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Enfoque global

España necesita una nueva estrategia de seguridad

«La invasión rusa de Ucrania ha hecho saltar por los aires todo el sistema de seguridad europea»

España necesita una nueva estrategia de seguridad

Militares. | EP

El mundo está cambiando a una velocidad vertiginosa. La invasión rusa de Ucrania ha hecho saltar por los aires todo el sistema de seguridad europea. El escenario de una guerra con Rusia, impensable hasta hace poco, comienza a ser una hipótesis plausible para muchos estados mayores europeos. El conflicto en Oriente Medio está poniendo en riesgo las vías de comunicación marítimas entre Asia y Europa y amenaza con una escalada que pudiera llevar a una confrontación directa con Irán.

China es un actor global cada vez más fuerte y asertivo y está incrementando la presión militar sobre Taiwán. En África crece la inestabilidad política y se extiende el terrorismo yihadista y los conflictos locales. En Latinoamérica el crimen organizado está ganando el pulso a muchos estados y provocando una involución democrática. En Estados Unidos crece la polarización política ante el año electoral y cobran fuerza las tendencias aislacionistas. El gasto militar crece en todo el mundo, se potencian los arsenales nucleares y se multiplican las amenazas en los nuevos dominios cibernéticos, espaciales y cognitivos.

En este nuevo contexto estratégico, la mayoría de los países están abordando una revisión en profundidad de sus estrategias de seguridad nacional. España no debería tardar en abordar esa tarea. Nuestra estrategia vigente fue aprobada en 2021 y nació marcada por las consecuencias de la COVID-19 y el proceso de transición ecológica. Sin entrar a valorar el documento, es evidente que la agenda de seguridad ha cambiado por completo y hoy el debate gira en torno a cómo potenciar nuestras capacidades defensivas, como generar una defensa europea capaz de contener a Rusia, como mantener la Alianza Atlántica y cuáles son las nuevas amenazas a las que nos enfrentamos, especialmente en nuestro Flanco Sur.

Una potencia media con intereses globales

España es una potencia media con intereses globales. Somos una democracia aún relativamente joven, una potencia cultural incuestionable, una de las quince economías más desarrolladas del mundo, el segundo país como destino turístico, un socio relevante de la Alianza Atlántica y tenemos una posición geoestratégica privilegiada como puente entre tres continentes. En la Unión Europea somos la cuarta potencia por nuestra dimensión demográfica y económica. Somos punteros en algunos sectores, además del turístico, como el agroalimentario, la industria del automóvil, las infraestructuras y las energías renovables. Tenemos una de las mejores redes de comunicación de Europa en puertos, aeropuertos, ferrocarril de alta velocidad, autopistas y telecomunicaciones.

Hay también algunas sombras en este panorama. Nuestra tasa de paro es la más elevada de Europa, nuestro déficit público es excesivamente alto, nuestra tasa de fecundidad está entre las más bajas del mundo, tenemos una grave fuga de talento por la falta oportunidades para nuestros jóvenes, sufrimos graves tensiones territoriales, un deterioro de nuestro sistema educativo y una creciente polarización política que impide cualquier consenso y aboca a una crisis del sistema constitucional vigente desde 1978.

Padecemos también de una insignificancia estratégica crónica. Nuestra capacidad de influencia en el mundo está muy por debajo de la que por nuestra dimensión económica, cultural, demográfica e histórica nos correspondería. Nuestra capacidad para defender nuestros intereses estratégicos está muy debilitada por esta insignificancia. Esta debilidad estratégica tiene varias causas: la ausencia de un pensamiento estratégico propio, la debilidad de nuestra comunidad de seguridad y defensa, las limitaciones de nuestra diplomacia, la infradotación de nuestras fuerzas armadas y las carencias de nuestra inteligencia.
La falta de una cultura estratégica es la principal dificultad para desarrollar una política exterior, de seguridad y defensa a la altura de los desafíos a los que España se enfrenta en esta primera mitad del siglo XXI. El desinterés de nuestros líderes políticos por los asuntos estratégicos y por la política internacional en general hace que España no tenga definidos sus intereses nacionales y menos aún una estrategia para alcanzarlos. La debilidad de nuestras capacidades para actuar en el exterior hace además que cualquier estrategia esté condenada al fracaso si no se potencian.

