, porque yo no habría cogido el cuchillo con la mano izquierda.

Si aguanté mucho tiempo con aquel hombre era porque constantemente me estaba diciendo que nadie me iba a querer como él y que la vida sin él iba a ser insoportable. Me venía a decir de todos los modos y maneras que yo no sabía organizarme sola y que no podía vivir sola. Que yo no sabía hacer cosas tan simples como reservar un vuelo o hacer mi declaración de la renta. Y es verdad que no sabía. Los vuelos los reservaba siempre él y la declaración de la renta me la hacía el gestor. Me venía a decir que la vida allí fuera, sin él, era mucho peor que lo que me podía pasar dentro, dentro de mi casa, viviendo con él, en ese nido de amor tóxico en el que él me podía romper un dedo solo porque había llegado más puesto que Las Grecas. Guarden las dos escenas en la cabeza.

Mi caza

Yo creo que sufrí la caza más cruel y sistemática de todas, aunque supongo que esto lo creo yo, pero que mucha gente se adjudicaría esta medalla. No he sido la única en sufrir una caza, por supuesto. La mía lleva durando desde el 2019 y aún se mantiene (aunque, como ya he dicho, desde que Elon Musk ha eliminado nidos las cazas ya no son tan virulentas).

Desde 2019 llevo advirtiendo de lo que la gente ya sabe que ha pasado: que iban a entrar violadores en cánceres femeninas (ya ha sucedido), que proporcionar bloqueadores de pubertad y hormonas a niños prepúberes es peligroso, acarrea una serie de consecuencias irreversibles, que puede llegar a causar la muerte (ya sucede); que esta ley acaba con el deporte femenino (ya está pasando); que la ley llevaba incluida una ley mordaza que te amenaza con multas si dices lo que ven tus ojos.

En fin, a mí me empezaron a perseguir solo porque advertí de las consecuencias de una ley que entonces todavía estaba en borrador. Y es que compañeras que trabajaban en el Ministerio de Igualdad habían tenido acceso al borrador y avisaron a personalidades y a organizaciones feministas. Yo fui una de las que recibió el aviso.

Yo simplemente conté en redes sociales lo que estaba pasando. Me limité a dar datos y no opiniones. Datos de lo que estaba pasando en la Canadá de Trudeau, cuya ley trans, la Bill 16, fue la inspiradora de la ley trans de Montero. Prácticamente la tradujeron tal cual, con algunos párrafos copiados de la legislación argentina.

Lo siguiente fue…

En un acto de COGAM me dieron el premio a tránsfoba del año e incitaron a tirarme un ladrillo mientras se oían gritos de «terfa» y «plagiadora». Esta asociación apesebrada se paga con mis impuestos, porque Cogam depende en un 66% del dinero de las arcas públicas. En 2018, por ejemplo, recibió 480.280,37 euros en subvenciones. Un video muestra cómo Irene Montero y Carla Antonelli aplaudían enfervorizadas entre risas mientras me insultaban. Si eso es sororidad, y si ésa es la actitud que debe mostrar una Ministra ¡de Igualdad!, yo soy Charlize Theron.

En redes sociales se me acusó de acosar a menores. Uno de los que insistía en que yo acosaba a menores es profesor de la Universidad Pablo de Olavide. Cuando escribí al rector de dicha universidad, militantes socialista e hijo de un alto cargo socialista histórico de la Junta de Andalucía rogándole que por favor hiciera valer su cargo para frenar esa campaña de difamación y desprestigio, no recibí otra respuesta que un tuit por parte del profesor. Que decía algo así como «si intentas que pierda el cargo que sepas que ahora me han hecho fijo». No decía claramente mi nombre, pero estaba claro a quién se refería.

En aquellos momentos yo estaba inmersa en una negociación para venderle una serie a una gran plataforma. La negociación se frenó abruptamente después de haber entregado la biblia (es decir, el documento de 80 páginas resumiendo los seis primeros capítulos) y el primer capítulo, elaborados tras un trabajo de más de un año realizado con otras dos guionistas. En petit comité alguien de la plataforma me pidió disculpas y me explicó que la plataforma no podía contratar a alguien con mis ideas. No se podía contratar a una tránsfoba. No eran «mis ideas». Repito que yo nunca emití opiniones. Me limité a exponer datos.

