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Opinión

‘Grand Prix’ arrasa en La 1 porque somos de pueblo

«Los espectadores ha compartido imágenes viendo el concurso con las sillas en la calle como si fuera un cine de verano»

‘Grand Prix’ arrasa en La 1 porque somos de pueblo

Momento de Grand Prix.

Durante años, los espectadores han pedido el regreso del Grand Prix, uno de lo formatos de más éxito de la televisión de los años 90, para revivir la nostalgia pero también para encontrar un oasis de diversión en ese páramo que era la oferta de repeticiones y saldos con la que la TVE, como las cadenas privadas, cubría normalmente el expediente estival. Ramón García, la vaquilla y la lucha entre los pueblos de España conformaban un cóctel salpicado de locas pruebas físicas en un gran plató.

Hoy, Ramón luce canas y más desparpajo fruto de su valiosa experiencia acumulada en años ante las cámaras, y la vaquilla ha desaparecido por mor de la Ley de Bienestar Animal, reconvertida en mascota, eso sí, con la misma tarea de entorpecer las pruebas. La guerra de la España vaciada permanece tal cual, lo que da al programa un tinte casi épico al tiempo que lo dota de un casting naturalista que se agradece.

Porque en el concurso hay famosos, cómo no, en plan padrinos, pero quienes realmente se juegan el pellejo son los vecinos, ya saben, «los que eligen al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde», es decir, que todos manden y todos ganen. En estos tiempos en que solo vemos a gente famosa por salir en un reality, por haberse liado con un torero o haberse quedado embarazada de Bertín Osborne, ver hombres y mujeres normales y corrientes con quienes identificarse porque son como nosotros, como nuestros vecinos, es algo que se agradece.

Hay, cómo no, un elemento de nostalgia que funciona de manera transversal. Los niños que veían el programa con sus padres y abuelos lo ven ahora con sus hijos y nietos, compartiendo la diversión de manera intergeneracional. Ramón García de la vieja escuela, la mejor, es decir, sin imposturas, con una naturalidad que conecta con todos los espectadores. La presencia de Cristinini, una streamer, es un gancho de cara a las nuevas generaciones, tan pendientes del móvil como de las pruebas de plató.

Los niños son un público potencial importante. Y el programa los ha tenido en cuenta con la presencia de Wilbur, el acróbata que explica, de manera tan loca como llamativa, cada uno de los juegos. Al pobre Wilbur lo destrozan en las redes, provoca mucho hate y no se lo merece: hay que entender que es un personaje de Barrio Sésamo metido en un delirio de Alicia en el país de las maravillas.

Han desaparecido las bailarinas escotadas y las coreografías sospechosamente machistas. Y el tono del programa se ha adaptado a los tiempos que corren: fue muy comentada la pregunta de Ramón García a uno de los concursantes cuando le propuso que mandara un mensaje a su novia o a su novio. Lo relevante no fue que le preguntara «¿Tienes novio?» al mozo que sonreía a su lado, lo importante como reflejo de cómo ha cambiado el país es que el muchacho, sin inmutarse, respondía «Tampoco» con pasmosa naturalidad, sin temer al qué dirá su familia, o en el pueblo, porque la pregunta forma parte de una realidad sociológica que demuestra que España, y esos pueblos que la conforman, son mucho más modernos e inclusivos de lo que pensamos.

Grand Prix mantiene pruebas clásicas como Los Bolos, la Patata Caliente, los Troncos Locos y estrena Escala como puedas, PerritoPiloto, Abejas a lo loco o Kymonos. Y si la vaquilla nos parece poco, nos meten un dinosaurio. En dos emisiones, La 1 ha arrasado con audiencias alrededor del 25%. Una barbaridad de otro tiempo.

En las redes, los espectadores han compartido imágenes viendo el concurso ‘a la fresca’, con las sillas en la calle como si fuera un cine de verano. Tiene su lógica. Los españoles somos de pueblo. Todavía. Muchos tenemos el pueblo de los abuelos o el de los padres, al que íbamos de pequeños en verano a vivir aventuras asilvestradas. Pueblos con río, con montaña, con playa. Pueblos rodeados de bosques, cañaverales, arenales. Tumbarse en el campo a ver estrellas fugaces, el olor de los pinos, salir a cazar chicharras, correr perseguido por las avispas… ¿Quién no tiene recuerdos del pueblo? El sabor de los huevos fritos con chorizo, comer los higos sentado en la rama de la higuera, despertar con el canto del gallo. Si no tiene pueblo al que volver con los recuerdos, vaya buscando uno. Aunque sea en el Grand Prix.

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