Un mundo más inseguro

Hay un amplio consenso entre los analistas de las relaciones internacionales que nos encontramos en un cambio de época. Este cambio va a suponer una transformación profunda del sistema internacional con tres grandes tendencias: la transición desde un mundo unipolar globalizado a un mundo multipolar asimétrico, la evolución desde un orden mundial liberal basado en normas y en instituciones multilaterales a la emergencia de un sistema internacional de políticas de poder neorrealistas y, por último, el cambio desde una relativa estabilidad y cooperación internacional a una época de competencia entre grandes potencias, de confrontación en múltiples escenarios y, como vemos hoy en Ucrania u Oriente Medio, de guerras de alta intensidad. En todo caso, hay que destacar que nos encontramos en un momento de tránsito geoestratégico en el que impera la incertidumbre.
Todas estas tendencias en el sistema internacional conducen a una confrontación global entre las potencias autocráticas y revisionistas lideradas por China y las potencias democráticas que buscan mantener el orden liberal actual liderado por Estados Unidos. A diferencia de la Guerra Fría, no se trata de una confrontación que pretenda imponer un marco ideológico universal, como esencialmente de una competición por el poder. Especialmente en el campo de las denominadas potencias revisionistas (China, Rusia, Irán o Corea del Norte) el único nexo que las une es su deseo es acabar con la hegemonía de Estados Unidos, debilitar a Occidente y subvertir el actual orden mundial. En esa confrontación, algunas potencias regionales como India, Brasil, Turquía, Arabia Saudí o Sudáfrica, por poner solo algunos ejemplos, intentarán mantener el mayor nivel posible de independencia y tendrán posiciones ambivalentes apoyando a uno u otro bloque en función de las circunstancias y de sus propios intereses nacionales. Por su parte, los denominados países del Sur se encuentran cada vez más distanciados y críticos con Occidente.

¿Cuál debe ser la posición de España? En mi opinión, nuestro país debe estar plenamente alineado con el bloque occidental, lo que pasa esencialmente por una contribución más efectiva de nuestro país a la Alianza Atlántica, por ocupar una posición de liderazgo en la construcción europea y por potenciar nuestra relación bilateral con Estados Unidos. La decisión del Gobierno español de no participar en la operación «Guardian de la Seguridad», liderada por Estados Unidos en el Mar Rojo, ni en la operación Áspides puesta en marcha por la Unión Europea frente a las costas de Yemen, ponen en cuestión nuestro compromiso como aliado y va en contra de los intereses de España.

La Unión Europea es cada vez más consciente de la amenaza que supone el actual régimen ruso para su integridad territorial, su independencia y su seguridad. Europa ha tomado conciencia también de que su dependencia económica e industrial de China supone una vulnerabilidad estratégica inaceptable. Por último, la Unión percibe cada vez más claramente que Estados Unidos no tiene intención de seguir asumiendo en solitario el costes de la seguridad europea y que en el futuro tendremos que ser capaces de asumir la capacidad y la responsabilidad de defendernos a nosotros mismos. España, sin embargo, no es aun plenamente consciente de la dimensión de esas amenazas. Nuestra reacción al nuevo escenario estratégico está siendo lenta e incongruente.

Nuestros objetivos estratégicos

En España no hay una tradición de definir cuáles son nuestros intereses nacionales ni nuestros objetivos estratégicos. Nuestra estrategia de seguridad vigente es un buen ejercicio académico, pero falla a la hora de definir con precisión y claridad cuáles son esos intereses y esos objetivos. En mi opinión, España tiene cinco objetivos básicos sobre los que construir nuestra estrategia de seguridad: garantizar nuestra integridad territorial, nuestra soberanía nacional y nuestra independencia estratégica; contribuir a la seguridad de Europa y a la defensa de nuestros intereses comunes en el mundo; defender los valores occidentales y el fortalecimiento de la OTAN; contribuir a la paz y el desarrollo global y, por último, lograr la mayor proyección económica, cultural y estratégica de España en el mundo. Este mundo, en cambio, que nos ha tocado vivir debe ser visto como una oportunidad histórica que nos permita resituar a España en el escenario internacional.