Tuve que personarme en un juicio porque alguien había presentado una denuncia contra mí por acoso de menores. Me absolvieron, por supuesto. Lo curioso es que la denuncia se había presentado acompañada de un informe adjunto, emitido por los servicios sociales del Ayuntamiento de Mairena del Alcor. Un informe que se aportaba sin pruebas ni test. Un informe que hablaba de una niña a la que esos profesionales no habían visto nunca (la madre de la criatura se quedó espantada cuando vio que se mencionaba el nombre y los apellidos de su hija en un informe que corrió por media Andalucía).

El padre de otro niño sobre el que el informe hablaba tampoco había sido avisado por los servicios sociales de Mairena del Alcor, ni tenía ni idea de que se iba a usar a su hijo para atacarme a mí. A día de hoy el Ayuntamiento de Mairena del Alcor nunca me ha dado explicaciones sobre ese extraño informe que, para colmo, iba firmado por varias personas, tres de entre las cuales no eran profesionales ni de la salud mental ni del trabajo social. Puesto que ahora el color del Ayuntamiento ha cambiado y el alcalde es del PP, me gustaría que alguien de Mairena del Alcor le hiciera llegar este artículo, a ver si se pone en contacto conmigo. Nunca se sabe.

Se me acusó de plagio en medios afines a Pablo Iglesias. Se llegó a abrir un crowdfunding para sufragar la presunta demanda por plagio que me iban a interponer. Quien abrió ese crowdfunding era -y es aún, que yo sepa- la novia de Elsa Ruiz, entonces amiguísima de Irene Montero y que se sacaba fotos con ella. El dinero recaudado en el tal crowdfunding nadie sabe dónde ha ido a parar, porque la demanda, querella, o denuncia, o lo que fuera, nunca existió.

La acusación de plagio fue tan brutal que incluso cuando fui al programa de Risto Mejide él estaba absolutamente convencido de que yo había plagiado, pese a que no existía ni siquiera una demanda, querella, denuncia o similar. Nada. Pero esa acusación me supuso que mi libro fuera retirado de librerías. Nadie imagina lo que es para una escritora que te acusen de plagio porque ya no puedes volver a publicar. Se cortaron de raíz todas las invitaciones a charlas y debates, retiraron mis libros de librerías. La mancha queda. Hay que decir que yo no he recibido una subvención en mi vida ni he optado a cargo institucional de tipo alguno y que de repente me vi en un problema muy serio, porque yo vivo de mi trabajo, no del erario público.

De nuevo, desde la maquila integrada presuntamente por tres personas (presuntamente, siempre tengo que decir presuntamente, porque el tema está judicializado), se movió el rumor de que había plagiado un artículo. No importó que la profesional a la que supuestamente yo había plagiado, una psicóloga americana, escribiera un mail aclarando que la clasificación que yo había utilizado era de uso común y que por lo tanto no había ningún plagio. Fui Trending Topic durante tres días, me llamaban plagiadora sin parar. Cuentas y cuentas movidas desde la maquila esparciendo el rumor.

Los que empezaron a mover esta acusación fueron tres personas que a su vez , presuntamente, (recuerden que debo escribir presuntamente) movían un nido de bots. En mi caso la maquila estaba organizada presuntamente (y he de decir presuntamente, lamento repetirme tanto) por la hermana de la entonces portavoz de Más Madrid en Móstoles, hoy segunda en la lista de Más Madrid por Getafe, el susodicho profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, la ya citada novia de la íntima amiga de Irene Montero. Íntima amiga con la que Irene se sacaba fotos. A día de hoy parece que están peleadas, pero Irene también se ha peleado con Yolanda, que fue su amiga del alma… No le duran mucho a Irene las amigas, quizás.