Garantizar la integridad, soberanía e independencia

Defender la integridad territorial y la soberanía nacional es la primera obligación de todo Estado para garantizar su propia supervivencia. Este objetivo debe constituir, por tanto, la máxima prioridad de toda la acción del Estado, no solo de su acción exterior o de su política de defensa.

En relación con su integridad territorial, España debe tener tres objetivos concretos:

  • La defensa de la integridad de nuestro territorio, tal y como está definido en nuestra Constitución.
  • El ejercicio de nuestra soberanía plena y el control en las zonas económicas exclusivas de nuestro mar territorial.
  • La recuperación de la soberanía sobre Gibraltar.

Por otro lado, es fundamental garantizar nuestra independencia estratégica frente a terceros estados. España cumple los compromisos asumidos voluntariamente con la Unión Europea, con la OTAN o mediante tratados internacionales con otros países u organizaciones internacionales, pero en ningún caso su autonomía e independencia puede ser coartada o limitada por la amenaza o la acción de ningún otro actor internacional. Garantizar esa independencia debe ser un objetivo fundamental de nuestra estrategia de seguridad.

Esta defensa debe incluir los nuevos dominios cibernéticos y cognitivos. España es un objetivo crecientemente codiciado por los ciberataques provenientes de Rusia, China, Irán y Corea del Norte. Es también objeto de campañas de desinformación como la padecida durante la convocatoria de un referéndum ilegal en Cataluña y el intento posterior de ruptura del orden constitucional. Es preciso desarrollar las capacidades de detección, disuasión y respuesta necesarias para hacer frente a cualquier ataque o agresión física, cibernética o cognitiva a nuestro territorio, nuestra soberanía, nuestra independencia, nuestra economía o la seguridad de nuestros ciudadanos.

Por último, nuestra seguridad interior se enfrenta a la amenaza del terrorismo, del crimen organizado y de la ciberdelincuencia. Es fundamental desarrollar una estrategia eficaz de prevención de la radicalización que degenere en acciones violentas. España es además un nudo internacional del narcotráfico a escala global, especialmente de hachís y cocaína. Esto ha provocado una gran presencia de crimen organizado internacional en algunas zonas de nuestra geografía, lo que supone una amenaza estratégica para nuestra seguridad. Estas organizaciones criminales están diversificando su actividad a la trata de personas, el blanqueo de capitales y otras formas de criminalidad. Hay además el riesgo de corrupción del sistema político, económico y social, así como el control territorial de determinadas zonas. La lucha contra el crimen organizado debe resultar prioritaria en nuestra política de seguridad. Finalmente, el crecimiento exponencial de la ciberdelincuencia que prácticamente se ha duplicado en los últimos años, constituye otro desafío fundamental a nuestra seguridad.

La defensa de los valores occidentales

La OTAN sigue siendo hoy el pilar fundamental de la seguridad en Europa y, por tanto, de nuestra seguridad nacional. La Alianza Atlántica ha sido capaz de sobrevivir a su propio éxito en la Guerra Fría y va camino de convertirse en una organización centenaria. La guerra en Ucrania la ha revitalizado, ha devuelto además su sentido estratégico y la ha convertido en la única garantía de defensa frente a la amenaza de Rusia. La Cumbre de Madrid certificó el fortalecimiento y la ampliación de la Alianza, adaptándola al nuevo escenario estratégico con la aprobación de un nuevo Concepto y la incorporación ya culminada de Finlandia y Suecia.

Sin embargo, mirando al futuro, la Alianza afronta algunas incertidumbre y desafíos a los que es necesario dar respuesta. El Mundo actual es muy distinto al de 1949. Los valores que sustenta la Alianza Atlántica están en recesión en buena parte del mundo. China aspira a convertirse en la primera potencia económica y militar del mundo, desbancando a Estados Unidos de su liderazgo actual. En Washington ganan fuerza las posiciones aislacionistas. Europa mantendrá su decadencia demográfica y económica, al menos en términos relativos. El centro de gravedad estratégico se desplaza hacia Asia. Nuevos países accederán al arma nuclear. Surgen nuevas potencias regionales con mayor autonomía estratégica.

En el Concepto Estratégico aprobado en la Cumbre de Madrid se destaca «nuestra unidad, cohesión y solidaridad, sobre la base del vínculo transatlántico duradero entre nuestras naciones y la fuerza de nuestros valores democráticos compartidos». España debe ser un socio comprometido con esos valores. No se trata de que la OTAN se dedique a imponer la democracia en el mundo, pero sí a defender nuestros sistemas democráticos y nuestra forma de vida frente a amenazas y agresiones externas sean de la naturaleza que sean, desde el terrorismo hasta las campañas de desinformación. La posición de España en la defensa de estos valores debe ser inequívoca.

Hoy resulta incuestionable que el ámbito de actuación de la OTAN no se circunscribe ya al territorio europeo, ni al Atlántico Norte, sino que la Alianza tiene actualmente una clara voluntad de acción global. España participa de hecho en la práctica totalidad de las operaciones activas de la OTAN, como la misión Presencia Avanzada Reforzada (Letonia), en las misiones de policía aérea en el Báltico, Rumanía y Bulgaria y en la operación de apoyo a Turquía; también se mantiene la participación en la misión de apoyo a Irak, aportando efectivos a la Coalición Internacional contra el Dáesh y a la misión NMI de la OTAN. Sin embargo, en un momento en que la OTAN mira de forma exclusiva hacia el Este como consecuencia de la guerra en Ucrania, es fundamental que España haga valer su contribución y se marque como objetivo prioritario dentro de la Alianza aumentar la atención y la presencia de la OTAN en el frente sur. Nuestro país debe dar además la máxima prioridad a su participación en las misiones en ese flanco. Máxime cuando la creciente presencia de Rusia y China en el continente africano y en Oriente Medio puede comprometer a largo plazo el acceso a recursos estratégicos, generar inestabilidad en toda el área y constituir una amenaza a largo plazo.

La seguridad de la UE

España está obligada por el Tratado de Lisboa a una cláusula de defensa colectiva europea. La Unión Europea ha desarrollado además una política común de seguridad y defensa (PCSD) por la que todos los Estados miembros están llamados a abordar juntos los conflictos y las crisis, proteger a la Unión y a sus ciudadanos y fortalecer la paz y la seguridad internacionales. Tras la ilegal invasión rusa de Ucrania esta política ha cobrado un impulso hacía lo que podría ser una Unión de Defensa de la Unión Europea.

Para lograr este fin la Unión creó en el año 2020 un Fondo Europeo de Defensa con un presupuesto asignado para siete años es de 8 000 millones euros para financiar las misiones y operaciones militares de la PCSD. En el último año la Unión ha dado además otros 2.500 millones euros en asistencia militar a Ucrania a través del Fondo Europeo de Apoyo a la Paz para ayudar a defenderse de la invasión rusa. Ese fondo ha sido recientemente ampliado para dotar de munición a las fuerzas armadas ucranianas.
Por otro lado, desde la primera intervención en los Balcanes Occidentales en 2003, la Unión ha puesto en marcha y llevado a cabo treinta y siete operaciones en tres continentes. Actualmente hay dieciocho misiones en curso (once misiones civiles y siete operaciones militares, incluidas dos en el ámbito marítimo). Alrededor de 4.000 miembros entre personal militar y civil están actualmente desplegados en el extranjero. Las misiones y operaciones más recientes han apoyado la seguridad en la República Centroafricana (EUAM RCA), aplicado el embargo de armas de las Naciones Unidas a Libia (EUNAVFOR MED IRINI) y ayudado a estabilizar la región de Cabo Delgado (EUTM Mozambique).

La Unión Europea ha redactado una Brújula Estratégica, un documento político que establece la estrategia de seguridad y defensa de la Unión para los próximos cinco a diez años. La Brújula Estratégica proporciona un marco de actuación para el desarrollo de una visión compartida en el ámbito de la seguridad y la defensa. Sin embargo, como consecuencia de la guerra en Ucrania la pretendida autonomía estratégica europea ha quedado limitada por el momento a la posible integración de su industria militar y al apoyo logístico, económico, político e ideológico a la OTAN.