Y digo presuntamente, y repito sin parar lo de presuntamente, porque este caso está judicializado y aún no se ha emitido sentencia. Pero sí que demandé, y la demanda fue aceptada. Tanto el Ministerio Fiscal como la policía habían aportado pruebas de que estas tres personas fueron las que movieron las falsas acusaciones de plagio y de acoso de menores. Le queda al juez decidir. Fue la hermana de la representante de Más Madrid Getafe la que presentó una denuncia por acoso que iba acompañada de un informe a todas luces falso (También he denunciado, por cierto, a Servicios Sociales del Ayuntamiento de Mairena del Alcor).

Last but not least: cuando escribí a Ana Gonzalez Mariscal, de Más Madrid y le dije que su hermana me acusaba de plagio y de acoso de menores, cuando le conté que su hermana había presentado una denuncia con un informe falso, lo que recibí fue un mensaje en el que me decía que apoyaba a su hermana. Apoyó una campaña de difamación (tengo su mensaje guardado) y apoyó una denuncia en falso sustentada por un informe a todas luces falso. Mi sospecha personal es que no solo lo apoyaba sino que lo promovía. Pero repito, es una sospecha personal. Una sospecha fundada en el hecho de que, oiga, mire, qué casualidad, esa campaña coincidió con varios tuits no muy agradables que me dedicó su jefe Errejón.

Como trabajadora autónoma que soy, yo pago una cuota abusiva cada mes, aunque haya meses que no llegue a facturar ni seiscientos euros. Si facturo mil, tengo que pagar 230. ¿Saben ustedes la gracia que me hace cuando me dicen que con mis impuestos se hace magia? Porque yo veo que la tal magia radica en subvencionar a asociaciones y a personas que se dedican a hundirme la vida. Hundírmela a mí y a mis compañeras.

Ningún medio de comunicación se hizo eco de esta demanda, pero casualmente varios medios de comunicación se hicieron eco de la falsa acusación de plagio. De nuevo, qué casualidad. Qué casualidad más grande. Mi vida profesional estaba arruinada, pero no solo eso.

Se había movido que yo acosaba a menores y que era una tránsfoba. Mis propios amigos lo creían. Muchos de ellos dejaron de dirigirme la palabra. Para colmo de males, vivo en Lavapiés, en un barrio tomado por Más Madrid y Podemos. Un barrio con 80 casas ocupadas, un barrio con una librería transactivista. El único barrio en Madrid en el que Más Madrid se ha hecho fuerte, el barrio en que vive Errejón (en un ático que cuesta un ojo de la cara y parte del otro, por cierto). No es que yo viva en el barrio de Salamanca y cuente con seguridad privada (que, obviamente, no puedo pagar).

Sufrí varios ataques en la calle. Ya no puedo salir por los bares de mi barrio porque la última vez que lo hice a la salida un grupo empezó a gritar «terfa, terfa» y tuvimos que salir mis amigas y yo por patas.

No podía más. No tenía trabajo, había perdido mi prestigio, mi madre había fallecido, no podía salir a la calle, me llamaban acosadora de menores, debía dinero al abogado… Y en aquel momento la hermana de la candidata de Más Madrid, esa a la que la candidata tanto defendía, publicó un tuit que decía que cómo me hacía tanto la víctima desde que había muerto mi madre, si al fin y al cabo yo no me había ocupado de ella y la había dejado morir en una residencia (mi madre vivía en una residencia porque padecía una enfermedad neurodegenerativa).

Ahora entienden ustedes por qué estuve a punto de suicidarme. Había perdido a mi madre, y desde aquella pérdida, sentía que lo había perdido todo. Trabajo, amigos, prestigio, madre, vida social, futuro.

Guardo en la cabeza una frase que me dijo el psiquiatra en tono irónico pero que contiene mucha verdad: deberías aferrarte a la vida, aunque solo fuera para no darles la satisfacción de creer que han acabado contigo. Porque lo cierto es que cuando te quitan todo te acaban quitándote también el miedo. Porque cuando todo se ha perdido, todo queda por ganar.

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