España, como miembro relevante de la Unión Europea, puede y debe hacer una contribución significativa a la seguridad y defensa de Europa y a la defensa de sus intereses comunes en el exterior. Nuestro país está presente en todas las misiones militares que la Unión Europea desarrolla en el continente africano, con despliegues en Malí, República Centroafricana, Somalia y Senegal, así como en la ‘Operación Atalanta’ que trata de impedir la piratería en el océano Índico. Sin embargo, nuestra renuncia a participar en la operación Áspides va en contra del liderazgo que España está llamada a juega en la Unión Europea.

Contribuir a la paz y al desarrollo global

Contribuir a la paz y al desarrollo global no es solo una cuestión moral, sino que tiene que ver también con la defensa de nuestros intereses nacionales. Responder a los desafíos globales como el cambio climático, la lucha contra la pobreza o el crimen organizado internacional, por poner algunos ejemplos, es una forma eficaz de garantizar nuestra propia seguridad.
Contribuir a promover la paz y la estabilidad en el mundo implica comprometerse con las operaciones realizadas bajo paraguas de la ONU. Actualmente militares españoles forman parte de la misión en el Líbano (la más numerosa con 646 militares) y actúan como observadores en Colombia.

Un segundo instrumento es la cooperación internacional, ya sea bilateral o multilateral de la Unión Europea. Esta cooperación puede ser de carácter humanitaria o económica, pero también institucional o en el campo de la seguridad. Nuestra prioridad debería fortalecer este tipo de cooperación política.

Por último, España debe tener como un objetivo estratégico la promoción de la democracia y la defensa de los derechos humanos en todo el mundo, pero de forma prioritaria en estos momentos en Iberoamérica.

Proyección económica, cultural y estratégica

España debe tener como último objetivo estratégico aumentar su influencia a través del intercambio económico, la acción cultural y su presencia en todo el mundo. Nuestra estrategia de seguridad debe incluir así el apoyo a las empresas españolas en el comercio internacional, abriendo nuevos mercados, protegiendo sus inversiones en el exterior, garantizando el acceso de nuestras industrias a los recursos estratégicos y asegurando nuestra independencia energética.

La proyección cultural de España a través de su lengua, su arte, su literatura, el deporte, la gastronomía, es la fórmula más eficaz de generar complicidades, ganar simpatías y lograr influencia a una escala global. Un mejor conocimiento de la cultura española redunda a su vez en una mayor capacidad de atracción del turismo.

Es fundamental por último generar una imagen positiva de la marca España como un país estable, seguro, fiable, próspero y solvente en el que invertir, desarrollar negocios, tejer alianzas o simplemente visitarlo.

Aumentar nuestras capacidades

En un mundo más peligroso aumentar los recursos dedicados a la seguridad no es ya una opción que tenga que ver con el nivel de ambición estratégica, sino una necesidad ineludible. Mantener una presencia diplomática y militar en escenarios tan diversos donde existe un interés nacional y aumentar la influencia de España en el mundo exige a su vez dimensionar nuestras capacidades a los requerimientos de esa estrategia.

En todo caso, al hablar de capacidades, conviene recordar que la política interior y la exterior resultan cada vez más interdependientes. Solo un país cohesionado, institucionalmente fuerte, con una economía que funcione, con una educación de calidad y un liderazgo político respetado puede dotarse de los medios de acción exterior y de seguridad adecuados y puede afrontar los desafíos externos con garantía de éxito. Mantener la cohesión social y territorial, generar crecimiento económico y superar la crisis institucional que padecemos serán por tanto nuestras prioridades más urgentes, también para la política exterior.

Afrontar una nueva estrategia de seguridad es una necesidad inaplazable, aun cuando para ello sea necesario un consenso que hoy parece difícil de alcanzar. Sería bueno que España saliera de su ensimismamiento y fuera capaz de pensar más allá de sus propios problemas en un entorno exterior cada vez más incierto, inestable y amenazante. La tarea no puede esperar.

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